Leía
―Entonces, ¿me estás diciendo que después de haberte besado…? ― empezó Dakota, mirándome con esos ojos que exigían una explicación más completa.
―Técnicamente, yo lo besé― la interrumpí, intentando quitarle peso al asunto, aunque sabía que no funcionaría con ella.
―Pero él te siguió el beso, Leía― enfatizó, inclinándose hacia adelante como si esa parte fuera crucial―. Y esa no es la cuestión. Lo que quiero decir es que después de eso, se paseó toda la semana con esa tipa enfrente de tu cara.
―No es esa tipa― suspiré, rindiéndome a la corrección automática que ya había hecho en mi cabeza―. Es La tipa. Dakota, es jodidamente hermosa.
―Igual que tú, Leía― afirmó sin dudarlo, como si fuera un hecho universalmente aceptado―. De hecho, incluso sin haberla visto, puedo asegurarte que tú eres más hermosa.
―Permíteme dudarlo― repliqué con una sonrisa triste, sintiendo un peso en mi pecho que no lograba sacudirme―. Si hubiera sido el caso, Logan no me habría abandonado.
―Eso no tiene nada que ver con tu belleza, y lo sabes― dijo, señalándome con el dedo como si fuera un juez dictando sentencia―. Logan se fue porque es un idiota. Igual que tu jefe.
―Yo fui quien le dijo que no estaba preparada para nada más― admití, sintiendo cómo el eco de mis propias palabras aún me dolía, a pesar de que intentaba convencerme de que había hecho lo correcto.
―Aun así, no debió pasearse con otra delante de tus narices una semana después.
―Ya no tiene importancia― murmuré con un suspiro, apoyando la cabeza en el respaldo del sofá mientras cerraba los ojos―. Fue solo una tarde, como una burbuja en medio de la realidad. Ya hemos retomado nuestra rutina habitual, donde él es un patán que se queja por todo y yo finjo que no me importa.
― ¿Sabes qué necesitamos?
Abrí un ojo para mirarla. Su sonrisa me decía que lo que venía no era negociable.
―Alcohol y música― respondió ella misma, entusiasmada―. Así que mañana, que es viernes, saldremos juntas a divertirnos.
―No lo creo― dije con un suspiro, aunque sabía que de poco serviría.
―Sí lo creo― dijo con firmeza, alzando la barbilla como si estuviera retándome―. Primero, es viernes. Segundo, ninguna trabaja el sábado. Y tercero, hace mil años que no salimos un viernes por la noche a bailar. Eso es un “sí lo haremos” y nos pondremos perrísimas.
―Estás loca― repliqué, sacudiendo la cabeza mientras me levantaba del sofá.
―Loca o no, tú también lo necesitas. Lo sabes, Leía.
Me acerqué y dejé un beso en su frente.
―Me iré a dormir. Estoy agotada.
―Descansa― dijo, mientras se recostaba más cómodamente en el sofá, como si estuviera en su propia casa.
Me dirigí al baño, apagué las luces y dejé que la rutina de lavarme los dientes me tranquilizara un poco. Cuando me metí en la cama, el cansancio se dejó sentir con fuerza, pero mi mente no dejaba de dar vueltas a todo lo que había pasado este último tiempo.
El beso, Logan, ella… y ahora la perspectiva de un viernes por la noche con Dakota, probablemente arrastrándome a la pista de baile para olvidar, aunque fuera por unas horas.
Quizás, pensé mientras me acomodaba bajo las sábanas, no era tan mala idea.
Después de todo, el viernes era el último día de una semana infernal, y tal vez, solo tal vez, un poco de alcohol y música no estaría tan mal.
Llegué a la empresa antes de las ocho de la mañana, como cada día. Por suerte, era viernes, y después de las seis tendría dos días libres lejos del malhumor de mi jefe.
Dejé mi bolso en mi escritorio y me dirigí a la sala de descanso para prepararle el café, exactamente como le gustaba, fuerte, y sin azúcar, tan amargo como él, excepto cuando ella venía a buscarlo.
Ya me sabía la rutina.
Cuando lo tuve listo, escuché el inconfundible ruido del ascensor. Salí con la bandeja en la mano, justo a tiempo para ver la espalda de Adrián desaparecer tras la puerta de su oficina.
Tomé mi agenda y lo seguí.
―Buenos días, señor Warner― dije, colocando la bandeja con cuidado sobre su escritorio.
Mi jefe colgó su abrigo en el respaldo de su sillón, con movimientos calculados, y se sentó frente a su computador. Ni siquiera levantó la vista.
―Buenos días, señorita Murphy. Empecemos.
“Y así, otro día maravilloso”, pensé con sarcasmo mientras tomaba asiento y abría mi libreta.
Eran casi las cinco de la tarde, y faltaba una hora para poder irme a casa. Estaba agotada, había pasado el día apagando incendios administrativos, lidiando con llamadas interminables y evitando que el humor gris de Adrián se convirtiera en tormenta.
―Hola, Leía― la voz de Henry, uno de los abogados penales del bufete, me sacó de mi trance. Levanté la vista para encontrarlo con una pila de carpetas bajo el brazo.
―Hola, Henry― respondí con una sonrisa cansada―. ¿En qué puedo ayudarte?
―Adrián pidió que revisaras estas antes de archivarlas― dijo, colocando las carpetas sobre mi escritorio. Eran un montón. Mi humor ya de por sí frágil se desplomó.
Así que el jodido tirano quería que me quedara tarde un viernes. Genial.
―Si quieres, puedo quedarme contigo y ayudarte― añadió, con una sonrisa amable. Antes de que pudiera responder, noté algo extraño. Una sensación incómoda, como si alguien estuviera observándome, levanté la vista y me encontré con los ojos de Adrián fijos en mí desde el umbral de su oficina.
― ¿Qué dices? ― continuó Henry, ajeno a la tensión en el aire―. Puedo invitarte a comer después.
―Henry― la voz profunda y autoritaria de Adrián cortó el aire como un cuchillo, haciendo que Henry se sobresaltara ligeramente antes de recomponerse.
Adrián caminó hasta nosotros con su típica postura segura y su mirada penetrante.
―No hay necesidad de tantas molestias― dijo, su tono medido pero afilado―. La señorita Murphy puede hacer una parte antes de que termine su horario y continuar el lunes.
―Oh, por supuesto― respondió Henry, retrocediendo un paso, pero sin perder su sonrisa―. Igual no era molestia. Leía me cae bien.
―Estoy seguro de que sí― dijo Adrián, con una sonrisa que no alcanzó sus ojos―. La señorita Murphy ―remarcó con énfasis― es muy simpática. Pero no creo que haga falta recordarte las políticas de no confraternización de la empresa, ¿verdad?
Henry frunció el ceño, confundido.
― ¿Qué políticas? No recuerdo que haya algo como eso.
Adrián inclinó ligeramente la cabeza, sin perder su aplomo.
―Las habrá a partir de ahora.
Y con eso, le dirigió una última mirada a Henry antes de girarse y marcharse. Sus pasos resonaron por el pasillo hasta que el ascensor se cerró detrás de él.
Henry soltó un suspiro nervioso.
―Bueno… eso fue intenso.
―Gracias, Henry― dije rápidamente, intentando disimular el sonrojo que había subido a mis mejillas―. Yo me encargo desde aquí.
―De acuerdo― respondió, aunque parecía algo desconcertado―. Ten un buen fin de semana, Leía.
―Tú también―murmure, sintiéndome aliviada de que se fuera antes de que Adrián pudiera volver a aparecer.
Me dejé caer sobre mi silla, mirando las carpetas que tenía frente a mí.
La pila parecía más alta que antes, como si se estuviera burlando de mí.
Llegué a casa cerca de las nueve de la noche, exhausta pero satisfecha. Había terminado todo lo que Adrián había exigido, y, aunque me llevó más tiempo del planeado, al menos no tendría que preocuparme por ello hasta el lunes.
A la mierda con sus demandas. Ahora, la noche era mía.
Dakota pasaría por mí en una hora, así que no tenía tiempo que perder. Me metí directamente al baño y me di una ducha rápida pero revitalizante. El agua caliente arrastró el cansancio y la tensión de la semana, dejándome lista para algo que llevaba mucho tiempo necesitando y no quería admitir.
Diversión.
Me sequé y me hidraté a toda prisa antes de ponerme el vestido dorado más sexy que tenía. Corto, con vuelo y un escote profundo en la espalda, era el tipo de prenda que apenas me atrevía a usar. Lo combiné con tacones más altos de lo que estaba acostumbrada, lo que hacía que mis piernas parecieran más largas de lo que eran.
Opté por un maquillaje sutil, solo máscara de pestañas y un toque de rubor. Quería que toda la atención se centrara en mis labios, que pinté de un rojo intenso y provocador. Recogí mi cabello en un moño elegante, dejando que algunos mechones sueltos enmarcaran mi rostro.
Al verme en el espejo, apenas me reconocí. Esta versión de mí era más atrevida, más segura.
Dakota llegó justo cuando estaba lista. Como siempre, lucía espectacular en un vestido n***o ajustado que parecía diseñado para resaltar cada curva perfecta de su figura. Su confianza era contagiosa.
― ¿Lista? ― preguntó, mientras subía al taxi.
―No estoy muy segura― admití, pero ella solo rio y apretó mi mano.
―Vamos a disfrutar de esta noche. Quién sabe si nos llevamos alguna sorpresa.
El club al que me llevó Dakota era impresionante.
Desde afuera, el edificio ya irradiaba exclusividad, con una fila interminable de personas esperando entrar. Por suerte, Dakota conocía al chico de la barra y nos permitió saltarnos la espera.
Una vez dentro, me quedé boquiabierta. El lugar era enorme, con una pista de baile que parecía latir al ritmo de la música, las luces cambiaban de color sobre la multitud mientras el resto del lugar permanecía envuelto en una iluminación tenue y cálida.
La sección VIP era un espectáculo en sí misma: sofás de cuero, mesas de cristal y detalles que gritaban lujo.
―Ven― me dijo Dakota, tomándome de la mano y esquivando a la gente hasta llegar a la barra. Allí estaba su amigo, un chico guapo con una sonrisa encantadora que parecía sacado de una película.
―Hola, guapo― lo saludó ella, extendiendo su mano como si fuera una reina. Él la besó en el dorso con una elegancia que me hizo reír por lo bajo.
―Hola, hermosa. No pensé que fueras a venir.
―Te dije que lo haría― respondió Dakota con su característico desparpajo, señalándome después―. Ella es mi mejor amiga, Leía.
―Hola, Leía ―me saludó, mientras dejaba dos chupitos frente a nosotras―. La casa invita. Diviértanse.
Aceptamos los tragos y, poco a poco, fuimos probando todo lo que Max, el amigo de Dakota, nos ofrecía. La música, el ambiente, el alcohol... Todo se mezcló en una sensación de euforia. Me sentía ligera, libre, como no me había sentido en mucho tiempo.
Habíamos rechazado varias invitaciones a bailar, fingiendo que éramos pareja. Dakota coqueteaba descaradamente con Max, y yo simplemente quería evitar cualquier interacción innecesaria. No buscaba compañía, solo quería disfrutar.
Sin embargo, en algún momento de la noche, Dakota me arrastró a la pista de baile.
―No acepto un no como respuesta― dijo, riendo, mientras me obligaba a moverme con ella al ritmo de la música.
Al principio, mis movimientos eran torpes, pero el alcohol me había soltado lo suficiente como para relajarme. Las canciones cambiaron, y cuando un ritmo más lento y sensual llenó el aire, algo en mí se transformó, cerré los ojos y dejé que mi cuerpo se moviera al compás. Mis caderas parecían tener vida propia, mis manos se deslizaron por mi cabello, y me permití bajar lentamente, sintiendo cada nota en mi piel.
Por un instante, las imágenes de Adrián invadieron mi mente. Sus ojos, siempre fríos y calculadores, parecían seguirme incluso aquí. ¿Qué estaba haciendo? ¿Por qué seguía dejándolo ocupar espacio en mi cabeza?
Abrí los ojos con decisión.
Esta noche era mía, Adrián podía estar divirtiéndose con su perfecta rubia, y yo no iba a dejar que su recuerdo me arruinara este momento.
Fue entonces cuando lo vi. O, al menos, creí verlo. En medio de las luces cambiantes y el gentío, unos ojos muy parecidos a los suyos se cruzaron con los míos. Mi corazón dio un vuelco, pero antes de que pudiera procesarlo, una voz masculina se deslizó detrás de mí.
―Hola, hermosa. Te mueves increíble.
Unas manos firmes sujetaron mi cintura, moviéndose conmigo al ritmo de la música. No me giré para verlo. No quería pensar, solo sentir.
Dejé que el calor de la música y el alcohol me envolvieran, olvidándome por completo de quién era, de dónde estaba, y de todo lo que cargaba conmigo. Esta noche no era la misma Leía a la que habían dejado atrás.
Esta noche, era libre.