—Vuelve a repetirlo hasta que se te grabe en esa cabecera. Nunca saldrás de este castillo. Vivirás en mi habitación, serás mi recipiente de semen para toda la vida. —se acerca para llevar uno de sus pechos a su boca para comenzar a succionarlos con hambre. Aquilegia tira su cabeza hacia atrás.
—Pídeme que te posea, aquí y ahora. Suplicame para qué te coma ese culo rico. Júrame lealtad mientras te como completa.
—Zurek. —gime al sentir la primera nalgada.
—No soy Zurek, soy tu señor, tu dios, soy tu hombre. —vuelve a azotar una y otra vez sus nalgas. Aquilegia sentía tanto ardor como placer al sentir las manos de su esposo azotando sus glúteos—. Eres una completa zorra. —comenta sintiendo como la cara interna de los muslos de su mujer están empapados de sus fluidos.
Este la sube al banco de piedra de la mazmorra. Antes de soltar sus manos ajusta un grillete en el cuello de su mujer para luego soltar sus manos. Aquilegia gime de dolor por el peso del grillete en su cuello.
—Ya veo que te gusta que te castiguen. —dice Zurek lamiendo su oreja. Abre sus piernas viendo que su coño sólo pedía v***a. Estaba tan caliente que se lo pone sin problema. Aunque eso es imposible pues pal fue muy generoso con su órgano reproductor. Abrió sus piernas y las puso sobre su pecho para comenzar a hundirse en su v****a. Aquilegia gimió al sentir su invasión y Zurek por primera vez la besó mientras su polla se iba desapareciendo a su vista. Comenzó a embestirla con calma. No tenía prisa, la tortura le sienta bien a su señora esposa. Comenzó a dar manotazos en sus pechos estimulando sus pezones. Aquilegia comenzó a gemir de placer y este sale de ella para voltearse. La puso en cuatro arqueando su espalda, abriendo sus nalgas para hundirse en ella. Lleva sus dedos hasta el clítoris caliente de la chica para comenzar a estimularlos. En la mazmorra sólo se escuchaban los gemidos de la reina mientras el rey la azotaba con su v***a. Este llega al clímax, corriendose en su trasero, llenándolo de su simiente. Aquilegia cae en el banco buscando acoplar su respiración. Solo siente que Zurek quita el grillete de su cuello y la toma en brazos para sacarla de allí. Nunca quedaría satisfecho de su mujer. Esa mujer es su dueña, su reina y poco a poco está ocupando un lugar importante para él.
Aquilegia despertó en una habitación que no es la suya. Se sienta en la cama observando que está en la habitación del rey.
— ¿Por qué me trajo aquí y no me llevó a mi alcoba como acostumbra? —se pregunta mientras va saliendo de la cama, se sienta en el borde de esta y ve una nota que le dejó sobre la mesa de noche.
Mi hermosa reina, hasta que yo vuelva a confiar en ti, serás la invitada de honor en mi habitación. Nadie que no sea Silvana te puede atender. A tu lado hay una campana, si necesitas cualquier cosa puedes usarla. quiero que estés desnuda y a mi disposición todo el tiempo. Besos. Tu amado rey.
Aquilegia estruja la nota con coraje.
—Maldito, mil veces maldito. Lo odio tanto, pero buscaré la manera de salir de aquí, parece como si al imbécil le saliera todo bien. No tiene idea de cuanto lo estoy llegando a detestar. —escupe furiosa.
Se pone de pie y camina hasta una de las ventanas de la habitación. Se pone su albornoz de piel y va a la puerta. Sonríe al cerciorarse que no tiene seguro puesto. Abre la puerta encontrando dos guardias en cada lado de esta.
—Señora, no puede salir. —dice uno de los hombres—. Si el rey se entera que salió a la puerta puede ordenar cualquier cosa que se le ocurra para castigarnos. —concluye el moreno de algunos dos metros y Aquilegia comprende que ninguno de ellos se irá a su lado solo por miedo a su despreciable esposo.
La puerta vuelve a cerrarse en sus narices dejándola más frustrada que minutos atrás. Camina hasta la mesa donde está la campana y hala de la cuerda para hacerla sonar. En unos minutos tenía a Sulvana con su desayuno seguida de cinco hombres con cubos de leche caliente para su baño.
—Buenos días señora, el rey ha dispuesto baños de leche diario para usted. Desea que su piel permanezca radiante y suave para su deleite. —Aquilegia asiente—. ¿Desea tomar su desayuno primero o darse el baño?
—El baño, no quiero que se enfríe. —la mujer asiente y hace que estos llenen la ostentosa tina bañada en oro del rey.
Una vez los esclavos salieron de la habitación dejando a las mujeres solas, Aquilegia se desviste y Silvana la sigue para cuidar de su reina. Silvana comienza a tallar el cuerpo de su señora de manera suave. Una vez lista acomoda el desayuno frente a Aquilegia. Esta vez el desayuno solo tenía el anticonceptivo. El rey ordenó que suspendieran los afrodisíacos, desde esa noche en adelante será suya a lo natural, entiende que ya su mujer está lo suficientemente corrompida para pedirle su polla todas las noches. Aquilegia agradeció a Silvana por el desayuno y se acercó a la ventana para sentir el cálido sol.
—Mi señora, si el rey descubre que anda en la ventana sin ropa puede ensañarse en su contra. —Aquilegia ríe fuerte.
—Eso es ridículo, ya medio reino me ha visto desnuda. Solo la mente desquiciada de tu rey puede pensar esa ridiculez. —Silvana asiente cabizbaja y toma la bandeja para retirarse.
—¡Ah! —Silvana se detiene antes de salir.
—No me traigas el almuerzo hasta que no te lo pida. —Silvana asiente y termina de salir de la habitación. Aquilegia se quedó allí sola mirando las cuatro paredes de piedra. La habitación del rey es grande y cómoda pero ella no tiene nada que hacer allí. Ella debería estar gobernando al lado de su esposo para proteger a su reino.
Las horas pasaron sin que a Aquilegia le diera hambre. Esta pérdida en sus pensamientos cuando siente que habrán la puerta de la habitación.
—¿Estás bien? —pregunta un Zurek algo agitado.
—Si a estar bien te refieres a que respiro, si estoy bien. —contesta con indiferencia.
—Silvana me comentó que no has almorzado ni has pedido meriendas. — Aquilegia se encoge de hombros.
—No tengo hambre. —Zurek niega.
—Tienes que estar fuerte para esta noche, no quiero terminar con mi mujer desmayada. —Silvana entra con una bandeja enorme. Dos servicios sobre ella, la pone sobre la mesa decoradora para una cena romántica.
—Lo mio pueden llevárselo, no tengo hambre. — Silvana mira a Zurek quien niega y está sale de la habitación.
—Ven, vas a comer. —ordena pero Aquilegia pone resistencia.
—No, no lo voy a hacer, quiero morirme, quiero de alguna manera ser libre y estar lejos de ti. —explica sincera haciendo que el corazón de Zurek duela. Aunque él no lo demuestra está perdido por esa mujer. La misma que le ha regalado los mejores orgasmos de su vida, su virginidad fue su mejor regalo y su bien servicio amatorio lo tiene deseandola cada hora.
—No digas estupideces, tu eres y serás mi reina, para siempre. —Aquilegia niega.
—Prefiero morir. —Zurek la toma de los brazos.
—Nunca, nunca dejaré que nada te pase, eres mía, mi mujer y nunca permitiré que estés mal. Ahora vas a comer y luego me vas a rogar que te haga el amor. —En la mirada de su esposa ve el odio que le tiene.
—No sabes cuanto te detesto. —escupe enojada.
—Del odio al amor solo hay un paso. Déjate llevar y verás que lo pasaremos muy bien. —Este se acerca para besarla con fuerza.