Tus manos conocen la fórmula secreta con la que mi piel se eriza. Tu lengua ávida sabe dibujar con exactitud las figuras que desbloquean mi mente. Y tu cuerpo tiene la llave que desata los gritos más profundos de mi alma perdida.
Anahí
Intento olvidarme de mis fantasías nocturnas, no cabe duda de que necesito a un hombre que satisfaga mis necesidades con urgencia, no puedo volver a soñar con lo mismo, no está bien que fantasee con mi jefe, además es un hombre que me intimida de una manera que hace que me humedezca de solo recordar el timbre ronco de su voz.
Al salir del edificio una camioneta negra con los vidrios oscuros frena de golpe frente a mí, se bajan varios sujetos encapuchados y me rodean. Retrocedo un par de pasos, pero estoy atrapada en medio de ellos, es imposible que esto me esté sucediendo, ¿quién puede tener interés en mí?, me sujetan en medio de gritos y me suben al vehículo.
—Yo no soy nadie importante, no tengo dinero, por favor, no me lleven con ustedes —suplico tratando de mantener la calma, pero la verdad es que estoy a punto de colapsar.
—Solo obedezca y nada malo le va a suceder —indica y me toma del brazo para inmovilizarme.
Si hubiese sabido que hoy era mi último día con vida, quizás no habría salido de mi casa para pasarlo en paz. Uno de los hombres se sube a mi lado, mientras que el otro toma asiento en el puesto del chófer. El motor cobra vida con un rugido y nos ponemos en marcha, al menos no me han cubierto la cara, por lo que puedo ver las calles por la que pasamos. No comprendo de que se trata todo esto, no parece un secuestro, no me han tratado mal ni me han golpeado, a pesar de la forma en la que me subieron a la camioneta.
Llevo el Jesús en la boca.
Miro de un lado a otro intentando encontrar un escape, pero ahora estoy convencida de que todo lo que sucede en las películas de acción es una completa mentira.
—¿Quiénes son ustedes? ¿A dónde me llevan? —cuestiono con los ojos muy abiertos.
—No se preocupe, no tiene por qué tener miedo, al llegar sus preguntas serán respondidas —contesta el que va conduciendo y me mira por el retrovisor.
Su mirada es fría y penetrante. Siento como la sangre se me congela dentro de las venas.
—No quiero ir a ningún lugar. —Intento abrir la puerta para arriesgarme a la maniobra más popular en las películas, pero el tipo a mi lado me toma de la muñeca con fuerza y me entierra de nuevo en mi asiento—. No pueden obligarme a hacer nada que no quiera hacer —alego a la defensiva, aunque ya es muy tarde para eso, debí haber gritado antes de subirme al auto de unos desconocidos, en realidad no puedo decir que estoy aquí a la fuerza.
¡Malditos!
—Nosotros únicamente obedecemos órdenes, ahora le pido que haga silencio y se guarde sus quejas y preguntas para cuando lleguemos —replica algo obtuso.
Me estremezco por la rudeza del hombre a mi lado, su mirada amenazante me advierte que no vuelva a intentar hacer nada. Dudo que la palabra caballero o educado tenga su definición en este par de salvajes, aunque si soy sincera creo que unos salvajes serían mucho más educados que ellos.
¡Por Dios! ¿Qué estoy pensando? ¡Me han secuestrado y yo analizando sus patrones de comportamiento!
Me quedo en silencio, sin despegar la vista del exterior, de esa manera siento que tengo una oportunidad para escapar. Quizás en algún momento si se descuidan pueda salir de a dónde sea que me llevan y conociendo el camino puedo escapar con facilidad. Treinta minutos después, la velocidad de la camioneta se reduce, cruzamos una verja y tomamos el camino hacia una inmensa mansión, el jardín delantero es hermoso por sí solo, la casa parece una perla puesta a propósito y con todo el cuidado del mundo.
Me pregunto quién puede tener interés en mí, no tengo nada de valor ni poseo tanto dinero como para compararme con el dueño de...
—¡Maldición! —la exclamación sale de mi boca llamando la atención de los dos tipos, no obstante, ignoro sus cejas levantadas y sus miradas interrogantes.
El señor Sullivan es el único que tiene un interés malicioso en mí que le nació de la nada, juro que si ha sido él quien me ha mandado a secuestrar haré que se arrepienta de haberlo hecho. No me interesa ser su juguete ni conocerlo ni hacer nada que tenga que ver con él, solo quiero mi perfecta vida tal y como la conozco. Debo de ser más clara si de verdad espero que me tome en serio y entienda mis palabras, me importan dos cojones que esté acostumbrado a tener todo en esta vida, yo no soy una cosa que él pueda tener cuando se le pegue la maldita gana.
—¡Oh, no! —Como si todo no fuese una mierda ya, mi estómago me recuerda una vez más que no lo he alimentado aún, se me está haciendo costumbre ver a mi jefe con el estómago vacío y gruñendo como perro rabioso.
Tuve que haber desayunado antes de salir, pero claro, preferí comer algo de camino, solo que estos imbéciles me trajeron sin mi permiso y no me dejaron comprar nada. De verdad me gustaría que este momento me cayera un rayo encima o que la tierra me tragara y me escupiera muy lejos de aquí.
Mi ritmo cardíaco disminuye tanto como la velocidad del vehículo, al punto que siento que mi corazón deja de bombear sangre a mi cerebro. Nos detenemos, el chofer baja y el sujeto a mi lado lo imita, deja la puerta para que lo siga, pero estoy inmóvil, mis pies se niegan a obedecer la simple orden de moverse, la verdad lo único que pasa por mi cabeza en este momento es salir corriendo, sin embargo, estoy segura de que no llegaré muy lejos, además no creo poder llegar hasta la reja, son más de quince minutos de camino desde la entrada hasta aquí.
¿A quién se le ocurre hacer una entrada tan distante de la casa?
—Señorita Duarte, el señor la espera, por favor baje del vehículo —dice el imbécil que venía a mi lado.
—Ya dije que no me interesa hablar con su jefe, por favor lléveme de vuelta o dígame cómo llegar a mi casa —chillo con un hilillo de voz que lejos de sonar valiente deja ver todo el miedo que me rodea en este momento, no quiero entrar y comprobar que efectivamente mi jefe es quien me ha mandado a secuestrar.
Solo un psicópata es capaz de tomar a una persona de esta manera, es obvio que sus intenciones no son nada buenas. No quiero ser parte de los encabezados en las noticias.
—Ya le he dicho que la orden que recibí fue traerla, la llevaré de vuelta cuando el señor Sullivan lo determine —gruñe monótono, sin embargo, Sullivan, es lo único que consigo escuchar, la palabra se repite en mi cabeza como si se diera de tumbos con las paredes de mi cráneo.
Al ver que no me muevo se asoma a la puerta y me toma del brazo para bajarme en contra de mi voluntad, pese a que me niego y me remuevo consigue sacarme del vehículo. Lo golpeo con mi mano libre, imprimiendo en cada golpe toda la fuerza de la que soy capaz, pero me enfrento a un gorila que parece no sentir dolor, de pronto me sujeta la otra mano, me espanto e intento zafarme, pero sus manos se cierran con fuerza alrededor de mis muñecas.
Sonríe arrogante sabiendo que me tiene en sus manos y antes de que me dé cuenta me gira bruscamente y me carga sobre el hombro mientras lo golpeó en la espalda con mis puños y pataleo para que me baje, no obstante, no consigo que me deje libre. Camina ignorando mis gritos, amenazas y cualquiera de mis intentos.
Quiero despertar de esta pesadilla, pero algo me dice que esta vez no estoy soñando.