Aquilegia cierra sus ojos al sentir las manos del hombre acariciando sus brazos con la yema de sus dedos. No sabía que estaba haciendo, pero dejaría de pensar y por algunos minutos se dejaría arrastrar por el calor del deseo. Jadeo cuando su consejero fiel acercó sus labios a su hombro dejando una líneas de besos que iban subiendo hasta el lóbulo de su ojera, piel que succiono erizando su piel.
Gustrel deseoso de ser el amante de su reina al menos por una noche al verla tan receptiva comenzó a quitar con destreza las piezas de tela que cubre la desnudez de la mujer. Aquilegia se queda petrificada, no es que fuera la primera vez que queda semidesnuda frente a un varón, pero sí de uno que esté tan cerca y la seduzca de esa manera. Esta comienza a dejarse llevar por las sensaciones hasta ese momento desconocidas para ella. No podía creer que su mano derecha se atreviera a tanto, pero a decir verdad no le desagrada su atrevimiento. Siente su cuerpo acalorarse de deseo. Tirando su cabeza hacia atrás hasta chocar con el pecho del hombre. Gustrel quien no pierde el tiempo acaricia con cuidado sus pechos haciéndola estremecer. El hombre rodea sus cintura hasta quedar frente a la mujer que ha deseado por tantos años que siente que es uno de sus sueños mojados.
Gustrel observa con hambre los pezones erguidos de la mujer a la que muere por poseer. Su reina es una verdadera beldad y estaba allí dispuesta a dejarse llevar por él. Había esperado eso tanto tiempo y ahora comprende que valió la pena la espera. Desde que era más joven que la veía nadando desnuda en uno de los ríos de su aldea y la ha deseado, ha buscado su cuerpo perfecto en sus amantes, pero ninguna le ha satisfecho porque no son ella, la mujer que sueña día y noche, por la que daría su vida si es necesario.
Gustrel toma a su reina por la nuca para acercar sus labios a los de ella. Aquilegia se sorprende al sentir el calor de sus labios, pero en ese momento lo desea. Abre un poco sus labios dejando que la lengua de su hombre explore su boca encontrando la suya para comenzar a danzar al mismo ritmo.
Los labios de Gustrel comienzan su recorrido por el cuello de la joven e inexperta mujer. Aquilegia suelta un gemido al sentir como este succiona su pezón humedeciendo su intimidad.
—Gustrel —gime al sentir como engulle su otro seno.
—Dime qué deseas más, déjame enseñarte lo que es el placer de ser amada. —dice el hombre volviendo a sus labios para besarla con pasión. Ya no puede dar marcha atrás su pene late bajo su túnica de cuero.
—Vamos a mis aposentos, enséñame a complacer a un hombre. —pide la reina dejándose arrastrar por el deseos de poder terminar lo que ha comenzado. Para Gustrel fue más que una orden, él estaba dispuesto a enseñarle todo sobre la entrega y el amor.
Entraron a la alcoba de la joven mujer y este la toma por la cintura para volver a hacerse de su boca. Aquilegia lo recibe ahora un poco más ansiosa, quería experimentar y aprender a complacer a un hombre.
En su cultura quien toma ese derecho es uno de los sacerdotes, este es quien entrena a las mujeres para que su matrimonio sea próspero y sus hombres sean complacidos. Una vez se anuncia el compromiso de una pareja la mujer es encerrada por una semana con uno de los sacerdotes, en esa semana el sacerdote elegido tiene la tarea de enseñarle todo sobre el arte amatorio. Las mujeres salen del pabellón listas para la boda donde sus hombres las esperan para disfrutar de su mujer.
Gustrel lleva a su reina hasta su cama donde la acuesta desvistiéndola por completo. Su m*****o estaba inquieto y deseoso de sentir el calor de sus labios. Sus miradas se encuentran, Aquilegia se deja llevar por sus instintos llevando sus manos hasta sus pechos para comenzar a pellizcar sus pezones mientras muerde su labio de manera sensual.
—Eres perfecta. —gruñe el hombre con su voz enronquecida. Este quita toda su ropa dejando ver su cuerpo marcado y su gran longitud—. Ven —la llama y esta se acerca para acariciar su fuerte pecho—. Quiero enseñarte el arte de estimular mis deseos con tu deliciosa boca. —Aquilegia gime cuando este muerde su labio. Gustrel la toma del cabello haciendo de su largo cabello un nudo para así guiarla a ponerse de rodillas frente a su ansioso m*****o. Aquilegia acerca sus labios con timidez saboreando las gotitas de su líquido preseminal que adornan su glande.
—Abre la boca y engúllelo todo, quiero sentir tu calor. —ordena sintiéndose poderoso, tener a la mujer de sus sueños regalándole placer era más que lo que él podía pedir en la vida. Aquilegia acogió la orden engullendo solo una parte de la extensa y gruesa longitud del caballero. Este comienza a embestirla sin reprimir sus anhelos. Esta cierra sus ojos, estaba excitada y necesitaba explotar. Gustrel siguió embistiendo su boca adentrándose un poco más cada vez hasta terminar en su garganta haciendo que esta beba por completa toda su leche.
—Quiero sentir más. —gime Aquilegia deseosa de poder llegar a la cúspide como lo hizo él.
—Tranquila, que alcanzaras a llegar al paraíso. —Gustrel la besó con fuerza saboreando su esencia en su boca. Eso lo excita mucho más. Este la sube a la cama para ponerla en cuatro y así lamer su centro completo. Aquilegia se agarró de las sábanas de su cama al sentir el delicioso cosquilleo.
— ¡Oh, por los dioses jokalianos! —gime cuando Gustrel abrió sus labios vaginales y hundió su lengua en ella saboreándola completa.
—Disfruta mi majestad. —Gustrel comienza su trabajo acostándose boca arriba en la cama para saborearla a gusto. Aquilegia deseaba más y más. Esta gime fuerte sin importarle nada, solo quería alcanzar la gloria. Gustrel no detuvo sus movimientos hasta que la inexperta mujer se corrió en su boca y Gustrel disfruto cada gota expulsada por su cuerpo. Subió con sus labios dejándola en la misma posición hasta sus colgantes pechos los cuales volvió a saborear chupando como si se alimentara de ellos. Aquilegia buscaba acoplar su respiración mientras disfruta de las caricias de su amante.
Gustrel la ayuda a acostarse en el centro de la cama, su m*****o estaba listo para romper esa barrera que los separaba de ser su mujer. Suya al fin. Después de todos esos años de espera, al fin sería suya.
Gustrel se acomoda entre sus pliegues y se toma el tiempo de apreciar lo hermosa que es. Aquilegia lo mira deslumbrada, es un hombre tan generoso al enseñarle con tanta devoción el arte de la pasión y la lujuria. Tiene entendido que los sacerdotes no es que sean los más delicados a la hora de enseñar a complacerlos. Eso es un proceso, no hay amor, ni deseo, ellos solo les enseñan a complacer los deseos de sus hombres sin caricias, ni besos.
Todas las mujeres de su aldea deben aprender a realizar una felación perfecta, a recibir el m*****o de su marido por cualquiera de sus orificios sin ningún problema y a la hora y el lugar que este desee. Es de cada hombre si le regala placer a su mujer o no. Queda de ellos si desean saborearla y llevarlas a la cúspide del placer o simplemente la usan para sus pasiones más bajas. Aquilegia trató de cambiar esa ley, pero los sacerdotes que son los que aprueban o desaprueban las leyes se opusieron con el argumento que es una tradición y las tradiciones no se rompen.
Gustrel volvió a los labios de su amante acariciando sus pechos. Haciéndola gemir de deseo sacándola de sus pensamientos.
—Hazme conocer el poder de tu m*****o dentro de mí. —pide Aquilegia sintiendo como este lo roza por sus pliegues con su glande. Había que reconocer que su aldea era conocida por tener hombres bien dotados. Sus largas longitudes muchas veces sobresalen como bultos en sus sayos (unos licras parecidos a pantalones que algunos usan) pero cuando el calor aprieta optan por ponerlos solos para cubrirse del sol. Lo que los hace marcarse más.
—Sus deseos son órdenes, mi majestad. —el hombre toma su m*****o posicionándolo en su entrada. Aquilegia cierra sus ojos esperando su intromisión, pero esta nunca llegó.