Violet no pensó cuando subió a ese taxi y siguió a Akron hasta el bar donde se encontraba todo el maldito club de los Demonios. Akron pensó que el mensaje estaba claro, y que ella no era tan ingenua o suicida como para ir al lugar donde él le dijo que estaba una buena cantidad de personas que no dudarían en colocarle más de una mano encima o dentro de ella. Akron estaba hablando con su tío cuando le llegaron los correos de voz de Violet. Akron bajó trotando las escaleras, le pidió las llaves del auto al novicio que estaba lavándolo, y con el exterior mojado, condujo rápidamente para detener lo que fuese que ella pensaba hacer. Akron pensó que había llegado a tiempo, sin embargo, no bastó que le dijera que él era el que tenía la última palabra. Para ella, no fue suficiente, y por eso se encontraba en camino al lugar donde sucedería todo.
Akron estacionó, le volvió a arrojar las llaves al muchacho y este le dijo que si continuaba quitándoselo, nunca lo terminaría. Akron estaba lo bastante enojado como para discutir con el muchacho, así que en lugar de prestarle atención, entró al bar y se acercó a la barra para pedirle a la adorable Candy una botella de cerveza. Candy era una rubia tan pequeña como un frasco de perfume costoso, pero tenía la sonrisa más tierna que alguna vez, alguno de esos enormes hombres, recibieron. Candy era exclusiva de la barra, pero cuando alguno de los hombres quería con ella, debía ceder. Así funcionaba, porque una vez dentro, solo muerta salía.
Ella le destapó la cerveza y la colocó en la barra. Akron llevó la botella a sus labios, y de un largo trago bebió toda la cerveza. Ella sonrió lindo igual que siempre, y respiró profundo. Candy llevaba poco más de cuatro años en ese lugar. Entró cuando era menor de edad, y ese año cumpliría veinte. Era lo más cercano a una familia que tenía Akron, y aun así, ni con ella se abría a contarle cosas.
—¿Mala noche? —le preguntó a Akron.
Akron se rascó el lado derecho de la cabeza y la miró a los ojos.
—Aun no comienza —respondió cuando ella le entregó la otra.
Candy era un buen hombro en el cual llorar, o unas piernas que envolver en su cintura, pero esa noche, no quería ninguna de las dos. El lugar estaba repleto, la música era apenas audible, y las mujeres estaban sobre las piernas, el pene o en las mesas. Era una típica noche en el lugar, y Candy, al saber cómo era Akron, sintió que algo más ocurría con él. Ella tuvo que abandonar la ciudad de emergencia, y por eso no estuvo cuando Violet llegó. Candy conocía a Akron desde que entró y él fue uno de los primeros que la cogieron antes de elevarla de rango y convertirla en una barista.
—Si quieres hablar, sabes que siempre te escucho —dijo ella buscando sus ojos en esa botella medio vacía—. Soy tu amiga.
Akron estiró la mano y le apretó la mejilla izquierda.
—Eres más que una amiga, pero ahora no quiero una amiga —le dijo mirándola a los ojos—. Es una pena que ya no seas una puta.
Ella le sonrió y le quitó la mano de la mejilla.
—Lo soy cuando alguien quiere —dijo lamiéndose el labio inferior y estirando la mano para tocar su barba—. ¿Quieres?
Akron nunca le decía no al sexo, y menos con un bombón como Candy. Él deslizó el dedo por su mentón, descendió por su cuello y llegó hasta el borde superior de su camiseta ajustada. Akron la estiró hacia él y miró sus senos descubiertos. No llevaba ropa interior ni arriba ni abajo, y la idea de verla arrodillada con la boca abierta, fue tentadora, pero no en ese momento. En ese momento tenía a una maldita pelirroja en la cabeza. Akron le soltó la camiseta y apretó sus labios entre sus dedos. Ella era hermosa.
—Esta noche, cuando cierres la barra —le dijo Akron.
Ella lamió el dedo cuando él la soltó y le guiñó un ojo. Ella no dijo nada y él tampoco. Akron miró el culo redondeado de la rubia y recordó los buenos momentos que tuvieron cuando ella se adaptó al lugar. La manera en que a los Demonios les gustaba coger, era animal, brutal y agresiva, por eso tenían sus rituales con sus mujeres, y sus mujeres específicas que soportaban el sexo salvaje que tenían cuando ellos lo querían. Eso era un puto patriarcado desde que pisaban el lindero de los Demonios, hasta que acababa su territorio. Las mujeres no podían decir una palabra, a menos que ellos las buscaran para tratar un tema. Y a ese jodido patriarcado, llegó la dulce, muy inocente y bastante terca Violet cuándo el taxista la dejó a una puta manzana del bar.
El hombre le dijo que era un lugar peligroso, y que no la dejaría en la puerta del bar donde asesinaban personas. Ella le volvió a decir al hombre que la esperara para pagarle. Eso se estaba haciendo una mala costumbre de Violet, pero cuando pensó en subir al taxi, no pensó que tenia que pagar. Esa vez era menos dinero, pero igual era dinero que no tenía. Su padre le enviaría, pero hasta la siguiente semana. Estaba corta, pero reacia a dejar ir el jodido crucifijo que no era tan importante como su vida.
Violet sintió esa oleada de que algo no andaba bien cuando descendió del taxi y caminó lento por la acera. La mayoría estaba dentro, y los pocos que estaban fuera, estaban fumando, bebiendo y con sus mujeres, que no le dieron importancia a la mujer de cabellera como el fuego y ropa más grande de su talla. Violet miró el grado de perversión y poco a poco supo que lo que decían del bar y de los hombres no era juego. Los borrachos, la cerveza, el humo de la marihuana y los cigarrillos, además de las palabras ofensivas y discriminatorias con las que se referían a las mujeres y sus partes, era tanto que se persignó dos veces a medida que se acercaba al letrero de neón que resplandecía más de noche.
Violet miró la puerta y el lugar repleto de hombres parados, en las mesas y caminando de un lugar al otro. Apenas podía ver unos pocos metros antes de que sus enormes cuerpos cubrieran la barra donde Akron se encontraba conversando con Candy. Violet se limpió el sudor que salpicaba sus palmas y respiró profundo. Su corazón estaba agitado, pero confió en esa fuerza suprema que la protegió por dieciocho años. Esa fuerza la protegió cuando viajó sola en avión, y cuando llegó por Akron. También la protegió de que April no fuese más cruel con ella, y la protegería en ese momento. Ella estaba segura, por eso cuando colocó un pie dentro, estuvo completamente confiada de que Akron aparecería.
Violet miró las masas de músculos y la enorme cantidad de chaquetas de cuero con el mismo diablo que vio pintado en las paredes cuando llegó a la ciudad. Eran demasiados hombres para tan pocas mujeres. Ellas estaban esparcidas. Algunas estaban bailando semi desnudas sobre las mesas que soportaban su peso, otras estaban buscando tragos, otras estaban haciéndole orales a los hombres en frente de todos, y otras pocas solo tenían los dedos de los hombres bajo la ropa interior y sus lenguas en su garganta. Ese era el lugar del que una vez se habló en la iglesia a la que ella iba. Eran lugares de perversión donde el diablo bailaba en medio de ellos y se regocijaba del poderío que tenía sobre sus pecadores.
Violet deseó tener su collar, y por instinto apretó sus manos y rezó moviendo sus labios mientras evitaba tocar a alguien o que la mirasen. Ella era la única que llevaba una ropa clara en medio de tanta oscuridad, y era la única que parecía turista, por lo que no tardaron demasiado en verla en cuanto comenzó a adentrarse. La mayoría estaba ocupado, pero ese grupo de siempre que solo bebe, fuma y habla de cuantas mujeres se cogerán esa noche, estaba sentado cercano a la puerta cuando la vieron entrar lentamente.
Uno de ellos, el de la melena larga y rubia, golpeó la mesa con el puño y estiró el brazo lo suficiente para tocarla cuando cruzó.
—¡Qué buen culo! —gruñó cuando soltó el humo del cigarrillo.
Violet saltó cuando sintió la tosca y enorme mano golpeando su culo. Sus ojos se abrieron y su corazón saltó acelerado cuando el hombre tiró de su suéter y la acercó al borde de la mesa. El hombre estaba con otros dos igual de grande, musculosos y barbudos como él. Dos de ellos se lamieron el labio inferior al ver el precioso rostro de Violet y esa pequeña boca sin pintura.
—¿Qué tenemos aquí? —preguntó otro de los hombres de cabello más oscuro y barba poblada—. ¿Habrá algo bajo la ropa?
El que tiró de su suéter, lo elevó para ver su estómago plano.
—Tendremos que averiguarlo —dijo apretando su cintura.
Violet no sabía qué hacer. Era la primera vez que tres hombres la veían como si ella fuese el postre, y que se lamian los labios pensando en el sabor que debía tener. El que se lamió los labios y estaba al otro lado de la mesa, se levantó de la silla y rodeó para acercarse por detrás a Violet y tocar su cabello. Se sentía como seda, y olía delicioso cuando llevó un mechón a su nariz. Los dedos del otro hombre comenzaron a elevar el suéter mientras ella en susurros les pedía que por favor la dejaran, que ella se iría.
—¿Por qué te vas tan pronto, hermosura? —preguntó el que estaba detrás de ella, recostándole el pene endurecido en el trasero—. Apenas comenzaremos a disfrutar contigo.
El rubio que la tocó y la miró primero, le quitó la mano de la cintura y se elevó. Violet estaba en medio de ellos, y ella era tan pequeña, que cuando el hombre le dijo a su compañero que ella era suya y que no planeaba compartirla con nadie esa noche, se enojó y comenzaron a insultarse en voz alta por ella.
—Vete, maldito perro —gritó el rubio—. Me la pido.
Violet estaba a punto de llorar cuando descubrió que fue una terrible idea no seguir el consejo de Alana y quedarse en el campus. Estaba en medio de dos hombres que se pelarían por ella. Sentía que el aire comenzaba a faltar, y que se desmayaría. Todo comenzó a darle vueltas y meneó la cabeza para no desmayarse. Debía encontrar a Akron. Debía encontrar su collar. Por eso fue.
—Busco a alguien —susurró en medio de la discusión.
El que estaba detrás, enroscó el brazo alrededor de su barriga y la apretó tanto que la hebilla del cinturón le golpeó la espalda.
—Ya lo encontraste —le dijo en la oreja.
Violet sentía como los dos hombres la tocaban por todas partes y ella no sabía cómo defenderse. Nunca alzó la voz, ni sufrió algo similar, por lo que no sabía cómo defenderse. No podía golpearlos porque estaba sujeta de las manos y su voz apenas se escuchaba.
—No... Yo… Busco a Akron —susurró mientras el que estaba delante de ella le tocaba el pecho—. ¿Podrías dejar de tocarme?
El hombre metió las manos por debajo de su enorme suéter.
—Estoy tocando la mercancía que me pertenece —le dijo.
Violet deseó que alguien la salvara, y la persona que menos imaginó que haría tal cosa, fue la que miró cuando los hombres comenzaron a envolver la escena y se peleaban por un cabello rojizo que apenas se distinguía bajo los brazos.
Candy miró la escena, y Akron, acostumbrado a que siempre se pelearan por alguna estupidez, no le prestó atención al bullicio. Candy lo miró. Akron estaba ajeno, pero dejaría de estarlo cuando supiera que una de las reglas se estaba quebrando detrás de él.
—Tus hombres se pelean por una mujer —le dijo Candy.
Akron alzó la mirada de la cerveza y miró atrás. Al principio no sabía de quien se trataba, hasta que en medio de la masa de músculos y las chaquetas, miró el cabello rojo que recordaba. Akron partió la botella que aun contenía cerveza y comenzó a empujar a los depravados que querían ver la escena.
—¡Yo la pedí primero, hijo de puta! —gritó el rubio al empujar al otro—. Quiero probar esa dulce v****a ahora mismo.
Para cuando las palabras salieron de su boca, Akron bajó la botella, sujetó al hombre por la chaqueta y lo arrojó de espaldas contra la mesa. El filo de la botella estuvo sobre los ojos del hombre, así como la furia de mil demonios juntos en los de Akron.
—¿Qué carajos, Akron? —gritó—. ¡Esa puta es mía! ¡Me la pedí!
Akron arrugó el entrecejo, apretó la mandíbula y le clavó la botella en el cuello varias veces seguidas, con fuerza, con enojo, con ansias de cobrar venganza solo porque la tocaron. La sangre saltó como un raudal y sus hombres dieron un paso atrás ante la escena. La sangre empapó el rostro de Akron y ensució su camiseta y chaqueta. Violet tenía los ojos cerrados, y cuando los abrió, la escena que vio logró que su labio inferior temblara y su estómago se revolviera. Akron estaba furioso, lleno de sangre y aun con la botella clavada en el cuello del hombre que gorgoteó un par de veces antes de morir. La ira que Akron sintió al verlos tocar al pastelito, fue tanta, que no pensó en que estaba asesinando a uno de sus hombres por ella.
—¿Alguien más quiere tocar a la pelirroja? —preguntó Akron cuando dejó el cuerpo de su hombre en la mesa y miró a la pequeña multitud que estaba en silencio observándolo—. ¿Quién?
El que estaba detrás de Violet alzó las manos cuando él lo miró.
—Tranquilo, viejo —dijo aterrado de ese Akron—. ¿Es tuya?
Akron miró a Violet a los ojos. Ella tenía un mar de lágrimas descendiendo por sus mejillas y todo su cuerpo temblaba.
—No es mía —respondió Akron finalmente.
Los hombres se miraron entre ellos, y el otro que estaba en la mesa, salió en defensa del único que quedaba vivo en la disputa.
—Entonces es de Lobo —dijo el hombre—. Las reglas se acatan.
Akron deslizó los ojos hacia él y le arrancó el trozo de botella a su hombre en la mesa y la apuntó hacía él. De los picos colgaban trozos de carne y la sangre goteaba sobre sus botas.
—¿Aprendiste las reglas después de que te cortaran dos dedos por robar? —preguntó Akron acercándose a él.
Lobo, quien era el que peleaba con León por el cuerpo de Violet, supo que esa guerra era sencilla de ganarla. Nadie que no reclamase, podía apoderarse de alguien. Al Lobo no le importaba que Akron fuese el puto sobrino de Pantera. Las reglas eran para todos. Y si, mató a alguien, pero eso no lo detendría a pedirla.
—Es mía, Akron —dijo acercándola a él—. ¡Púdrete!
Akron no miró a Violet. Su enemigo era más grande, y más cobarde. Akron soltó la botella y sacó el arma que llevaba en la cintura de los pantalones. Su puntería en los Marines era exacta. Era un excelente francotirador, y todos en el puto bar lo sabían.
—Si quieres tenerla, tendrás que matarme primero, y te aseguro que hago una carnicería con todos ustedes antes de que puedas ponerle una de tus putas manos encima —gruñó Akron apuntándolo—. Suéltala por las buenas, o seré el último rostro que veas antes de reunirte con León en el puto infierno.
—¿Qué te pasa, hermano? —preguntó Lobo aun con el cuerpo de Violet junto al suyo—. ¿Se te subió el Jagger a la cabeza?
Akron era un hombre con poca paciencia, y eso se estaba alargando demasiado, por lo que le dio un disparo limpio en el hombro. El hombre soltó a Violet y ella se tambaleó ante el sonido del disparo. Era la primera vez que escuchaba algo tan cerca, que incluso ese oído se tapó y escuchó una especie de pitido. El cuerpo de Lobo se tambaleó y se llevó consigo a uno de sus hombres.
—Te dije que le quitaras la puta mano de encima —dijo Akron apuntándole el muslo y propinándole el segundo disparo—. No somos hermanos, y te dije que ella no es tu maldita puta.
Le rompió el fémur y Lobo perdió el equilibrio. Violet se cubrió las orejas y no quiso mirar lo que su insensatez y terquedad causaron. Acababan de clavarle una botella a alguien en el cuello, y le había disparado dos veces a otro; tres cuando Akron le dio en el estómago y el hombre cayó al suelo con el cuerpo ensangrentado. Akron era un puto animal. Era un jodido carnicero. Asesinó a tantas personas en la guerra, que causar daño era la forma más cercana a sentirse bien consigo mismo antes de ser un Demonio. Lobo, tirado en el suelo, con una mano en su estómago y la otra en el muslo, continuó sonriéndole porque sabía que lo mataría.
—Conoces la regla —dijo tartamudeando por el inmenso dolor.
Akron movió el arma de su pecho a su frente.
—Y tu conoces lo sangriento que se pone si desobedeces.
Lobo comenzó a temblar y su cuerpo sentía tanto dolor, que necesitaba mantenerse despierto los minutos que le quedaban.
—No eres el líder —le dijo Lobo sonriendo.
Akron le mantuvo la fría mirada sin emociones.
—Ni tu tan inteligente—dijo disparándole en la cabeza.
Uno de los hombres que era el mejor amigo de Lobo, quiso acercarse a él para recoger su cadáver, pero Akron le golpeó tan fuerte la nariz, que el hombre soltó siete maldiciones. Akron dijo que nadie los tocaba, que se quedarían ahí para que entendieran que ellos no eran quienes mandaban, que era él, pero antes de que las cosas se pusieran aun más feas, Pantera dejó su despacho y bajó las escaleras para encontrarse con dos muertos, una jovencita que temblaba y a su sobrino cubierto de sangre
—¡Akron Jagger! —gritó silenciándolos a todos—. ¿Qué carajos hiciste?