Cada paso que doy me acerca más a esa dulce lujuria que prometen tus labios, ansío probar el néctar de la perversión que derrama tu lengua sobre mi piel.
Anahí
Mi jefe se queda en su sitio mientras yo me alejo unos cuantos pasos de él, siento el corazón a punto de estallar y el cosquilleo en mi intimidad está por volverme loca. Aspiro por la boca varias veces llenando mis pulmones con todo el oxígeno posible para ver si de ese modo puedo controlar los impulsos de mi cuerpo. De verdad hoy no es mi día, no sé cómo pude darle una razón para echarme a la calle sin derecho a reclamar, porque es seguro que usara esto para chantajearme y que acepte únicamente una compensación o hasta quizás que me vaya sin nada.
No logro pensar con claridad, no mientras siento como la humedad de mi centro empieza a correr por piernas, me siento acalorada y con deseos de hacer tantas cosas en este momento que no puedo ni siquiera nombrar por respeto a… ¿a qué?, no tengo nada más que pensar, es obvio que está buscando la manera más vil y asquerosa para correrme y humillarme al mismo tiempo, pero ya estoy harta de que únicamente me vean como al pato feo que hay que mantener oculto en un sótano.
Me giro para encararlo y al hacerlo me doy cuenta de que él ya se encuentra observándome, sus ojos se ven dilatados por el deseo que resuma de esa mirada hambrienta con la que me recorre. Jadeo internamente imaginando una fantasía que estoy segura, solo tendrá lugar en mi cabeza.
—Le aseguro que si esto fue solo una treta para hacerme renunciar a lo que me corresponde por un despido injustificado, alegaré que usted fue quien se comportó como un acosador y abusó de mi persona —argumento varios minutos después, en los que ninguno de los dos ha dicho nada.
Trata de acercarse, pero me alejo pese a las protestas de mi cuerpo.
—Te aseguro que tu puesto de trabajo lo tendrás, esto no tiene nada que ver, sin embargo, necesito que me acompañes ahora mismo —dice con voz ronca y sensual, provocando que mi interior se estremezca.
Paso saliva.
—Se equivoca, al único sitio al que iré en este momento es a mi ratonera, de dónde nunca debí de salir para venir a su oficina —exclamo, sintiéndome alterada por todas las emociones que se arremolinan en mi interior—, que tenga buenas tardes, señor Sullivan —sentencio con determinación y salgo de la estancia.
Mi andar rápido delata mi huida, no es determinación ni seguridad, es el miedo que me recorre en este momento y en el único lugar donde puedo superarlo es el agujero que llamo oficina. Mi corazón retumba con fuerza contra mi pecho, por momentos creo que voy a caer desmayada en medio del camino, la mirada se me nubla y la razón entabla una batalla en contra de la insensatez. No sé cómo pude dejar que eso pasara, ahora cómo hago para mantener la frente en alto cuando me dejé llevar tan fácilmente por la seducción de un infeliz experto.
Maldito cuerpo traidor, muere por volver y terminar con lo que empezó, pero eso solo sería darle un motivo más al mundo entero para que se burlen de mí. Solo de imaginar los cientos de cosas que se empezaran a decir en mi contra, si esto se llega a saber, siento que me mareo. Tal vez solo deba dejar de lado todos los pensamientos destructivos que yo misma formulo en mi cabeza y lanzarme a tener una aventura con el jefe… no ni pensarlo, lo mejor que puedo hacer es mantenerme alejada de ese dios creado a mano, mi trabajo no vale una aventura en la que el payaso soy yo.
Finalmente, llego a mi oficina y cierro la puerta detrás de mí una vez dentro, con las piernas temblorosas cedo bajo el peso de mi cuerpo y me dejo caer al piso con la espalda apoyada a la puerta. Todavía siento el calor de su boca sobre mis labios y sus manos torturan mi pensamiento. ¡Es mi jefe, por amor a Cristo, no puede existir nada entre el dueño de esta empresa y yo, no tengo mucho para ofrecer y por muy necesitada de amor o de sexo que pueda estar, nunca aceptaré convertirme en el juguete de nadie!
Falta una hora para que se termine mi jornada, pero la verdad me importa una mierda, ahora mismo necesito estar fuera de esta empresa, respirar aire fresco donde no se sienta que soy una presa frágil y vulnerable. Me levanto del suelo y tomo mis cosas de dónde siempre las dejo para posteriormente salir del sótano. Con el mismo paso rápido me dirijo hasta la salida, no obstante, al poner un pie fuera del edificio, dos hombres vestidos muy elegantes se acercan a mí y me acorralan.
Miro de uno a otro e intento zafarme cambiando de dirección, pero no me lo permiten.
—Señorita Duarte, es mejor que venga con nosotros sin hacer escándalo —menciona uno de los sujetos a la vez que me deja ver el arma en la cinturilla de su pantalón.
—No crea que me asusta ver el arma en su cinto y si saben lo que les conviene lo mejor es que se mantengan alejados de mí, no he tenido un muy buen día y no sé de lo que pueda ser capaz —replico altanera ignorando por completo el hecho de que han ido única y exclusivamente por mí seguramente enviados por alguien.
—Tenemos órdenes de llevarla con nosotros y eso es lo que haremos con o sin su cooperación —advierte y se acerca un poco más cerrándome el paso.
Pretende intimidarme con su estatura y su cuerpo algo corpulento, pero la verdad es que dudo que exista otro ser en este mundo que pueda causarme más terror que el señor Sullivan.
—¡Me importan dos cacahuates sus órdenes!, usted ve por quién menea la cola como perra en celo, es su problema —objeto con la mirada firme puesta en ambos sujetos.
—No nos obligue a llevarla por la fuerza, no armemos un escándalo que se puede evitar con su cooperación —insiste tratando de persuadirme, pero la verdad es que lo único que consiguen ambos sujetos al no quitarse de mi camino es alterarme más de lo que ya estoy.
—Dije que se quiten de mi camino —pronuncio con los dientes apretados y en un tono que deja ver claramente que no iré a ninguna parte con ellos.
De pronto el que está a mi derecha me toma del brazo con fuerza al tiempo que me planto para resistirme a que me lleve, jaloneo con todas mis fuerzas para soltarme de su agarre, pero el muy maldito parece tener un par de tenazas por manos.
—Deje de moverse si no quiere que la llevemos inconsciente —advierte amenazador.
Abro los ojos como plato a la vez que cada uno de mis movimientos se detiene, sin embargo, aspiro con fuerza y me preparo para gritar cuando de nuevo nos detenemos y el imbécil me suelta el brazo.
—¿Está seguro, señor? —pregunta, entonces me fijo en el auricular en su oído—, como diga —afirma y se gira hacia mí.
Sin darle tiempo a decir ni una sola palabra, descargo la palma de mi mano en su mejilla con tanta fuerza que siento que la mano me queda ardiendo por el impacto.
—¡La próxima vez que me pongas una mano encima, te juro que te la voy a arrancar del cuerpo y la echaré en aceite caliente hasta que se desaparezca por completa! —amenazo hostil, estoy que no me calienta ni el sol.
Se ríe de medio lado al tiempo que se lleva la mano a la cara.
—Mi jefe le envía a decir que a él también le encanta el juego del gato y el ratón, que acepta con todo gusto —informa con sorna—, le aconsejo que no se descuide de ahora en adelante —agrega cuando se ha empezado a alejar de mí con dirección al vehículo que los espera.
Observo la camioneta alejarse como si fuese el fantasma de la muerte y a medida que lo pierdo de vista el corazón empieza a latirme muy aprisa y con fuerza, me cuesta respirar por lo que hiperventilo y sin darme cuenta me desplomo en el suelo luchando por llevar aire a mis pulmones. No me había dado cuenta de lo asustada, que estaba sabiendo que esos sujetos tenían intención de secuestrarme.
—Señorita, ¿se encuentra bien? —pregunta el portero del edificio cuando se ha acercado para ayudarme.
Niego con la cabeza y me sujeto de sus manos cuando me las ofrece para ayudarme a poner de pie.
«¿Dónde estaba? ¿Por qué no me ha ayudado antes?»
—Esos sujetos —empiezo a decir, pero no termino, en cambio, me abalanzo sobre el amable señor y lo abrazo buscando consuelo, al tiempo que las lágrimas empiezan a salir y el miedo se convierte en terror.
—¿Quiere que llame a la policía? Estuve observándolos desde el momento el que se le acercaron, puedo servirle de testigo —ofrece amable.
O sea, hubiese permitido que me secuestraran sin hacer nada para evitarlo.
¿Debería de presentar una denuncia? No estoy segura de que me convenga hacerlo, no quiero poner en riesgo mi trabajo, pero es posible que de nuevo me cruce con esos sujetos.
—No, por ahora no, si se repite nuevamente iré yo misma a presentar una denuncia —aseguro con voz baja.
Me limpio las lágrimas y sorbo por la nariz de una manera poco femenina.
—¿Está segura de que no quiere hacerlo ahora mismo? —insiste.
Asiento y le repito que estoy bien, agradezco por su atención y decido que lo mejor es irme de una vez por todas. Necesito llegar a mi departamento y olvidarme de este día de mierda que he tenido hoy. Opto por tomar un taxi en vez de irme en el autobús, me urge relajarme y sumergirme en la paz de mi soledad en la que puedo pensar con claridad en todo lo que me ha pasado, sobre todo en la locura que viví en la oficina de mi jefe.