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Tu cicatriz en mí.

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Blurb

Leía piensa que su vida finalmente va a tener el final feliz que siempre soñó.

Después de tres años juntos, está a punto de casarse con Logan, el hombre que le ha robado el corazón. Todo está listo para el gran día: las invitaciones enviadas, los detalles organizados, y la vida parece llevarla hacia el final feliz que siempre deseó.

Sin embargo, una semana antes de la boda, recibe una carta, en la que él confiesa que no puede casarse, que necesita tiempo para encontrar claridad y le pide que no lo busque.

Desgarrada, Leía intenta localizarlo, pero él ya se ha ido sin dejar rastro.

Sumida en la tristeza, se toma una licencia del trabajo para procesar su dolor. Al regresar, descubre que su jefe se retirará y que será su hijo quien tomará su lugar: un hombre completamente opuesto a su padre, frío, distante y calculador. La relación entre ambos se vuelve tensa de inmediato, y lo último que Leía quiere es lidiar con un jefe que parece decidido a complicarle la vida.

Sin embargo, en medio de los conflictos y las discusiones, surge entre ellos una atracción tan inesperada como inevitable. Él, con su carácter implacable, será quien, sin darse cuenta, ayude a Leía a sanar y a redescubrirse y juntos aprenderán a encontrar en el otro una bocanada de aire fresco que cambiará sus vidas para siempre, transformando el dolor en una nueva oportunidad para amar.

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Capitulo 1
Leía Una semana. En realidad, cinco días. Ese era el tiempo que faltaba para finalmente dar el siguiente paso, para concretar, después de tres años, el sueño que Logan y yo habíamos estado construyendo con tanto cuidado y amor. En solo cinco días, estaríamos compartiendo nuestras vidas como nunca antes, dando inicio a la familia que ambos deseábamos formar. Claro, la idea de formar una familia todavía era un sueño a futuro; habíamos decidido que primero queríamos disfrutar nuestra vida juntos, explorar el matrimonio y conocernos en esta nueva etapa. Solo después, cuando sintiéramos que habíamos vivido y crecido lo suficiente como pareja, daríamos ese próximo paso hacia la paternidad. Y no podía sentirme más feliz, todo estaba justo donde debía estar, y la idea de lo que venía me llenaba de un cálido optimismo. Recordé cómo había empezado todo. Tres años atrás, en un día cualquiera, había salido a almorzar a un restaurante del centro en medio de una jornada laboral. Me acerqué a la barra y allí estaba él, mí Logan, con una sonrisa suave y unos ojos que parecían reflejar una serenidad inusual. No sé si fue el ambiente acogedor del restaurante o el aura tranquila de Logan, pero el flechazo fue inmediato, apenas intercambiamos algunas palabras, supe que había algo especial entre nosotros. Solo después supe que él era el dueño, un detalle que en ese momento ya no importaba, porque para entonces ya estábamos compartiendo citas regulares y construyendo algo genuino. Nuestra relación fue creciendo con naturalidad, en un vaivén constante entre su piso y mi apartamento. Ambos decidimos que no conviviríamos hasta después de casarnos, una decisión que habíamos tomado en conjunto para darle un toque especial a ese primer año de matrimonio. Era como si el compromiso de mantener ciertos detalles “a la antigua” nos diera una sensación de expectativa, un pequeño misterio que ansiábamos descubrir juntos. Además, estábamos buscando una casa donde construir nuestros recuerdos y aventuras futuras, pero eso sucedería después de la luna de miel. Mientras tanto, había comenzado a empacar mis cosas para mudarme a su piso temporalmente, hasta que nuestra propia casa estuviera lista. Cada objeto que guardaba en cajas, cada detalle que planeaba, me acercaba más a esa vida juntos, a esa visión que Logan y yo habíamos compartido en largas conversaciones durante las noches. Había tanto por hacer y tan poco tiempo para lograrlo, pero la emoción de los días previos hacía que cada momento pareciera perfecto, como si las prisas y los detalles pendientes fueran parte de la magia. En cinco días, estaría casada con el amor de mi vida, viviendo un cuento de hadas propio. La realidad, tan lejana a cualquier fantasía en su inicio, ahora se sentía como un sueño hecho a nuestra medida, uno que ambos habíamos construido, paso a paso, con amor y paciencia. Suspiré, estirándome para aliviar la tensión acumulada. Miré el reloj, en dos horas, Logan y yo teníamos nuestra última reunión con el cura de la iglesia en la que nos casaríamos. Era una especie de curso prematrimonial, o algo así, una tradición en la que la madre de Logan insistió cuando le anunciamos nuestro compromiso. Aunque no me consideraba una persona particularmente religiosa, había algo en aquella iglesia que hacía especial el ritual; después de todo, era el mismo lugar donde sus padres se habían casado. La madre de Logan, con una sonrisa nostálgica, nos explicó que estos encuentros previos ayudaban a reforzar la decisión de unirse en matrimonio, y, para mí, cualquier cosa que me acercara a su familia y sus tradiciones tenía un valor inestimable. El curso había sido una mezcla interesante de conversaciones profundas y anécdotas entrañables sobre la vida en pareja, y si bien no todas las ideas resonaban conmigo, sí había disfrutado el proceso de mirar hacia el futuro, de imaginar nuestro matrimonio desde cada perspectiva posible. Lo más lindo era cómo esas pequeñas reflexiones parecían acercarnos aún más, como si cada palabra intercambiada construyera un nuevo ladrillo en el hogar que estábamos por construir. Además de la reunión, tenía pendiente organizar el apartamento para una visita que me llenaba de ilusión. Mi madre llegaría mañana desde Los Ángeles, y a pesar de que ella, vivía al otro lado del país, siempre habíamos sido muy unidas. Sería de los primeros invitados en llegar para la boda y, con su negocio, una floristería que ella manejaba, era todo un logro que se tomara unos días para estar conmigo antes del gran día. En cada llamada, ella me contaba emocionada los detalles que estaba preparando para las flores de la ceremonia y la recepción, asegurándose de que cada arreglo reflejara nuestra esencia como pareja. No podía dejar de sonreír al imaginarla aquí, en mi espacio, ayudándome a prepararme para esta nueva etapa. La anticipación me llenaba de una alegría genuina y me hacía sentir que este no era solo el comienzo de mi matrimonio, sino de una nueva oportunidad de poder disfrutar con mi madre también, después de tanto sin vernos. Mientras tanto, me dispuse a acomodar el apartamento, asegurándome de que todo estuviera listo para cuando llegara. Apenas una hora antes de nuestra cita en la iglesia, con el tiempo justo, me metí al baño para darme una ducha rápida. Me tomó solo quince minutos estar lista, me sequé, peiné, y me dirigí al vestidor para elegir mi atuendo. Opté por un vestido rosa pálido de mangas tres cuartos, con un ligero cintillo en la cintura, acampanado y con una caída perfecta justo por encima de las rodillas, para completar el look, elegí unos tacones en el mismo tono y un semi recogido que dejaba caer algunos mechones sobre mis hombros. Con las llaves del auto y un pequeño bolso en mano, salí del apartamento, sintiendo una mezcla de nervios y emoción por la reunión. Sin embargo, cuando llegué a la iglesia, cinco minutos tarde, noté con extrañeza que Logan tampoco estaba allí, respiré hondo y, con mi mejor sonrisa, me disculpé con el sacerdote por la demora. Luego le marqué a Logan, la llamada fue directo al buzón de voz. ―Lo siento mucho― dije, tratando de sonar tranquila mientras miraba al sacerdote―. Volveré a intentar llamarlo. Pero una segunda llamada también fue al buzón, y entonces sentí una punzada de inquietud. Logan nunca se retrasaba sin avisar, si surgía algún imprevisto, me lo hacía saber al instante. Pasaron quince minutos, luego veinte, y comencé a sentir que algo estaba mal, intenté llamarlo una y otra vez, pero sin éxito. Al cabo de media hora, después de disculparme incontables veces con el sacerdote, este se vio obligado a cancelar nuestra reunión. Justo cuando estaba a punto de salir de la iglesia, un joven, que parecía mensajero, se acercó y me dirigió una mirada de confirmación. ― ¿Señorita Murphy? ― preguntó. ―Sí, soy yo― respondí, sorprendida de que alguien me buscara aquí. ―Esto es para usted― me entregó un sobre, asintiendo con una leve sonrisa―. Que tenga buena tarde. Antes de que pudiera formular alguna pregunta, el chico ya había dado la vuelta y desaparecido. Miré el sobre en mis manos, sin remitente, solo mi nombre escrito con una letra que reconocí al instante, la de Logan. Una sonrisa involuntaria asomó en mis labios al ver su caligrafía, pero, al comenzar a leer, esa sonrisa se fue desvaneciendo poco a poco. "Cariño, Lamento tener que hacerlo por medio de una nota. Es muy difícil para mí, pero no puedo seguir empujándote hacia algo que no nos llevará a ningún lado. Leía, no estoy seguro de esto, de nuestra relación ni de este casamiento. Estoy confundido y necesito tiempo para aclarar mis pensamientos y sentimientos. Lo siento mucho; nunca quise que las cosas resultaran así. Me he ido, no me busques. Por los gastos de la boda no te preocupes, mi familia y yo nos hemos encargado de cubrir todas las cancelaciones. En serio, Leía, lo lamento mucho. Eres una mujer muy valiosa e importante para mí, y por eso, decido dar un paso al costado para no terminar lastimándote más. Logan." Leí y releí la nota, una, dos, tres veces, tratando de procesar lo que estaba diciendo. Las palabras se confundían en mi cabeza; el suelo volviéndose inestable bajo mis pies. ¿Qué significaba esto? ¿Cómo que no podía casarse? Nuestra boda era al final de la semana. Cinco días, y ahora él sentía que necesitaba aclarar sus sentimientos. Un nudo me atenazó la garganta y las piernas me flaquearon, incapaces de sostener mi propio peso. El aire se atoró en mis pulmones mientras trataba de respirar, pero todo alrededor comenzó a dar vueltas, mi mente se llenó de recuerdos, de promesas compartidas, de los planes que habíamos hecho juntos, de la vida que habíamos empezado a construir. ¿Cómo podía desmoronarse todo en un segundo, con unas pocas líneas en un papel? Saqué el teléfono y, temblando, marqué su número de nuevo. El mismo tono frío y vacío del buzón de voz respondió. Intenté otra vez. Nada. Como si todo aquello no fuera más que una broma cruel, pero cada segundo que pasaba, la realidad caía fuerte y pesada, Logan se había ido, y me había dejado aquí, con el corazón roto y todos nuestros sueños de futuro esparcidos como piezas de un rompecabezas imposible de resolver. Me dejé caer en uno de los bancos de la iglesia, abrazando el papel contra mi pecho, buscando una explicación en el eco de las paredes vacías, en las velas parpadeantes, en el silencio implacable de un mundo que parecía haberse detenido en ese instante. Me limpié las lágrimas con brusquedad, casi con rabia. Esto tenía que ser una broma cruel, de muy mal gusto, no podía aceptar que Logan me hubiera dejado, no cuando faltaban solo cinco días para nuestra boda. Él me amaba… Dios, esa misma mañana se había despedido de mí con un beso lleno de amor, mirándome como si yo fuera su mundo. Con manos temblorosas, me abroché el cinturón de seguridad y encendí el motor, manejando casi sin pensar, con la mente en un solo objetivo: verlo, enfrentarlo, aclarar esta pesadilla. Llegué a su edificio y, sin detenerme, estacioné el auto y corrí al hall de entrada. Mi única intención era subir a su departamento y exigir una explicación. Cuando me dirigí apresurada al ascensor, una mano se interpuso, frenándome. Era Peter, el guardia de seguridad, quien me miraba con una mezcla de pena y profesionalismo. ―Lo siento, señorita Leía― dijo con voz suave pero firme―. No puede subir. El señor Clark ha salido de viaje y no se encuentra aquí. Lo miré, incrédula, con el corazón palpitando en mis oídos. ¿Viaje, a dónde? ¿Cómo era posible? Apenas unas horas antes habíamos hablado sobre la reunión en la iglesia y sobre los últimos preparativos de la boda. ―Peter, por favor, solo necesito subir un momento― le supliqué, tratando de controlar el temblor en mi voz―. Esto debe ser un malentendido. Peter negó con la cabeza, apenado, y fue detrás del mostrador. De allí sacó una caja grande, cuadrada, envuelta en papel marrón, y la colocó sobre el mostrador con una expresión de sincera compasión. ―El señor Clark dejó esto para usted― dijo, mirándome como si supiera que su gesto solo haría más hondo el pozo que se abría a mis pies. Sentí un escalofrío recorrerme. Me quedé inmóvil, incapaz de reaccionar, logan no solo se había ido; se había asegurado de empacar tres años de recuerdos, tres años de nuestra vida juntos, y meterlos en una caja. Esa caja contenía cada una de mis cosas, los pequeños detalles que había dejado en su departamento, las huellas de mi presencia en su vida, como si todo se pudiera borrar con un solo gesto. Finalmente, con pasos vacilantes, tomé la caja entre mis brazos y salí en silencio del edificio. El peso de aquel paquete no era solo físico; cada paso hacia el auto era como llevar una piedra más en el pecho, un dolor profundo que se expandía en mi interior. Al llegar al auto, me deslicé en el asiento y cerré la puerta, apoyando la caja en el asiento del copiloto. Apenas cerré la puerta, el silencio me envolvió, y entonces el dolor estalló. Las lágrimas brotaron de nuevo, pero esta vez no me molesté en contenerlas. Mis hombros temblaron, cada sollozo arrastraba una emoción que no sabía cómo manejar, incredulidad, rabia, desesperanza. La traición se sentía como un frío cortante, llenando cada rincón de mi ser. ¿Cómo podía haber hecho esto? ¿Cómo pudo pensar que empaquetar mis cosas en una caja cerraría de un plumazo lo que habíamos compartido? Abrazando la caja, sintiendo cada objeto que contenía, cada recuerdo de las noches que habíamos pasado juntos, las risas, los sueños… Me desplomé contra el volante, sollozando sin poder controlar el temblor de mi cuerpo, porque, en ese momento, entendí la realidad devastadora que estaba viviendo. Logan se había ido, dejándome sola en medio de nuestra historia inconclusa. Después de lo que pareció una eternidad, con los ojos rojos e hinchados, encendí el auto casi por instinto. Apenas podía ver a través del parabrisas, pero el vacío en mi pecho era tan profundo que cualquier lugar al que fuera me parecía mejor que ese estacionamiento, donde la ausencia de Logan se sentía tan pesada como su traición. Mientras avanzaba lentamente por las calles, las luces de la ciudad parecían desdibujarse en una mezcla de colores borrosos, reflejando mi confusión. No tenía idea de a dónde dirigirme, todo lo que quería era respuestas, una explicación que aclarara el porqué de su partida y el cómo de aquella despedida tan fría. Sin embargo, lo único que tenía era el silencio, una nota escrita con palabras que parecían ajenas, y esa caja con mis cosas, como si nuestra relación pudiera ser empaquetada y enviada de vuelta sin más. Un nudo de pánico se formó en mi estómago al recordar que había vendido mi apartamento para mudarme con él. La fecha de entrega era al final de la semana, y ahora… ahora no tenía un lugar al cual llamar hogar. En solo cinco días iba a ser su esposa, su compañera de vida. Ya no solo había vendido mi hogar; había dejado parte de mi vida, mi independencia, mis planes, había apostado todo en este amor, en esta vida juntos, y de repente, estaba en medio de la nada, sin un lugar donde caerme de pie. Me estacioné a un lado de la calle, incapaz de seguir adelante, y dejé que una nueva oleada de desesperación me envolviera, tomé el volante con ambas manos, aferrándome a él como si fuera mi única ancla en un mundo que de repente se había vuelto demasiado incierto. Cerré los ojos, deseando con cada fibra de mi ser que esto fuera una pesadilla, que en cualquier momento despertaría y todo sería como antes. Me vería a mí misma en mi departamento, con Logan, planificando los últimos detalles de la boda, riéndonos juntos, soñando en voz alta sobre nuestro futuro. Pero no era un sueño, y la realidad era un golpe que dolía en lo más profundo de mi corazón. Estaba sola.

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