Con un toque de oscuridad es suficiente para arrancar la luz de las almas ingenuas. Quiero vivir en ese infierno que prometen tus labios y quemarme en el fuego de tu piel.
Anahí Duarte
La luz del sol se filtra a través de las cortinas blancas de mi ventana y me despiertan con su claridad. Otro día más, uno nuevo en el que todo continúa como siempre, viendo como mi vida pasa sin la menor de las emociones. Sé que la responsabilidad es mía, pero me cuesta tanto dejarme llevar como las demás personas, ser una persona más divertida, diferente y no la chica fea que se esconde detrás de sus horribles ropas para que nadie la vea.
Dejo escapar un suspiro antes de salir de mi cama para posteriormente entrar al baño, me preparo para ir al trabajo, un lugar en el que soy invisible, al menos es lo que me suelo decir a mí misma para ignorar la realidad, porque la realidad es cada día escucho las voces de mis compañeros de trabajo murmurando palabras que no logro entender del todo cuando paso frente a ellos. Sé que burlan de mí.
Cuando estoy lista salgo a la cocina en donde tomo una rebanada de pan y la unto de mantequilla de maní, debería de cuidarme más, pero la verdad es que no tengo un motivo para hacerlo.
Mi nombre es Anahí Duarte, y de nada me debe ser la mejor de mi clase, ni graduarme con las mejores calificaciones cuando no soy tomada en cuenta para un puesto de trabajo en el que pueda desplegar mis conocimientos, de hecho la pequeña oficina que utilizo está situada en el sótano del edificio, una especie de depósito en el que se encuentran todos los archivos de la empresa desde su fundación. No sé quién ha visto a una asistente de contabilidad refundida en lo más profundo de un edificio donde nadie la ve y se olvidan fácilmente de que existe.
En fin, soy quien hace el trabajo de mi jefe y luego él se lo presenta a nuestro jefe y se queda con todo el mérito, en realidad Gustavo Olivo, mi jefe, no sabe nada sobre contabilidad o del balance de una empresa y si no fuera por mí hace mucho estaría de patitas en la calle, no obstante, estoy segura de que si él se va yo también lo haré, ningún otro querrá tener a su asistente en las sombras y al mismo tiempo tampoco van a querer a alguien que luce como yo dañando la imagen de la empresa.
Cómo cada día, entro al edificio sin mirar o saludar a nadie, mi andar es silencioso y rápido hasta el ascensor que por lo general está vacío a esta hora, no todos llegan tan temprano.
—Maldición —me quejo en voz baja cuando me topo de frente con un Dios griego que maldice al igual que yo, pero en voz alta.
No debí venir distraída ¿Ahora qué hago?
—Lo siento, no quise ser grosero —dice dos segundos después al darse cuenta de que me quedo de piedra.
Trago saliva sin saber que más hacer.
Gira lentamente al tiempo que yo bajo la mirada, suplicando que el piso se abra debajo de mí y me trague por completo. De su cuerpo brota una extraña energía que me hace sentir de una manera inusual, es como si con solo su mirada pudiera doblegar mi voluntad y mi alma.
—¿No piensas decir nada? —cuestiona, pero se queda en silencio de nuevo cuando está totalmente de frente a mí, la punta de sus zapatos brilla de lo limpios que se encuentran, simulan el firmamento en una noche sin luna y sin estrellas.
Siento más que veo una sonrisa lasciva de su parte, pero no me atrevo a levantar la cabeza para comprobarlo.
—Fue mi culpa, lo siento —musito con un ligero temblor en los labios.
Aprieto mis puños a ambos lados de mi cuerpo. El murmullo colectivo que se suscita desde que entro hasta que desaparezco detrás de la puerta de mi oficina parece haberse detenido, siento las miradas de todas las personas en la recepción puestas en mi nuca.
—¿Trabaja en esta empresa? —Su curiosidad me sorprende, sin embargo, mantengo la mirada baja, necesito escapar de esta situación antes de que mis pulmones empiecen a doler por la falta de oxígeno.
—Sí —susurro apenas audible.
—Hable más fuerte y levante la vista cuando esté hablando con alguien, ¿no le enseñaron eso en la escuela? —inquiere molesto, vaya, que cambio...—, ¡alza la mirada! —ordena y como si se tratara de una tortura, los engranajes de mi cuello se mueven con pesar para levantar la cara hasta lograr mirarlo de frente.
—Sí, señor —digo de nuevo un poco más fuerte.
Realmente es un dios griego, sus ojos son azules y contrastan perfectamente con su pelo n***o, las facciones de su rostro son increíbles, indescriptibles. Hombros anchos y unos labios que seguramente son el deseo de cada mujer que tiene el placer de mirarle de frente. Trago saliva para deshacer el nudo en mi garganta, pero siento la boca seca y un sabor amargo sale de ella.
—Es difícil de creer que de verdad trabajas en esta empresa —pronuncia mirándome de pies a cabeza, me estremezco ligeramente imaginando lo desagradable que debe de ser para él haberse topado conmigo.
Abro y cierro la boca, pero la voz no me sale, paso la lengua por mi labio inferior para humedecerlo, lo siento agrietado, tal vez hoy hubiera sido buena idea arreglarme un poco más, aunque haga lo haga, siempre me veo igual. Me quedo detenida observando al hombre que espera a que le diga algo, sin embargo, mi mente y mi boca se niegan a formar alguna palabra coherente. Odio caer en el juicio visual de cualquiera, pero en este momento detesto haberme topado con un hombre tan… tan… asfixiante.
Chasquea la lengua y niega con la cabeza antes de darme la espalda nuevamente y entrar al ascensor.
—¿Vas a entrar? —pregunta y yo niego con la cabeza para luego girarme y probablemente salir corriendo mientras siento sus ojos todavía clavados en mí, escudriñando hasta mi alma.
Tomo las escaleras hacia el sótano y me escondo lo más rápido posible en mi agujero, en dónde nadie puede verme o sentirme, dónde todos se olvidan de mi existencia, incluyéndome. El corazón me late a toda prisa y las rodillas me tiemblan, siento que ni siquiera puedo respirar. No recuerdo que nunca un hombre me haya dirigido la palabra y mucho menos uno tan endiabladamente sexy.
Mi ex no cuenta, no era ni la mitad de guapo que ese sujeto. Han pasado dos años desde que el imbécil de Ricardo me dejó por otra, una que sí cuidaba de su imagen, ¿pero cómo no hacerlo cuando únicamente esperas a que te paguen todo? Maldita, vivió a expensas de mi dinero por varios meses, no es que yo sea millonaria, pero sí soy una persona ahorrativa. No sé cómo pude ser tan estúpida de creer en él, solo me sacó dinero y cuando obtuvo lo que quiso simplemente me desechó.
Sacudo la cabeza para sacar de mi mente los recuerdos y lo que me acaba de suceder, estamos casi a fin de mes y toca presentar el balance trimestral, tengo que realizar todo y además redactarle una explicación a Gustavo para que cuando lo presente, parezca que sabe de lo que habla. Enciendo mi computadora y tomo asiento, me concentro en el trabajo y me olvido de todo lo demás.
—¡Más te vale que mantengas la boca cerrada! —La advertencia enojada de mi jefe me hace despegar la vista de la pantalla de mi computadora—. No sé por qué motivo, pero el dueño de la empresa quiere verte y te advierto que si yo me voy tú te vas conmigo —señala nuevamente tomándome del brazo y obligándome a que me ponga de pie.
Abro los ojos horrorizada, jamás he hablado con el dueño, ni siquiera sé quién es, al poco tiempo de empezar a trabajar en esta empresa el hijo del dueño se hizo cargo de todo porque su padre sufrió un infarto según dijeron aquella vez, no estoy segura. No puede ser posible que todo esto me esté sucediendo el mismo día, primero el dios griego y ahora el dueño de la compañía, debo de estar en otro universo.
—Deberías de tratar de hacer algo con tu apariencia, te juro que si no fuera porque eres buena en lo que haces ya te habría mandado a despedir —pronuncia sacándome de mis pensamientos nuevamente.
De nuevo caigo en cuenta de que no luzco como ninguna de las otras chicas que laboran en este lugar, a diferencia de ellas yo me veo como una vagabunda, aunque limpia y sin mal olor.
—Sí, yo no diré nada, señor Olivo —afirmo esperando que quede conforme.
—Si no fueras un esperpento serías perfecta, pero no se puede tener todo en la vida, y a ti te toco ser inteligente —se burla.
—No es necesario que me humille, yo sé muy bien que tengo que cuidar mi trabajo. —Trato de sonar un poco más fuerte, pero la verdad es que la presión que hace en mi brazo con su mano y la manera de tratarme me hacen sentir inferior.
—Solo me quería asegurar de que no se te había olvidado, pero ahora que veo que todo está bien, te dejo para que veas si puedes hacer algo por la humanidad y presentarte de manera más agradable ante el señor Sullivan —menciona déspota como siempre, juro que de no ser por el salario ya me habría ido de aquí, aunque en realidad no me puedo dar el lujo de perder un trabajo que me costó mucho tiempo conseguir.
Me suelta y se larga del mismo modo en el que llegó, demostrando que es mucho más poderoso que yo. A pesar de haberme quedado sola de nuevo, la estancia se siente reducida, asfixiante. La idea de conocer al dueño es tan pesada que siento que me aplasta y no me permite ponerme de pie, no se me ocurre nada por lo que quiera verme, es obvio que no es para despedirme, mi jefe jamás dejaría que me despidieran porque de eso depende de su sueldo.