He descubierto un nuevo infierno y confieso que ansío pasar la eternidad en él, ser el único en recorrerlo, en habitarlo y en arder en medio de sus fauces ardientes.
Richard
De pronto se detiene y se pone en pie para posteriormente empujarme hacia la cama. Sonríe al observarme al tiempo que se muerde el labio inferior, es completamente mía, después de hoy no hay nada que la aparte de mi lado, ni siquiera ella misma. Se sube a horcajadas sobre mí, sus senos rebotan a la altura de mi cara y me exigen atención, por lo que sin dudar los tomos con ambas manos y los estrujo entre sí con gula a la vez que torturo sus pezones. Ella aprovecha para empalarse así misma con mi v***a y empezar a cabalgarme, ¿Quién diría que disfrutaría mucho de ser sometido de esta manera?
—Te dije que nadie me somete —declara moviéndose como una amazona sobre mí—, no seré el juguete ni la esclava de ningún hombre —agrega, sin darse cuenta de que hace exactamente lo que yo quiero que haga, volverse adicta a este juego de poder.
Sonrío con uno de sus pezones dentro de mi boca. Dejo que ella me tome como se le antoja, que disfrute de tenerme duro y dispuesto a follarla o a dejarme follar de las maneras más inimaginables posibles. Su cuerpo sensible no resiste mucho, se empieza a sacudir internamente al tiempo que sus caderas adquieren velocidad, gime con fuerza a la vez que cierra los ojos y deja caer la cabeza hacia atrás. Me uno a sus movimientos enterrando los dedos en sus caderas, me muevo de arriba abajo con fuerza, clavándome en lo más profundo de su feminidad para alcanzar su liberación y como si se tratara de un interruptor lo consigo cuando ella lanza un último gemido, más ronco y sonoro que todos los demás.
Me sigo moviendo para vaciar la última gota de semen en su interior, no obstante, ella se retira y gatea hacia arriba por mi cuerpo hasta colocar su coño a la altura de mi boca, puja y todo el semen; el de antes y el ahora; salen y se deposita en mi boca, lamo sin reservas su sexo sintiendo el sabor salado de mis fluidos mezclados con los de ella, lamo toda la hendidura hasta llegar a su clítoris y morderlo provocando que de nuevo ella deje salir un gemido doloroso y lastimero que la libera una vez más.
Salgo de debajo de ella y la tumbo boca arriba sobre la cama para luego unirme a ella en un beso sucio y húmedo, lleno de distintos sabores. Está saciada y debo decir que me siento igual que ella, aunque eso no significa que mi deseo haya disminuido. Su respiración se relaja y se vuelve lenta, mantiene los ojos cerrados y creo que se está quedando dormida, no la juzgo, también estoy agotado, hace mucho no tenía un buen polvo y vaya que este fue bueno.
Mantiene los ojos cerrados y luce relajada, sus mejillas están sonrojadas y su reparación poco a poco va volviendo a la normalidad. Tiene un cuerpo perfecto, es delgada, definida y aunque no tiene grandes proporciones, su figura es increíble y se ajusta perfectamente a mis exigencias. Coloco mis dedos sobre uno de sus muslos y los deslizo hacia arriba, se estremece ligeramente, pero no realiza ningún otro movimiento. Toda su piel está húmeda por el sudor, sin embargo, mi mente recuerda a la perfección su suavidad.
Llego hasta la base de su seno, el dulce pezón me invita a probarlo, pero lo rechazo, creo que por hoy ha sido suficiente, ella necesita descansar. Me dejo caer a su lado y la rodeo con mis brazos, me acoplo al ritmo de su respiración y sin darme cuenta me quedo dormido.
Despierto y me incorporo en la cama, tardo un par de segundos en recordar en donde estoy, miro a un lado de la cama y la señorita Duarte no se encuentra a mi lado, de nuevo. Me levanto de la cama y me doy cuenta de que mi pantalón de pijama está doblado sobre el borde de la misma. Me lo pongo y salgo en su búsqueda, me dirijo a la cocina seguro de que ahí la encontraré, pero para mi sorpresa no hay nadie. Es imposible que se haya ido, ninguno de mis hombres obedecería una orden de ella si antes yo no lo he autorizado.
Subo a la habitación y al entrar escucho el sonido del agua, se está dando un baño. Con cuidado me acerco y abro la puerta, veo su silueta a través del vidrio empañado, una idea fugaz pasa por mi mente y la rechazo enseguida. Me quito el pantalón y decido entrar con ella debajo de la regadera, se sorprende al sentir mis brazos enrollarse alrededor de su cuerpo, nos acoplamos perfectamente sin importar la posición, su cuerpo y el mío encajan con armonía, como si hubiésemos sido hechos el uno para el otro.
—No tienes permitido salir de la cama si yo no te he dado permiso —murmuro masajeando sus senos.
—No necesito de tu permiso para hacer lo que se pegue la gana, por si no te has dado cuenta, tengo autonomía, independencia, libertad y vivo en un país democrático. —Esta es la faceta que más me enloquece, me hace poner tan duro como una piedra.
—Es cierto, pero mientras seas mía, toda esa libertad e independencia quedan en mis manos, yo decido, pienso y elijo por ti. —Aprieto con más fuerza y la pego a mí.
Jadea al sentir mi polla, dura, en su culo.
—¿Quién dijo que te pertenezco? Que hayamos tenido sexo no significa nada, solo fue diversión, ahora debo volver al mundo real en donde tengo una casa, un trabajo y una vida que nada tiene que ver contigo. —Se separa y se gira.
Su mirada es desafiante y decidida, adopta una actitud retadora que incrementa mis ganas.
—Yo he decidido que eres mía y tú solo debes aceptarlo como lo mejor que te pudo haber pasado, debes ser agradecida y complaciente, si no me veré obligado a castigarte y esta vez será en serio —advierto, aunque en realidad no podría castigarla, me gusta el sexo duro, es cierto, pero odio lastimar y verlas llorar.
Por lo general mis castigos son algo frustrantes y menos dolorosos.
—¿Y crees que me importa lo que hayas decidido? Es mi vida y puedes decir misa, yo siempre haré lo que se me venga en gana, ¿de acuerdo? —Me aparta de un manotazo y sale.
Cierro el grifo y voy detrás de ella, no puedo permitir que se comporte de esa manera, una cosa es que me excite su actitud desafiante y otra muy distinta es que me deje hablando solo, sobre todo cuando es consciente de mis necesidades. No termina de entender que es mía quiera o no. La tomo de la muñeca y sin importarme que ambos estamos desnudos, la llevo a la fuerza hasta el cuarto de juegos, se resiste y tira hacia atrás para soltarse. Llegamos a la habitación en la que gritó hasta quedar completamente exhausta, ahora gritara suplicando.
Cierro la puerta con llave al entrar y camino con ella hasta una de las cómodas de donde saco un par de esposas de cuero, coloco una rápidamente en la muñeca que sostengo bajo las protestas de ella que trata de impedirlo, pero no lo consigue, procedo con la otra para posteriormente llevarla a la cama y tirarla, rápidamente ajusto las esposas a sus tobillos dejándola completamente inmovilizada para poder trabajar con libertad en ella.