—No responde el teléfono —dijo Violet después de un rato.
Alana, quien había regresado de su exploración, se encontraba sentada de piernas cruzadas al lado de la lámpara de minie junto a su cama. Alana estaba soplando el barniz fresco en sus uñas, mientras observaba a Violet enloquecer porque había perdido algo. La vio caminar de un lugar al otro con el teléfono en la oreja y dejando mensajes de voz pidiendo que encontrasen un collar. Alana no le dio importancia. Acababa de conocerla y se veía normal. Lo que le causó curiosidad fue su unión con Akron.
—¿Tienes el número de algún taxi? —le preguntó Violet.
Ella la miró por encima de sus uñas frescas.
—Tengo un Uber, pero ¿a dónde vas?
—Debo ir por mi collar —dijo Violet—. Sé que lo dejé en ese bar.
Alana alzó una ceja.
—¿Quieres ir al bar de los Demonios a esta hora?
Violet apretó el teléfono a su pecho.
—¿Por qué no? —preguntó.
Alana sonrió. Había mucho que ella no sabía.
—Por algo los llaman Demonios —dijo—. No es por gusto.
Violet suponía que eran hombres peligrosos, pero nada que Akron no pudiera solventar. Y si él no le atendía el teléfono, ni le daba una explicación, ella iría por su collar. Ella era la interesada, no él. Por eso cuando le dejó el último mensaje, decidió ir. No le importaba que fuese inseguro. Ella estaba segura de que Dios la protegería, o en dado caso, Akron lo haría por la promesa a su hermano. Violet estaba tentando demasiado su suerte.
—No deberías ir, Violet —advirtió Alana al saber lo que sucedía allí—. Aquí dentro no les pertenecemos, pero afuera, somos suyas.
A Violet no le gustó escuchar semejante barbaridad. Eso no podía ser cierto. Las personas solo le pertenecían a su creador, no a un humano corriente. Violet pensaba que era mentira que realmente existieran personas que reclamaran a los demás. El haberla criado en una burbuja en la que ni una mosca le tocaba la piel, la hizo ingenua de toda la maldad que la rodeaba.
—No me importa lo que digan de ese lugar. Ese collar es importante para mí, Alana —le dijo—. Me lo dio mi padre.
Alana cerró la boca y tragó saliva. No entendía si era estúpida, o demasiado ingenua, pero cualquiera de las dos, era malo.
—Por favor, ayúdame —pidió Violet.
Alana evitaba acercarse a esas personas. Ellos la aterraban. Las historias que escuchaba de ese lugar, eran atroces. Asesinaban, violentaban, hacían lo que mejor les pareciera y no rendían explicaciones. Eran libres de destruir lo que quisieran, incluyendo las mujeres a las que veían. Era una pena lo del collar de Violet, pero Alana no podía ayudarla a solucionarlo, no en ese lugar.
—No te conozco, Violet, y le tengo tanto miedo a esos hombres, que cuando los veo todos juntos, vomito. Lo siento, pero no seré una de sus putas por acompañarte —dijo elevando de nuevo sus uñas y soplándolas con insistencia—. Apáñatelas como puedas.
Violet no captó nada de lo que la chica le dijo. Sintió que no eran más que fábulas que contaban para aumentar el miedo. Nadie era así en su pequeña burbuja, y pensó que afuera era igual.
—Por favor, Alana —le pidió uniendo las manos—. Te lo suplico.
Violet le dijo que eso era lo único que tenía de su familia, y que no podía perderlo. Eso tocó la fibra familiar de Alana, y aun alertándola y en contra de su voluntad, le dijo que le preguntaría a alguno de sus amigos si conocían la dirección, y se la escribiría para que pudiera dárselo al taxista. Esa fue la primera cosa buena que le sucedió a Violet ese día, y su sonrisa fue genuina.
—Te lo agradezco mucho —le dijo—. No sé que sucederá si no lo encuentro, o no lo llevo en mi cuello. Me siento desnuda sin esa protección, además, Akron me cuidará como debe hacerlo.
Alana lo hacía porque ella parecía una buena chica, no porque quisiera qué realmente se metiera en ese lugar a buscar problemas. Era evidente que los problemas llegaban a ella como un huracán y lo desordenaban todo, y Alana no quería tener problemas por su culpa. La ayudaría y se lavaría las manos. Cumplió con advertirle que ese lugar no era bueno para ella. Violet estaba cegada por esa maldita cruz que sentía que si no tenía, la alejaba de Dios. Alana no entendía su obsesión, y Akron tampoco cuando arribó al campus pasadas las seis de la tarde y sujetó al primer chico que le cruzó por el frente para preguntarle por ella.
—¿Dónde esta la habitación de Violet Lux? —le preguntó.
El muchacho apenas pudo decir algo por la presión de la camisa rasgándose en la mano de Akron, y la mirada aterradora del Demonio. Finalmente le dijo que no sabía quién era, y Akron lo empujó tan fuerte, que el muchacho rebotó en el césped como una pelota. Fue entonces cuando alzó la voz y preguntó si alguien sabía donde estaba ella. Todos quedaron congelados en su lugar. Akron esperó tres segundos y comenzó a señalar para que le dijeran. Finalmente, cuando la mayoría estaba tan aterrado que apenas recordaban como respirar, una chica le dijo el número del dormitorio. Akron les dijo que se largaran, y despejaron de tal forma y rapidez la entrada, que él caminó por un pasillo despejado, cambió al otro lado del campus y subió unas escaleras hasta el pasillo oscuro donde se encontraba la habitación de ella.
Akron odiaba las universidades. Detestaba ese aire de juventud emocionada por su futuro, que ese aroma era vomitivo. El entusiasmo y las ansias de saber algo nuevo, era algo que a él no le gustaba, así como jamás le gustó estudiar. Su madre fue quien lo animó cuando era un pequeño, pero cuando murió, Akron dejó todo de lado y entró al segundo lugar donde podía asesinar sin rendir explicaciones. La infancia de Akron fue su mejor momento, antes de que comenzaran a asesinar a las únicas personas que amó. Si su madre lo viese en ese momento, sabiendo en lo que se convirtió, estaría entristecida y culpándose por el monstruo que su ausencia causó, pero como eso era imposible, continuaría siendo el hombre temido que cuando colocaba un pie en un lugar, las personas desaparecían y a las mujeres se les mojaba la ropa.
—Bien, tengo la dirección de… —le dijo Alana a Violet mientras ella caminaba de un lugar al otro—. Akron
Violet se detuvo con la espalda hacia la puerta abierta y abrió los ojos como una luna llena antes de sonreír por la buena noticia.
—Perfecto —dijo Violet sonriendo—. ¿Dónde lo encuentro?
Alana miraba fijamente a la persona detrás de ella.
—Detrás de ti, pastelito —dijo Akron susurrando en su oreja.
Violet chilló, saltó y giró para encontrarlo en la puerta.
—Dios —chilló Violet.
Akron cruzó los brazos y se recostó del umbral de la puerta.
—Dios no es tan letal como yo —dijo—. Soy el opuesto de Dios.
El corazón de Violet estaba que saltaba de su pecho. Casi podía escucharlo golpeando su pecho con fuerza cuando se alejó de la puerta y miró al mismo hombre que casi la mató de miedo en el bar. Y si era posible, en ese momento era más aterrador.
—¿Qué haces aquí? —preguntó Violet llenándose de valor.
Akron sacó el teléfono de su bolsillo y lo alzó.
—Tengo muchas llamadas tuyas, y detesto que me llamen sin saber la razón —le dijo mirándola—. ¿Qué quieres, Violet?
Alana se arrinconó hasta la ventana que daba al campo de futbol y miró la cantidad de notificaciones que tenía en el teléfono anunciando que un Demonio estaba en el campus buscando a Violet. Alana sabía que era una mala idea el averiguar de ellos. Esos hombres no eran demonios porque el nombre fuese aterrador. Era porque estaban en todos lados, y eran aterradores.
—Dime, pastelito —dijo Akron mirando sus nuevos zapatos—. ¿Por qué razón me llamaste tantas veces seguidas?
Akron lo sabía, pero quería escucharlo de su pequeña boquita.
—Perdí mi collar —dijo ella aterrada de su mirada—. No sé donde esta, o si sé. Creo que esta en tu bar, o en tu auto, no lo sé.
Akron se tocó las muelas con la punta de la lengua y regresó el teléfono a su bolsillo. Akron asintió una vez con la cabeza y dio un paso adentro. Alana retrocedió y abrió la cámara. Si algo le sucedía a ella, estaría grabado. Akron se acercó a Violet y ella retrocedió una vez antes de que él la sujetara por la cintura, enroscara su brazo en su espalda y la acercara a su pecho. Violet soltó otro chillido, miró su pecho cubierto por una camiseta oscura e inhaló el aroma del cuero de su chaqueta y la nicotina del cigarrillo. Violet no quiso tocarlo, y en su lugar dejó sus brazos colgando.
—¿Me llamaste diecisiete veces para que te busque un maldito collar? —preguntó él mirando abajo a sus ojos claros.
Violet tragó grueso y sintió como el pecho de Akron le rozaba el suyo en el sube y baja de su respiración. Era la segunda vez en ese día que estaba tan cerca de él, y que podía escuchar su pesada respiración. Akron apretó la mandíbula y por primera vez miró esas pequeñas pecas que cubrían el puente de su nariz y el área cercana. Eran pequeñitas, igual que su nariz.
—Ese collar es importante para mí —dijo ella mirando su pecho por temor a alzar la vista—. Me lo regaló mi padre antes de irme.
Akron usó su otra mano para apretar la nuca de Violet y hacerla mirarlo. El pulgar de Akron estuvo en su mentón y lo apretó igual de fuerte que lo hizo con su nuca, para que esos pequeños y redondeados ojos lo mirasen con temor.
—No me importa, Violet —gruñó apretando su espalda y acercándola aún más a su pecho—. No tienes que llamarme tantas veces por un maldito collar que no me importa. No me importa tu maldita religión, ni la importancia que tiene ese puto collar.
Violet tembló y él sintió como su cuerpo se movía. Le molestó que la tratase como si ella no importase, ni su collar o su religión. Todo eso era importante para ella, pero no para él. Para él, era algo reemplazable, así como lo eran las mujeres. Y ni porque estuvieron tan cerca, alguno de los dos sintió algo que no fuese temor por parte de ella, y odio por parte de él. Odiaba cuando las mujeres no lo obedecían, y ella era el claro ejemplo de lo que detestaba, solo que Violet tenía ese bonito empaque que sería incapaz de arruinar para hacerle entender que él era el jefe.
—No sé qué clase de vida llevaste hasta ahora, ni lo devota que seas. Tampoco sé qué clase de cosas te metieron en la cabeza, ni lo dañada que estás, pero nada de eso me importa —le dijo Akron rozando su mentón con el pulgar—. Aquí se hace lo que yo digo. Yo hablo, tu obedeces. Así funciona esto. No soy tu lacayo, ni soy tu niñero. No soy ni tu puto amigo, ni tu puto papá, ni tu puto hermano. No sé si ellos te obedecían, pero conmigo esa hermosa boquita no funciona. Conmigo, no harás lo que quieras.
Violet tembló una vez más, y más porque él la estaba tocando. No fue nada que no le hubiesen hecho antes, pero fue lo bastante diferente como para sentir que Akron exploraba más allá.
—No tengo tiempo para que me traigas de un lado al otro. Mi trabajo no es cuidarte, como Justin te lo hizo creer. —Akron miró sus labios dos segundos antes de mirar sus ojos—. Y como no tengo tiempo para esto, pediré que alguien más te cuide.
Violet sintió el escozor de su dedo antes de sentir como lentamente se acercaba a sus labios. Su estómago saltó y los dedos de sus pies se encogieron. Akron volvió a mirar sus labios y rozó el borde inferior. Sintió un impulso de deslizar la punta de su pulgar por encima de su labio inferior y hundirlo en su boca, pero se contuvo cuando recordó que ella era la hermana de su amigo. Justin no era la mejor persona, pero le debía su vida, y eso era mucho. El favor de cuidar de su hermana no era nada para lo que él hizo, y sí, no estaría en deuda siempre, pero lo estaba.
—Un novicio vendrá a cuidarte —le dijo Akron al quitarle la mano de la nuca y soltar su espalda—. No tengo tiempo para esto.
Violet cayó sobre sus pies cuando él la soltó y el cabello le rozó las mejillas. Akron no retrocedió, ella lo hizo, mientras Alana estaba grabando todo lo que sucedía. Eso quedaría en el registro de su foro escolar, no solo para que supieran lo que era Akron Jagger, sino para que entendieran que ella era suya, pero al mismo tiempo no lo era. Ya luego haría su entrada con el detalle de lo que vio. Por su parte Akron le dio una última mirada al pastelito que llevaba en su suéter y casi sonrió por lo ridícula que era esa ropa. No era el atuendo para el cuerpazo que había bajo su hábito.
Violet miró como él retrocedía a la puerta y giraba, y sintió que la esperanza de recuperar su collar se alejaba d ella.
—Akron, mi collar —dijo alto.
Akron se detuvo de espaldas a ella.
—Olvídate de él —dijo paciente.
Violet dio un paso hacía él.
—Debe estar en tu auto. Déjame al menos…
—¡No! —gritó girando y haciéndola temblar por la fuerza de su voz y el fuego en sus ojos—. Se acabó el tema, Violet.
Ella lo miró a los ojos y supo por qué los llamaban Demonios. No era porque les temían, ni porque era un nombre intimidante, sino porque eran hombres fuertes que destruían lo que tocaban. Eran almas impuras, oscuras, salidas del inframundo para arruinar. Akron fue una buena persona en su momento, pero en ese entonces era el residuo de una puta guerra y la muerte de sus padres. No quedaba nada bueno en él, ni sentía que pudiera cambiar, además de que tampoco lo quería. estaba bien siendo así.
—Espero no volver a este maldito lugar —le dijo con odio.
Violet era una chica que apenas sabía cosas básicas de la sociedad, pero era una persona a la que siempre complacían, Akron tuvo razón cuando dijo que ella solo debía abrir esa bonita boquita para conseguir las cosas, y pensó que con él también funcionaría. Con él era obedecer o penar como sus enemigos.
—¿Puedo ir al bar a buscarlo? —preguntó ella llena de valor.
Esa vez él no gritó, ni gruñó. La miró como si pudiera destruirla con sus ojos, o como si ella fuese mantequilla y ella el puto sol.
—No volverás a ese maldito lugar —le dijo inclinándose hacia ella—. Mientras respires, no volverás a pisar ese lugar.
Violet volvió a tragar y escuchó la respiración de Akron.
—¿Quedó claro? —preguntó él.
Violet apenas susurró un sí.
—No escuché.
—Dije que sí —repitió elevando la voz.
Akron suponía que el mensaje había quedado claro, y una vez que el tema estuvo cerrado para él, regresó a la puerta.
—Sayonara, pastelito —se despidió dejando el lugar.
Violet pudo dejar ir esa pieza de ella de una vez por todas. Pudo comprar otro crucifijo, o solo decirle a su padre que lo había perdido, pero en lugar de suplantarlo, ella lo quería de vuelta, y estaba tan segura de que estaba en ese auto o en el bar, que no le importó seguir a Akron por el pasillo desde una distancia.
—Violet, Violet, ¿qué haces? —preguntó Alana cuando la siguió.
Violet esperó que él llevase una distancia promedio para continuar siguiéndolo hasta salir a la entrada principal.
—Iré por mi collar —le dijo—. Y no necesito la dirección.
Alana sabía que era una mala idea.
—Violet, Violet —la llamó intentando detenerla, pero lo que tenía de virgen, lo tenía de terca—. Te meterás en un problema.
El Uber que ella llamó, estaba llegando a recogerla cuando Akron subió a su auto y dejó la calle. Violet subió a la parte trasera del auto, y le dijo al hombre que ella era quien lo llamó.
—¿A dónde vamos? —preguntó el hombre.
—Siga el auto que acaba de irse —dijo ella determinada.
Violet desconocía de donde sacó el valor de hacer semejante locura, pero era más que solo un collar para ella. Ese crucifijo que su padre le colocó en el cuello era un recuerdo de su antigua vida a la que se rehusaba a dejar atrás, pero al mismo tiempo era una forma de comenzar a librar sus propias batallas. Para ella, Akron era como el diablo, y ella era la persona que él necesitaba que le demostrara que el mal no siempre ganaba, aunque cuando llegó a ese bar, el mal no solo ganó, sino que la hicieron una nueva mujer.