XIV Joe Willet dejó que la yegua siguiera el paso que se le antojase mientras se imaginaba a la hija del cerrajero bailando interminables contradanzas, girando temiblemente con audaces desconocidos —lo cual le resultaba casi totalmente insoportable— cuando oyó tras él el trote de un caballo. Al volver la cabeza, vio a un jinete vestido con elegancia que avanzaba a medio galope. El desconocido detuvo el caballo al pasar y le llamó por su nombre. Joe espoleó la yegua y se puso al lado del jinete. —He imaginado que erais vos —dijo quitándose el sombrero—. ¡Hermosa noche! Me alegro de veros de nuevo en campo abierto. El caballero sonrió y, con una inclinación de cabeza, le dijo: —¿En qué alegres ocupaciones habéis empleado el día? ¿Está ella tan hermosa como siempre? No tenéis por qué pone