Tengo miedo, pero no sé qué es lo que me asusta: tu sinceridad, las sensaciones que despiertas en mi cuerpo o a ti y a todo lo que representas en ese infierno al que ansias llevarme. Solo sé que ya no tengo escapatoria, estoy en tus manos y aunque quiero, no puedo escapar.
Richard
Creo que si he llegado hasta el punto de secuestrarla prácticamente, el hecho de que acepte o no, no debería de ser relevante, si decide rechazarme, puedo convencerla y sé perfectamente cómo hacerlo. No importe lo que piense o lo que me diga a mí mismo, el único deseo que tengo es que ella se entregue a mí voluntariamente, anhelo que ella quiera hacerlo, que me pida ser su dueño.
—Antes de entrar debo advertirte que la intimidad entre los dos no significa que vayamos a casarnos, no tengo planes de formar una familia, aparte de mi empresa el único interés que me mantiene vivo es el sexo —señalo cuando estamos justo en frente de la puerta del cuarto que guarda el secreto de mi faceta más oscura—, el sexo duro, muy duro, es lo que me excita y someterte, que te conviertas en mi sumisa, es el deseo que predomina en este instante dentro de mí —añado con toda la sinceridad de la que soy capaz.
—Nunca me he sometido ante nadie y usted señor Sullivan no será el primero en doblegar mi voluntad —replica quitando su mano de la mía con brusquedad—, y si le preocupa que yo quiera sacar ventaja por lo que sucedió entre los dos, no se preocupe, ya lo he olvidado a pesar de que fue usted quien me trajo hasta su casa y prácticamente me obligo a follar —agrega en tono hostil.
Das dos pasos hacia atrás para establecer distancia entre los dos, su pecho sube y baja, el rojo le sube desde el pecho hasta la cara, mientras la aorta en su cuello se hincha por la cantidad de sangre que su corazón bombea en este momento.
—Te repito que únicamente quiero que te sometas a mí voluntariamente durante el sexo, que me permitas hacer de tu cuerpo una obra de arte. Yo solo deseo llevarte a niveles de placer que nunca en tu vida has conocido, al tiempo que mis necesidades quedan satisfechas gracias a ti —puntualizo yendo hacia ella de nuevo, pero retrocede y no me permite tocarla.
—¡No! —enfatiza con la frente en alto—, no me voy a convertir en el consolador de nadie, tal vez sea una mujer desabrida y sin carisma, sin embargo, mi orgullo y mi voluntad son férreas e indestructibles y eso es algo que solo muerta puede cambiar —decreta altiva encendiendo el fuego en mis venas.
—Te aseguro que tú misma me vas a suplicar que te azote —bufo y de nuevo me acerco a ella tan rápido que no le doy tiempo a quitarse.
La tomo de los brazos y la acerco a mi cuerpo, sus ojos se abren como platos al tiempo que un jadeo se escapa de su boca. Tal como penaba se encuentra excitada y tiene miedo de lo que pueda hacerle, de lo que pueda sentir dentro de esta habitación, quizás lo más prudente es dejarla ir antes de que las cosas se compliquen, pero no puedo, no ahora que el sabor de su piel se encuentra impregnado en mi paladar.
—Vas a disfrutar tanto que cada vez que pienses en mí, el solo recuerdo te causara un orgasmo sin importar el sitio en el que te encuentres —decreto con seguridad para posteriormente adueñarme de su boca.
Sus labios se resisten a besarme a la vez que mueve la cabeza a ambos lados para evitar el contacto, pero soy mucho más fuerte que ella y estoy decidido a tenerla a como dé lugar. Luego de una lucha sin sentido, al fin se rinde; sus labios se separan y me deja meter la lengua, su boca busca seguir el ritmo que imprimo con la mía mientras rebusco en cada recoveco de su húmeda cavidad el secreto que tiene para mantenerme de esta manera.
Es incomprensible hasta para mí que una mujer como ella pueda seducirme con solo abrir la boca.
No posee gracia ni elegancia y aun así es la mujer más hermosa que jamás haya visto, su cuerpo es perfecto, su piel nívea y sedosa, el calor que emite me desquicia del mismo modo en que lo hace esa manera de entregarse cuando todos sus muros se desvanecen. Es extrañamente seductora, demuestra sencillez, timidez y al mismo tiempo es una leona protegiendo su territorio. Su fuerza y su determinación son los afrodisiacos que necesitaba en mi vida para hacerla mucho más emocionante, estoy harto de esas mujeres dispuestas a que les pegue como se me dé la gana.
La tomo del culo y la levanto para que enrolle sus exquisitas piernas alrededor de mi cuerpo para posteriormente abrir la puerta del cuarto de juegos y entrar con ella perdida en mis labios. Ya no hay marcha atrás, hoy ella conocerá al ser oscuro y hambriento de lujuria que vive en mi interior. Me acerco con ella a una cruz y pego su espalda a la estructura de madera, provocando que ella reaccione al sentir la dureza del instrumento, sin darle tiempo a procesar tomo una de sus manos y la llevo a un extremo para sujetarla con la correa de cuero que pende de la cruz y repetir lo mismo con la siguiente mano.
—Vamos a empezar con esto, verás que te va a gustar y vas a pedir más a gritos —susurro en su oído al tiempo que deslizo mi lengua por esa zona, ella echa la cabeza a un lado dándome un mejor acceso, está excitada y eso es bueno.
—Esto es una violación, sin importar cuando yo lo esté disfrutando, estás abusando de mí —masculla con los ojos cerrados.
Su cordura continúa batallando. Quiere negarse, pero el deseo es mucho más poderoso que su voluntad.
—Posiblemente, lo sea, pero no te veo oponiendo resistencia en este momento. —Musito pegado a ella.
Manoseo sus senos por sobre la tela, sin dejar de besarla; boca, cuello, clavícula y su lengua son constantemente sometidos por mi boca, provocando que se pierda cada vez más en la vorágine de placer que empieza a formarse.
—No se puede pensar del todo con claridad cuando alguien juega de esta manera con las sensaciones de tu cuerpo —jadea—, me gustas, pero no acepto que me sometas, nunca lo voy a aceptar —repite.
Ya lo estoy haciendo, sé cómo hacerlo, controlo tu mente y tu cuerpo, solo necesito derrumbar la última barrera: tu voluntad.
—Entonces mantén los ojos cerrados, para que no te des cuenta de lo que sucederá en esta habitación —digo y me separo de ella.
Abre los ojos de golpe y se da cuenta de que hemos entrado al cuarto y que nos rodean distintos instrumentos de tortura que se utilizan para generar de uno u otro modo placer; fustas, látigos, varas, barras, correas. Cualquier cosa que se pueda imaginar y hasta que parezca inofensivo. Traga saliva y todo su cuerpo parece experimentar una agitación nerviosa, no sé qué es lo pase por su cabeza, pero supongo que no es nada relacionado con el disfrute.
—¿Vas a matarme? —musita luego de unos segundos, su cuerpo se pone tenso y veo el miedo dibujado en sus ojos.
Sonrío y me acerco de nuevo a ella. Sus orbes, brillantes y cristalizadas me exigen… ¿libertad?, ¿pero de qué tipo?
—Sí, pero no de la manera en la que te estás imaginando, nada de lo que se encuentra en esta habitación es para hacer daño físico, sino para hacerte sentir el placer en su máxima expresión —aclaro al tiempo que la empiezo a desvestir haciendo jirones la ropa—, aunque para ser sincero contigo, el motivo por el cual estamos aquí, es porque le dijiste a mi nana que te secuestre y eso es algo que tenía que quedar entre los dos, así que creo que mereces un pequeño castigo. —Su cuerpo tiembla ligeramente ante la mención de la palabra castigo.
—No puedes hacerme esto, no puedes castigarme por decir la verdad. Te prometo que si me dejas ir ahora no le diré nada a la policía —balbucea, pero no quiero negociar.
—No seré tan duro, de hecho no será un castigo del todo. —Sonrío de medio lado cuando toda su ropa queda tirada a los costados de donde se encuentra de pie, desnuda y completamente húmeda a pesar de su resistencia.