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Barnaby Rudge

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Publicada por entregas en 1841 en el semanario Master Humphrey“s Clock, "Barnaby Rudge" es calificada habitualmente como una de la dos novelas históricas escritas por Dickens, pero es sobre todo una novela «dickensiana»: un melodrama tenebrista con crimen y misterio, un relato histórico con personajes cotidianos, los adorables, los pintorescos y los malvados, en situaciones reales, y muchas escenas profundamente conmovedoras. Su calificación de «histórica» se debe a que su acción transcurre sesenta años antes de su publicación, entre 1775 y 1780, fecha de los disturbios de Gordon, que se describen en la obra. La obra refleja dos de los temas preferidos de Dickens: el crimen privado y la violencia pública. La violencia de las multitudes fascinaba y angustiaba a Dickens y "Barnaby Rudge" es el resultado de ese interés y de sus reflexiones sobre la propiedad y los fanatismos religiosos.La sombra siniestra del asesinato de Reuben Haredale, la oscura trama que liga a los aristócratas Haredale y Chester, eternos enemigos, los romances interrumpidos y no consolidados, el personaje misterioso que acecha la inocente felicidad de la familia de Barnaby, se plantean durante la primera parte de la novela. La segunda parte se inicia con los disturbios de Gordon, revuelta promovida por lord Gordon en contra de los católicos británicos, que en su locura ciega de fanatismo religioso envuelve a la multitud y a los distintos personajes haciendo aparecer los sentimientos más nobles y los más despiadados. Con el fin de los disturbios, todas las tramas confluyen y los misterios son aclarados. 

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Prefacio a la edición de 1849
Prefacio a la edición de 1849 Tras haber expresado el ya fallecido señor Waterton, hace algún tiempo, que los cuervos se estaban extinguiendo poco a poco en Inglaterra, le ofrecí las siguientes palabras acerca de mi experiencia con esas aves. El cuervo de esta historia esta concebido a partir de dos grandes originales de los que fui, en distintos momentos, orgulloso propietario. El primero estaba en la flor de la juventud cuando fue descubierto en un modesto retiro de Londres por un amigo mío, que me lo dio. Tuvo desde el principio, como dice sir Hugh Evans de Anne Page, «buenas dotes» que mejoró por medio del estudio y la atención de manera ejemplar. Dormía en un establo —generalmente encima de un caballo— y tenía atemorizado a un perro ladrador gracias a su sobrenatural sagacidad; era conocido por poder, gracias a la superioridad de su genio, llevarse la comida del perro ante sus narices con total tranquilidad. Estaba adquiriendo rápidamente conocimientos y virtudes cuando, en una mala hora, su establo fue pintado. Observó a los pintores con atención, vio que manejaban con cuidado la pintura, e inmediatamente deseó poseerla. Cuando se fueron a comer, se comió toda la que habían dejado allí, una libra o dos de plomo blanco, y su juvenil indiscreción le llevó a la muerte. Estando yo inconsolable a causa de su muerte, otro amigo mío de Yorkshire descubrió un cuervo más viejo y más dotado en el pub de una aldea, a cuyo propietario convenció para que le permitiera llevárselo a cambio de una pequeña cantidad de dinero, y me lo hizo llegar. El primer acto de este sabio fue disponer de todos los efectos de su predecesor, desenterrando todo el queso y las monedas de medio penique que había enterrado en el jardín, un trabajo que requirió inmensa laboriosidad y búsqueda, y al que dedicó todas sus energías mentales. Cuando hubo logrado esto, se aplicó a la adquisición del lenguaje del establo, en el que pronto fue un maestro hasta el punto de colocarse junto a mi ventana y conducir caballos imaginarios con gran habilidad durante todo el día. Quizá ni siquiera le vi en sus mejores momentos, pues su antiguo dueño mandó con él sus intenciones, «y siempre que quería que el pájaro pareciera muy fuerte, no tenía más que enseñarle a un hombre borracho», cosa que yo nunca hice, puesto que (por desgracia) no tenía más que a gente sobria a mi alrededor. Pero difícilmente podría haberlo respetado más, cualesquiera que hubieran sido las influencias estimulantes que pudiera haber visto. Él, sin embargo, no sentía el menor respeto por mí ni por nadie con la salvedad del cocinero, por el que sentía un gran apego, aunque sólo, me temo, como lo podría haber sentido un policía. En una ocasión, me lo encontré inesperadamente a media milla de mi casa, caminando por el medio de la calle, rodeado de una gran muchedumbre y exhibiendo espontáneamente todas sus virtudes. Su elegancia en esas circunstancias no la olvidaré nunca, como tampoco la extraordinaria galantería con que, negándose a volver a casa, se defendió tras una fuente hasta quedar en inferioridad numérica. Es bien posible que tuviera un genio demasiado brillante para vivir mucho, o puede que metiera alguna sustancia perniciosa en su pico, y por lo tanto en su buche, lo cual no es improbable, puesto que llenó de agujeros la pared del jardín picoteando el mortero, rompió incontables cristales rasgando la masilla que los sostenía a los marcos, y destrozó e ingirió, en astillas, la mayor parte de la escalera de madera de seis escalones y un descansillo, pero después de tres años también él enfermó y murió ante el fuego de la cocina. Miró atentamente la carne mientras se asaba, y de repente cayó sobre su espalda con un grito sepulcral de «¡Cuco!». Desde entonces no he tenido ningún cuervo. Por lo que respecta a la historia de Barnaby Rudge, no creo poder decir nada aquí más apropiado que los siguientes pasajes del prefacio original.

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