Enséñame la gloria al tiempo que me atas y azotas con gula. Demuéstrame que esta vida sin sentido no es lo único que el destino tiene preparado para mí.
Anahí Duarte
—Bájame, maldito idiota, yo no tengo por qué obedecer al señor Sullivan fuera de mis horas de trabajo —chillo sin dejar de golpearlo, pero parece no sentir nada—. Voy a levantar una denuncia en su contra y de su jefe, por secuestro y violencia de género, no me voy a quedar de brazos cruzados —amenazo, sin embargo, mis palabras tampoco hacen el efecto esperado.
Al fin me baja una vez entramos a la casa, me toma del brazo con algo de fuerza y me conduce en el interior. Es un verdadero imbécil, pero juro que no me voy a quedar de brazos cruzados, si salgo con vida de aquí, mañana mismo iré a la policía a colocar una denuncia.
—Veo que la señorita Duarte te causó problemas. —La piel se me eriza al escuchar la voz de mi jefe.
Automáticamente, dejo de poner resistencia, es como si solo con escucharlo fuese suficiente para que todo mi ser se someta pese a mis deseos de no hacerlo.
—Solo un poco —contesta al tiempo que me suelta y posteriormente se retira dejándome a solas con el psicópata.
Un escalofrío me recorre el cuerpo completo, pero no es hora para acobardarme y demostrarme inferior a nadie, mucho menos a un déspota que se aprovecha de su poder. Ignoro su mirada sedienta y esa sonrisa que promete hacerme llegar a la cúspide más alta, sus ojos se oscurecen evidenciando… ¿deseo?, imposible, apenas han pasado veinticuatro horas desde que nos vimos por primera vez, una persona no puede amar o desear a otra, tan rápido. Quizás fantasear, pero solo eso.
Me armo de valor, tomo una respiración profunda y me cuadro de hombros.
—Señor Sullivan, esto es un atropello, está pasando por sobre mi voluntad, me mandó a secuestrar y eso es un delito. —Alzo la voz e intento hacer que suene fuerte—. Le exijo que me deje ir en este momento o le juro que le costará muy caro —sentencio, esperando que ahora sí mis palabras surtan algún efecto.
Sonríe de medio lado provocando que me espante y pierda parte del valor que conseguí hace un segundo.
—Así que si tienes fuego en las venas —bufa con una sonrisa burlona en los labios—, mejor pasemos a mi despacho para que conversemos más a gusto, te prometo que yo mismo te llevaré a tu casa luego de que escuches lo que tengo que decirte —añade, no obstante, la expresión de sus ojos me dice todo lo contrario a sus palabras.
Me quedo en mi sitio, aprieto los labios y trago saliva, al tiempo que le pido a todos los santos que me ayuden a mantenerme firme.
—No tengo nada de que conversar con usted, ahora mismo me largo y no se preocupe, puedo hacerlo por mis propios medios —rebato con la frente en alto y deseando que la furia que siento ahora mismo en mis venas no amaine su intensidad.
—Entonces puedes ponerte cómoda, no te irás de esta mansión hasta que no hayamos conversado y eso no es algo que esté a discusión, he decidido que serás mía y así será tarde o temprano —anuncia revelando sus verdaderas intenciones.
Aunque a decir verdad, nunca las ha tenido ocultas, sin embargo, sigue existiendo algo detrás de ese repentino interés, me cuesta creer que alguien como él se haya fijado en mí, no es que me menosprecie a mí misma, sin embargo, tengo claro mis atributos, y ser hermosa y perfecta no es uno de ellos.
»Podemos hablar o pasar a la acción, el orden no importa, lo que importa es que seas obediente y solo mía. —Abro los ojos tanto como puedo al escuchar sus palabras, no puedo creer el descaro de este tipo. No porque sea mi jefe es mi dueño, de hecho fuera de la empresa no es más que una persona más viviendo en el mismo universo que yo.
Trago saliva cuando se acerca hasta donde estoy, mi respiración se vuelve entrecortada y el aroma de su perfume me asfixia; es tan varonil, seductor, embriagador, sin embargo, nada de eso oculta lo ruin que es.
»Quiero descubrir lo que aún no conozco de ti, descubrir qué clase de mujer eres, saber qué es lo que haces para mantenerme hipnotizado —susurra estando a milímetros de mí a la vez que sus dedos acarician la piel de mi cuello enviando descargas eléctricas por todo mi cuerpo.
No sé qué decir, las palabras parecen abandonarme, es como si en mi mente no pudiera armar ni siquiera una frase coherente. Mi coraje se vuelve de gelatina al igual que mis rodillas, todo en mí flaquea ante la presencia imponente de mi jefe. Quiero alejarme, pero no puedo, mi cuerpo se mantiene anclado disfrutando del hormigueo que produce sobre mi piel.
—Se… señor… señor Sulli…
—Shiii, no hables, solo siente. —Tengo la garganta reseca, me duele al intentar tragar—. Deseo corromper la dulzura que irradias, dominar a la mujer salvaje que vive en tu interior, quiero volverte loca y que grites mi nombre en pleno éxtasis de placer. —¡Oh, maldición! Sus labios están muy cerca de los míos y su aliento se mezcla con mi respiración.
Cierro los ojos y elevo una plegaria silenciosa hacia el cielo, pero no sé si pedir valor para dejarme llevar por la seductora presencia de mi jefe o si salir corriendo y escapar de su magnetismo que me enmudece y aturde mis sentidos.
Un jadeo se escapa de mi boca cuando su caliente lengua se desliza del lado derecho de mi cuello y por detrás de la oreja, erizando cada poro de mi piel.
»Sí, déjate llevar, siente como el placer llena tus venas, enséñame como te desinhibes de todas las ataduras terrenales —susurra en mi oído haciendo que despierte de su hipnotismo.
En mi cerebro escucho el sonido de una alarma. Abro los ojos de golpe, sintiéndome aterrada y coloco mis manos abiertas sobre su pecho.
—¡Aléjese de mí! —exclamo a la vez que lo empujó con fuerza para poner distancia entre los dos, pero lo único que consigo es hacer que me tomé de la cintura y me pegue más a su cuerpo.
—He decidido que eres mía y es mejor que te vayas acostumbrando a la idea —determina con la mirada encendida.
De pronto mi estómago ruge una vez más, provocando que además de excitada me sienta avergonzada por delatarme delante de él. Siento el rostro arder, pero estoy segura si es por la vergüenza o por el deseo. Estoy siendo una hipócrita conmigo misma, es obvio que necesito esto, tener sexo sin importar quién me lo dé, ¿por qué me lo niego?
—Antes de conversar y de hacerte mía, te daré de comer, no quiero que te desmayes en pleno éxtasis. —Su mirada brilla de mil formas y todas dicen lo mismo: él es el lobo y yo soy Caperucita roja.
Me suelta de la cintra y me toma de la mano, me conduce sin preguntarme nada hasta otra habitación, es igual de espaciosa que la anterior, no daré muchos detalles sobre la decoración porque no hay mucho que decir; fría, varonil, industrial, sin embargo, las ventanas son hermosas y dan una vista increíble de todo el exterior: un jardín de cuentos de hadas; hay muchos árboles, flores de muchos colores y el césped parece infinito.
En el centro de la estancia hay una inmensa mesa en acero y cristal, me hace tomar asiento y desaparece por el lado contrario al que entramos. Regresa dos minutos después cargando una charola que contiene una taza de café, un vaso con zumo de naranja y un tazón de ensalada de frutas.
—Come —ordena luego de colocar todo delante de mí, tomo el tenedor y empiezo a comer lentamente bajo su atenta mirada, creo que es una idea morbosa, pero me da la impresión de que disfruta de una manera insana el ver cómo me llevo cada bocado a la boca.
Mi jefe no parece un hombre acostumbrado a servir a otros, es extraño que todo esto me esté sucediendo a mí, sin embargo, el señor Sullivan puede ser la solución a mis problemas nocturnos, aunque en primer lugar fue él quien los causó, en fin, yo necesito quien me mate las ganas y él solo busca un poco de diversión, ¿por qué no?