Varios días después Zurek llamó a Silvana.
—¿Me mandó a llamar, señor? —Zurek asiente mandándola a cerrar la puerta. Desde la vez que estuvo en las mazmorras no ha vuelto a bajar pero Silvana le ha dado de beber el brebaje afrodisíaco a Aquilegia todos los días.
—Si, necesito que dupliques la dosis de afrodisíaco. Quiero que esa mujer me ruegue. —Silvana asiente.
—No dejes de darle el anticonceptivo, no quiero ningún hijo. —la mujer asiente.
—No he parado de darle ambas cosas, pero sabe que tampoco podemos abusar de las hierbas. —advierte Silvana.
—¿Qué puede pasar? ¿Qué se vuelva insaciable? No veo el problema. —dice sabiendo que le durará muchos meses el deseo por ella.
—Yo solo le advierto a mi rey. —La mujer va a salir pero este la detiene.
—Dile a Azael que la espose de pies y manos, tengo planes para hoy. —La mujer asiente y sale del despacho del rey. Zurek sonríe pensando en todas esas perversidades que planea para su invitada.
En la tarde volvió a bajar hasta la celda donde tiene a Aquilegia. Escucha sollozos y abre la puerta.
—¿Necesitas algo? —pregunta acercándose a ella. Aquilegia se vuelve a negar. Zurek se acercó y llevó una de sus pechos a su boca. Aquilegia tiró su cabeza para atrás. El calor del deseo la estaba quemando, que él succionara sus pechos es un aliciente para su dolor. En los días anteriores ha buscado satisfacerse cuando no puede más con el deseo, pero al estar engrilletada de pies y manos no puede. Aquilegia gimió al sentir la mano de Zurek acariciando sus pliegues. Llevó sus dedos a su boca y esta se deleito con sus jugos.
Zurek aprovechando que tiene sus piernas abiertas se pone de rodillas para lamer los excesos. Aquilegia gimió fuerte al sentir su lengua invadiendo su entrada. Maldijo por lo bajo, estaba muy deseosa, sentía que si seguía se correría en su boca.
—¡Oh! —gime comenzando a sentir espasmos. Zurek al darse cuenta que estaba por conseguir su orgasmo se levanta para besarla.
—No te vas a correr hasta que me supliqué que te haga mi mujer. —escupe el hombre que llevaba días soñando con ella, comiendo con su harén para no caer en la tentación de bajar y empotrarla. La sueña día y noche, pero su orgullo vale más que una esclava nueva.
—Prefiero morir de necesidad y deseos a pedirte que me hagas tuya. Nunca me voy a entregar a ti, nunca me conocerás como mujer. —Zurek sonríe.
—Bien, mañana voy a ordenar que comiencen a traerme cabezas de tus aldeanos. De seguro eso te estimulará a entregarte a mi. —Aquilegia niega.
—No, por favor, no le hagas nada a mi pueblo. Tu me dijiste que ellos por mi y aquí estoy aguantando torturas, duermo como una esclava. No me he quejado, por favor, no hagas nada a mi pueblo. —Aquilegia llora y Zurek la toma del cabello.
—Suplicame que te haga mi mujer. —Aquilegia cierra los ojos.
—Nunca te entregaré mi virtud. Tú nunca me conocerás como mujer porque no conozco hombre. —aclara la chica harta de su destino.
Zurek la suelta estupefacto, como que su virtud, y ella tenía de amante al consejero de su pueblo. Zurek la vuelve a mirar a los ojos. Aquilegia niega.
—¿Como yo se que no me mientes? —Aquilegia como puede se encoge de brazos.
—No tengo que demostrarte nada, no me interesa que me creas o no. —Zurek maldice por lo bajo.
—Azael —grita llamando a su fiel guardia.
—¿Necesita algo mi señor? —pregunta el hombre deleitándose con el cuerpo de Aquilegia. Amaba tener que ir a agarrarla o a desnudarla para su rey.
—Suéltala —ordenó y este hace lo que le pide—. Ahora va a buscar a Calixta y al sacerdote Fausto. Estaremos en mis aposentos. —El guardia sale rápido a cumplir con las órdenes de su jefe.
La tomó del brazo para hacerla caminar hasta sus aposentos donde le pidió que se acostara. Camino de lado a lado hasta que la mujer llegó.
—Señor, para que soy buena. —Zurek detiene sus pasos para mirarla.
—Esperemos que llegue Fausto. —La mujer toma asiento mirando a Aquilegia que estaba sentada sobre la cama del rey totalmente desnuda. El sacerdote de confianza de Zurek entra.
—Al fin, necesito que Calixta certifique que esta mujer es virgen y tú serás el testigo. —Aquilegia mira a Zurek espantada—. Vamos mujer abre las piernas, necesito saber si eres o no lo que dices. —ordena Zurek teniendo en mente otra cosa para la hermosa mujer.
Aquilegia hace lo que Zurek le exige. Se acuesta y abre sus piernas la mujer que funge como curandera y partera en el castillo, examina a la joven mujer y sonríe.
—Efectivamente señor, está mujer aún conserva su pureza. —Zurek asiente sonriente, tiene nuevos planes.
—Déjeme a solas con ella. —dice este con una gran sonrisa. Una vez todos salen de la habitación este vuelve a mirarla—. Tengo grandes planes contigo, ahora es solo que tú aceptes.
—Ni lo sueñes, nunca aceptaría ningún trato con un imbécil como tú. —escupe volviendo a sentarse en la cama, Zurek vuelve a sonreír.
—Te conviene, tengo dos propuestas, te casas conmigo y me das el heredero que necesito para conservar mi linaje o vendo tu virginidad a algún amigo rey por sus tierras. —se rasca el mentón caminando frente a Aquilegia. La mujer lo mira estupefacta, él no le puede estar proponiendo eso.
—Sí, eso haré.—Aquilegia niega.
—No, tú no puedes usarme como te dé la gana. —escupe furiosa levantándose para darle de puños en el pecho. Zurek la toma de las muñecas y sin más une sus labios con los de ella. Aquilegia mordió su lengua, pero este solo la tiró sobre su cama y subió sobre ella volviendo a apresar sus manos.
—Si no fuera porque te necesito virgen en este momento estuviera hundiéndome en tu rico y caliente coño. —dice mientras deja besos en su cuello.
—Te odio —escupe Aquilegia y este solo sonríe ladino.
—Compartimos el mismo sentimiento. —dice marcando uno de sus senos con un chupetón.
Zurek salió de la cama y se volteó para mirarla. Te van a venir a buscar, voy a designar a una chica para que te ayude con el aseo en esa habitación hay vestidos, prueba telas y si no te sirven dile a la empleada que los ajuste para ti. Mientras yo veo que trato me conviene más. —termina saliendo de la habitación. A los minutos Azael y Mirella entran para escoltarla a la antigua habitación de la difunta reina. Aquilegia se dejó escoltar hasta llegar a la habitación. Gimió al sentir los roces de sus pliegues. El calor sigue en su interior.
—¿Se encuentra bien, mi señora? —pregunta la empleada y Aquilegia asiente a pesar del calor y el deseo que corre por su cuerpo.
—Sí, no te preocupes. Deseo un baño. —la chica a rápido pide a Azael que vaya por los lacayos para que traigan agua para bañar a la señora.
A la media hora ya Aquilegia estaba metiéndose en la pileta llena de agua. —Espere y la ayudo. —Aquilegia niega. La mujer sale del cuarto de aseo para arreglar el vestido que le quedó a la señora. Aquilegia aprovechó esos minutos de soledad para acariciar sus pechos y con sus dedos desfogar ese calor que estaba matando. Gimió fuerte al alcanzar su anhelado orgasmo. Nunca había deseado tanto a un hombre como esos días en la mazmorra. Salió más relajada, aunque por su cuerpo aún siente la sensación de deseo correr.
Se vistió y esperó paciente que el mendigo rey entrará para anunciarle que había decidido. Mirella salió por órdenes de Aquilegia, quería estar algunos minutos sola con sus pensamientos. El castillo de Zurek era muy bonito, pero no se respira la misma paz que se respira en el de ella. Extraña Joskalia, cuanto daría por ver a su gente reír, bailar y montar un compartir unidos. Suspiro cansada limpiando sus lágrimas.