Aun sin tocarme el fuego de tus manos calcina mi piel. Siento que mis ideas se colapsan a medida que tu voz invade cada una de mis neuronas excitándome en un susurro.
Anahí
Hago lo que me dijo el señor Olivo, y me repaso en un pequeño espejo que saco de mi bolso, pienso por un segundo en sí ponerme algo de maquillaje, sin embargo, descarto la idea en seguida, nunca he sabido aplicarme nada de esto en la cara además este polvo compacto ya tiene tres años conmigo, es posible que esté vencido. Me atuso un poco el cabello acomodándolo para que se vea lo mejor posible y por último guardo el espejo de nuevo dentro del bolso.
Salgo de mi oficina, si se le puede llamar así, y me encamino rápidamente hacia el último piso, el de presidencia, un escalofrío me recorre al entrar al ascensor, hace solo un par de horas tropecé con el hombre más enigmático de toda mi vida y ahora voy a conocer a mi jefe. El corazón me golpea con fuerza dentro del pecho, haciéndome consciente de cada una de sus contracciones. Siento las piernas débiles, me tambalean a cada paso, no obstante, trato de respirar por la nariz y llevar todo el oxígeno posible a mis pulmones.
«No puede ser»
Miro mi reloj de pulsera y me doy cuenta de que se me pasó la hora de la comida y mi estómago se ha antojado de empezar a hacer ruidos molestos, justo ahora. Miro a todos los lados al salir del ascensor buscando un dispensador de agua, pero no hay ni uno solo visible, por lo que sin más remedio me acerco a una mujer muy bonita, perfectamente arreglada y maquillada, me gustaría verme como ella en este momento. ¡Un milagro es lo que realmente necesito!
—Hola, soy Anahí Duarte, me informaron que el señor Sullivan quiere verme —explico e ignoro la mirada despectiva que me da la que supongo, es la secretaria del dueño.
—Sigue, es esa puerta, el señor Sullivan la espera, señorita Duarte —dice entre dientes, su expresión es como si hubiera mordido un limón extra ácido.
—Gracias —musito y me dirijo hacia donde me corresponde.
Toco un par de veces la puerta y espero que me den permiso de entrar, lo que no tarda en suceder. Aspiro con fuerza antes de abrir la puerta e ingresar a la inmensa oficina, la decoración es algo industrial; cristal y metal, muebles en colores oscuros colocados a un costado de manera muy elegante, frente a mí hay un gran escritorio de vidrio y acero, perfectamente ordenado, delante del escritorio y de espaldas hacia mí, el dueño de todo el edificio cómodamente sentado como el amo del universo.
Todo en mí se estremece del mismo modo que paso antes con el dios del ascensor. Ignoro el pensamiento que se forma en mi mente antes de hablar:
—Buenas tardes, soy Anahí Duarte, ¿pidió verme, señor Sullivan? —pronuncio en tono casi sumiso, las piernas me tiemblan, creo que me voy a desmayar en cualquier momento.
—Buenas tardes, señorita Duarte. —Su voz hace que me estremezca al tiempo que el corazón se me paraliza, no puede ser que sea el mismo hombre con el que me tropecé al llegar.
Es el mismo tono de voz, su espalda ancha, la misma ropa…
Abro la boca, cuando la duda se aclara, el señor Sullivan gira en su silla y me deja ver su hermoso rostro de dios griego. Es imposible no quedarme sin hablar, no es solo lo guapo que es o lo sexy que me resulta, sino toda el aura que lo rodea, un aura de oscura perversidad que me invita a perderme en ella. Se sonríe de medio lado mientras me observa de arriba abajo, pero esta vez no siento que su mirada me insulte, al contrario, es como si me desvistiera con ella.
—Quedé con la curiosidad de conocerla un poco más, me parece que usted es una mujer bastante... interesante. —Se pone de pie y rodea el escritorio para posteriormente caminar hacia mí—. Confieso que me costó un poco averiguar su nombre, señorita Duarte, pero ya ve, para mí no existe nada oculto entre el cielo y la tierra —agrega seductor.
«Di algo»
De nuevo se me seca la boca y como una estúpida trago saliva para deshacer el nudo en mi garganta.
—¿Interesante? —musito, pero no sé si se lo pregunto a él o a mí misma.
—Estoy seguro de que esconde algo maravilloso, señorita Duarte, solamente que como a un carbón hay que pulirla hasta obtener una piedra preciosa —dice y no sé si sentirme halagada o insultada con su comentario.
Un incendio forestal se propaga por mi cuerpo cuando su mano toma la mía y me conduce hasta los elegantes muebles y me invita a sentar, estoy confundida, creí que venía por algún asunto laboral y ahora no sé si soy la diversión del día o simplemente sus palabras son reales. Bueno, reales son, pero sinceras, dudo que él sepa que es la franqueza en un hombre cuando me está tomando de esta manera.
Un ligero temblor se desplaza por todo mi cuerpo desde mi epicentro, parece sentirlo por lo que relaja un poco las facciones de su rostro como si con eso consiguiera verse menos amenazador. Me ofrece un vaso con agua el cual no dudo en tomar y beber de un solo golpe sin respirar, un hilillo de líquido se escapa por las comisuras de mis labios y va a para a mi cuello, deslizándose de manera ligera hasta el oculto escote de mi pecho.
—No soy un lobo, señorita Duarte, al menos no de la clase que devora a sus presas. —Sus ojos se fijan en los míos y me transmiten una sensual sensación prohibida que se instala en mi vientre bajo—. Estoy seguro de que debajo de toda esa ropa holgada de almacén barato existe una silueta exquisita esperando a ser descubierta, solo tenemos que borrar el deseo de querer mantenerse oculto —añade haciendo que recuerde que esta mañana no me coloqué un conjunto de lencería, sino que me puse un bóxer de hombre que compré hace mucho tiempo, por mayor comodidad y ni siquiera llevo sujetador, por lo general mis senos no se notan debajo de mi ropa, por no ser extremadamente voluptuosos aunque tampoco resultan ser muy pequeños.
Creo que en la mitad de entre medianos y pequeños.
—Siento que me confunde señor, Sullivan, me ofende y me halaga, sin embargo, me parece que sigue sin decirme algo y la verdad es que prefiero volver a mi área de trabajo si es que aún tengo un trabajo —aventuro a decir reuniendo un poco de valor gracias al refrescante líquido.
—Cada vez se vuelve mucho más interesante y eso me excita —insiste ignorando por completo mis palabras.
Pero no puedo evitar abrir los ojos como platos al escuchar sus palabras. «¿Yo excitar a un dios del Olimpo?, imposible». Una fina línea se forma en mis labios al suponer que me creo lo que dice.
—Me parece que se ha equivocado señor, Sullivan, si desea despedirme hágalo sin tanto rodeo, sé perfectamente que no encajo con el esquema de belleza de las demás empleadas, por lo mismo estoy en el sótano, pero si ya eso no es suficiente entonces pido que se me informe y me paguen lo que me corresponde. —Me hago un poco más valiente al sentir algo de rabia por sus burlas.
Me harté de que solo me esté viendo la cara de estúpida. Estoy completamente consciente de que ningún hombre en su sano juicio se fijaría en una mujer como yo y el señor Olivo lo dejó en claro, fui dotada de inteligencia, no de belleza.
—Está equivocada, no podría despedir a la primera mujer que en poco tiempo ha llamado mi atención, quizás piense que soy de gustos más refinados en cuanto a las mujeres, pero la verdad es que prefiero lo real y siempre veo el brillo donde prácticamente el lodo lo ha cubierto por completo. —Sonríe.
Es el colmo de los colmos.
—¡No le permito una ofensa más, señor Sullivan! —Me incorporo inmediatamente sintiendo que esta vez la furia invade mis venas, el corazón me late con mucha fuerza y pienso que él puede oírlo, pero me da igual que lo haga.
Han sido demasiadas ofensas e insultos que he dejado pasar únicamente porque se trata de mi jefe, aunque en realidad Gustavo vive barriendo el piso conmigo.
—¡Maldita sea! ¡Me excitas demasiado con todo lo que me demuestras: tu inseguridad, tu ingenuidad, tu inteligencia y ahora ese coraje en tus venas! —gruñe y su mirada obnubilada enciende mi sangre.
Se aproxima mucho a mí al tiempo que habla, su aliento golpea mi nariz y me marea. Me toma de la cintura con ambas manos y me pega a su cuerpo antes de acercar su boca a la mía entreabierta por la impresión. Mete su lengua sin preámbulo alguno dentro de mi boca y encuentra a la mía quien encantada inicia una danza erótica. Sus labios se mueven sobre los míos exigiendo que me una a su ritmo, lo cual hago luego de que todas mis defensas se rindan ante lo ardiente de su contacto.
Me cuelgo de su cuello y me dejo guiar por toda esa lujuria inesperada que no sentía desde hace tanto, la necesidad brota ansiosa de mi piel. Jadeo dentro de su boca y recibo un gruñido satisfecho al tiempo que sus manos empiezan a ascender hacía mis senos, no obstante, la falta de aire y la vergüenza de que se dé cuenta de que probablemente soy plana me hacen separarme de él para buscar y llevar oxígeno a mis pulmones, mi movimiento no es exitoso del todo, sus labios se encajan de nuevo en mi boca electrificando mi piel a medida que se deslizan por mi cuello.
No creo que haga falta hacer una maestría para besar de manera tan perfecta, pero este hombre va en contra de todos los estándares de lo normal, aunque en realidad no puedo juzgar por completo únicamente por unos besos. «Besos con el jefe... ¡no, maldición! Esto no puede suceder». Lo empujo para alejarlo de mí y cuando me libera trato de escapar de su cercanía alejándome por un costado, las piernas me tiemblan mucho más de lo que me temblaban antes de entrar.
Siento cosquillas donde no debería sentirlas.
Tengo que huir.
No puedo seguir ni un solo segundo más aquí.