Cuando Akron Jagger dejó a Violet Lux en la universidad, él regresó al bar. Akron no sintió un ápice de remordimiento por la forma en la que se comportó con ella. Para él, ella era solo un bache en el camino tranquilo a su casa. Violet no cambiaría su vida, no desordenaría su cabeza, ni sacudiría su rutina. La vida de Akron estaba perfectamente imperfecta, y nada lo cambiaría. Por eso no pensó en ella, ni sintió que el aire se le agotaba a medida que se alejaba. No miró en el retrovisor, ni bajo el asiento del auto donde quedó la cruz que su padre le regaló horas atrás. Ese era Akron: frío, desentendido, ajeno, rebelde, inconforme.
Cuando regresó al bar, le arrojó las llaves del auto a uno de sus lacayos, y le dijo que lo lavara, y que esperaba que quedase impecable o lo haría limpiar cada mota de sucio con la lengua. Él siguió caminando y entró al bar donde se encontraban el resto de sus hombres. Akron era un líder, no solo por ser el hijo de uno, sino porque llevaba la sangre dictatorial y dominante de los Jagger. No había una persona que le dijera no, y solo al escuchar el sonido del tacón de sus botas altas y oscuras, dominaba el lugar que pisara. Akron se hizo de una reputación en los cinco años que llevaba trabajando para su tío, y el hombre estaba más que orgulloso de los cambios que ejecutó, sin embargo, nada en la vida era perfecto, y menos un chico tan malherido como su sobrino.
Akron rápidamente se unió al grupo principal que acudió a conversar con el líder de una de las pandillas más grandes de Austin. Poco más de tres horas de camino no podían ser desperdiciadas, o eso pensó él cuando preguntó por el resultado.
—¿Hablaron con él? —le preguntó al pelirrojo apodado Flama.
El hombre se rascó la larga barba cobriza y asintió.
—Dice que no quiere ningún trato con nosotros —respondió en ese tono de voz gutural que les mojaba las tangas a las mujeres.
Akron movió la navaja que siempre llevaba en su mano, entre sus dedos, y miró con el ceño fruncido a Flama.
—Sabemos como podemos lograr qué cambie de opinión —dijo.
Flama miró al Jinete, un hombre de cabello oscuro y ojos tan azules como un puto mar, y ambos miraron a Akron.
—Tu tío no quiere problemas —le dijo Jinete.
Akron miró a AK y a Búfalo, ambos partes de su grupo principal de hombres. AK era un rubio enorme de musculatura prominente y una enorme cicatriz que le cruzaba perpendicular desde el lado derecho de su mentón hasta por encima de la ceja izquierda, mientras Búfalo era un moreno de ojos cafés, tan grande como un puto refrigerador, que aplastaba nueces con los puños. Los cinco, incluyendo a Akron, eran el grupo aniquilador del club. Eran ellos a los que enviaban a las misiones rudas, y fueron el equipo táctico que acompañó a Pantera, el líder y tío de Akron, a la reunión.
Esa reunión era importante por el nuevo negocio que tendrían con los colombianos. El gobierno colombiano enviaría toneladas de drogas dentro de los tanques y en algunas piezas en los cargamentos de motocicletas, y ellos la distribuirían. El negocio era simple. Dejarían que transportaran en su territorio, por un veinte porciento del ingreso de la droga. Solo debían inmiscuir al gobierno para que nadie los detuviera en los retenes, y pasaran como simples cargamentos de motocicletas y piezas de maquinaria pesada. El problema fue que el líder del club enemigo, no quiso el negocio. Él lo quería todo, pero solo Pantera tenía el contacto. Nadie resultó muerto en la batalla, pero lo que el Caballero quería, era lo que Pantera no le daría: su maldito poder.
Para Akron, que su tío no tomara ese territorio con balas y sangre, era inteligente, pero si no permitían el paso, el problema se agrandaría, y más cuando sabían que el Caballero, líder del club enemigo, quería la droga que llegaría al muelle en un mes. Siempre habían peleado por sus territorios, y esa vez no sería diferente. Cuando comenzara a correr la sangre, las calles se teñirían de rojo y muchos inocentes morirían, pero Akron estaba completamente seguro de que al final serían ellos los ganadores, y el asesino de su padre acabaría tal como su padre lo hizo. Akron no estaba a favor del diálogo con el Caballero, pero hasta no estar listo y seguro de que ganaría, no colocaría a sus hombres en riesgo.
—¿Cuándo hemos tomado algo que queremos sin problemas? —preguntó Búfalo cuando sacó el cigarrillo de su boca.
Akron lo miró.
—Jamás.
Búfalo terminó de apagar la colilla del cigarrillo en la palma de la mano. El miedo no era parte de su naturaleza.
—Exacto —le dijo Búfalo.
Jinete miró a Flama. Él tampoco tenía miedo, y amaba cuando sus pecas desaparecían con la sangre de sus enemigos. El asunto era que Pantera no quería otra guerra. En la última murió su hermano, y eso casi destruyó a Akron. La muerte de su padre fue de las peores que hubo en el club, y desde entonces Pantera pensaba mejor las cosas, y no cedía ante el impulso de la venganza.
—Las cosas están cambiando —comentó AK con una botella de cerveza en la mano—. Tu tío se hace viejo, y temo que cobarde.
Akron le mantuvo la mirada antes de rodarla a Flama.
—Las cosas están cambiando, Anticristo, y no para bien —dijo Flama al arrastrar sus uñas largas por la mesa de madera.
—Díselo a tu tío —dijo Jinete—. Debe cambiar.
Akron, en parte, pensaba como ellos. No le agradaba la idea de desafiar a su tío, ni de ceder ante lo que su grupo quería, pero él también sentía que las cosas no estaban bien desde la muerte de su padre. Su tío no se estaba volviendo cobarde; era precavido, y eso no era malo, pero tampoco era del todo bueno.
—Akron —llamó un novicio—. Tu tío te busca.
Búfalo encendió otro cigarrillo. Sus pulmones estaban oscuros por fumar. Eran del mismo color de su piel y su cabello.
—La montaña vino a ti —le dijo soltando el humo por la nariz.
Akron se colocó de pie, subió las escaleras y llegó hasta la pequeña oficina de su tío. Era un viejo despacho de lo que antes fue una oficina postal. Cincuenta años atrás, ese lugar no era más que la cede de varias cartas, y cuando la primera pandilla se formó, la tomaron. Desde entonces era la única cede conocida de los Demonios. Akron tenía recuerdos desde que era un pequeño, y antes de pensar siquiera en unirse a lo único bueno de su vida.
Pantera, quien se encontraba detrás del escritorio pequeño haciendo un inventario de las armas que habían adquirido los últimos días, no elevó la mirada cuando lo sintió llegar.
—Cierra la puerta —ordenó mientras deslizaba la punta del bolígrafo por una base de metal—. Explícame esto.
El hombre sujetó el zapato blanco y lo aventó por el aire. Akron lo sujetó antes de que lo impactara y lo apretó en su mano.
—¿Qué es eso? —preguntó su tío.
—Un zapato.
—Qué listo —dijo sarcástico, aun mirando la lista de las armas y tachando las usadas—. ¿Y qué hacía ese zapato en mi bar?
Akron no se inmutó.
—Usamos zapatos.
—¿De mujer? —preguntó sin elevar la mirada.
—Tenemos muchas mujeres.
Él sabía que Akron no sería honesto con él. Akron era un buen muchacho, pero cuando estaba en problemas, tenía la tendencia de mentir. No eran mentiras demasiado grandes, y era un hábito que adquirió cuando era un muchacho. Por eso su tío sabía que antes de interrogarlo, debía acorralarlo como a un animal. Él giró la pantalla de la computadora de escritorio y reprodujo el video de la cámara de seguridad que estaba escondida en una botella de la repisa. Era algo que nadie sabía que existía, ni siquiera Akron.
—¿Cómo explicas la mujer en el video de la cámara de seguridad? —preguntó Pantera—. ¿Es una de las nuestras?
Akron miró el pequeño cuerpo de Violet y apretó el zapato.
—¿Desde cuándo tienes cámaras de seguridad? —indagó.
—Desde que se robaban el dinero de la caja y me cansé de cortar dedos y preferí cortar una cabeza —respondió Pantera—. Y no me cambies el tema. Te estoy preguntando por esa mujer.
Akron guardó silencio y el video se detuvo. Pantera dejó la tabla del inventario a un lado y giró la pantalla de regreso a él.
—Dime quién es ella y por qué la ocultaste cuando llegamos.
Si tío siempre fue un hombre paciente con él, y cuando su padre murió, se convirtió en su padre de reemplazo. Lo educó, le enseñó lo que debía saber de los Demonios, e incluso lo dejó irse cuando ese mundo se volvió demasiado oscuro y sangriento para soportarlo. Su tío siempre estuvo para él, tanto en las buenas como en las malas, pero antes de ser su padre sustituto, era el puto líder de los Demonios, y eso iba por encima de todo.
—Dime quien es ella y no tendré que golpearte para saberlo —le dijo mirándolo a los ojos—. Tengo manoplas nuevas, y no las quiero usar contigo. Dime quién es, y líbrate del castigo.
Akron fue golpeado muchas veces, no solo en el ejército, sino en ese lugar. Tenía marcas hondas en la espalda y el pecho, que con el tiempo cubrió de tatuajes para que nadie las viera. Tenía heridas de bala, laceraciones, puñaladas, malas suturas, e incluso un par de huecos por la metralla de las granadas. Su cuerpo era una obra de arte abstracta, y aunque un par de marcas no harían ninguna diferencia, prefería evitarlas desde que tomó el lugar a su lado.
—Es Violet Lux —confesó Akron—. Es la hermana de Justin.
Pantera, quien en realidad se llamaba Vincent Jagger, frunció el ceño y relajó los músculos. Mantuvo su mandíbula apretada y los dedos de los pies encogidos, pero sintió alivio al escucharlo.
—¿Qué hace aquí la hermana de tu mejor amigo? —indagó.
Akron aflojó la presión en su puño.
—Justin me pidió que la recibiera —notificó sin mentira en sus ojos ni sus palabras—. Estudiará en esta universidad, y es la primera vez que dejó su hogar. Solo quiere que la cuide.
Para cualquier persona, eso era un simple favor, pero para un maldito Demonio, eso era un problema. Vincent pensó que era solo una mujer más de su sobrino, pero cuando le dijo que se trataba de la hermana menor de su ex mejor amigo, las cosas cambiaron. Vincent podía tener un par de excepciones con su sobrino, pero no las suficientes como para permitirle que Violet Lux estuviera en ese bar sin ser reclamada como su mujer.
—¿Debo recordarte las reglas de este lugar? —preguntó Vincent.
Akron le mantuvo la mirada.
—Fue algo de una vez —le dijo.
—¿Debo recordarte las putas reglas, Akron? —preguntó alto.
Akron alzó el mentón y volvió a apretar el zapato.
—No.
Justo en ese momento, su teléfono comenzó a vibrar en su bolsillo. Él lo dejó que vibrara hasta que la llamada acabase, y luego volvió a vibrar. Vincent le dijo que sus reglas eran inquebrantables, y que no importaba su familiaridad, él debía acatarlas para que el orden se mantuviera tal como estaba.
—Que no se repita, a menos que quieras marcarla como tuya.
Akron le quitó atención al teléfono.
—Eso jamás pasará —aseguró Akron.
Vincent lo conocía. Sabía que cuando decía no, era no, pero esa jovencita era un caso extremo. Si no la quería para él, ¿por qué se la llevó? Si no le importaba, ¿por qué la protegió? Era la primera vez que Akron sacaba a una mujer de su bar, y que no la compartía con el resto. Al resto del puto universo podía mentirle, menos a él.
—Es muy bonita —dijo Vincent al colocar ambas manos apretadas sobre el escritorio—. Es sexi, joven, y supongo que inexperta. Mis chicos la destrozarían si la ven sin un puto dueño.
La mandíbula de Akron se apretó ante la idea de que sus malditos hombres le pudieran colocar un dedo encima a Violet. A él no le importaba como mujer, pero no permitiría que la destrozaran, ni que la convirtieran en la nueva puta del bar.
—No volverá, y tampoco la haré mía —aseguró Akron al entender lo que hacerla suya significaba—. No me ataré a nadie.
Vincent entendía su deseo de mantenerse como un alma libre, pero no siempre sería así. No siempre la protegería de sus hombres, y menos en el territorio que les pertenecía.
—Si la quieres proteger, tendrás que hacerlo —aseguró Vincent.
—Y si quieren vivir, tendrán que respetarla —dijo mirándolo a los ojos e irradiando ira y poder—. Violet es intocable.
Vincent sonrió ladeado.
—Así que solo tú quieres tocarla.
Akron movió la pierna por la molesta vibración.
—Hago un favor —contestó Akron.
—No hacemos favores.
—Tu se lo hiciste a mi madre al terminar de criarme —soltó Akron una verdad—. Me cuidaste porque le hiciste una puta promesa, así que no me hables de hacerlas o no hacerlas.
Vincent sintió el golpe cuando habló de su madre. Él prefería no pensar en ella, ni en lo que le dijo en su lecho de muerte, pero cuando veía a Akron a los ojos, veía a Anastasia en ellos.
—Le prometí cuidarte, Akron —dijo—. Eres como mi hijo.
Akron dio un par de pasos adelante.
—Tengo un padre y no necesito otro —aseguró dejando el zapato sobre el escritorio—. Ya no tienes que cuidarme. Tengo más de treinta años. Estuve en una puta guerra y sobreviví. Tu trabajo conmigo terminó cuando me uní a los malditos Marines.
Vincent no respondió nada.
—No me importa si le prometiste algo a mi madre, ni que mi padre fuese tu hermano. Eres mi tío, pero no eres mi dueño. —Akron colocó los puños sobre el escritorio—. A Violet no la van a tocar, y a mí no tienes que cuidarme más. Ella no volverá, y todo será como siempre ha sido. Ya no tienes que apostar por mí, ni reprenderme como a un niño. Soy un puto adulto que conoce las putas reglas de este puto lugar, y seguiré fiel a ti, pero no me trates como a uno de tus malditos perros, porque no lo soy.
Vincent dejó que soltara todo lo que sentía hacia él, y como se sentía. Akron era un chico reprimido, alguien que había sufrido y que necesitaba alguien que lo comprendiera. Vincent hizo lo posible, pero ese odio, esa rabia hacia la vida y su fascinación por la muerte, era algo que no podía curar, y que el mismo Akron no se curaría solo. Y en lo único en lo que estaba equivocado, era en quien era Vincent para él, y lo que él significaba en su vida.
—Sé que no eres un niño, y que te he dado libertad para elevarme la voz cuando al resto le arrancaría la lengua, pero te equivocas en algo —dijo elevándose de la silla—. Siempre veré por ti. Mientras este con vida, cuidaré de ti. No me importa con quien te enfrentes, ni lo dura que sea la batalla que debas librar. Si estás en ella, yo siempre apostaré por nosotros. Yo siempre apostaré por ti, Akron, nunca lo olvides. Y en todo el tiempo que llevas conmigo, solo te he pedido una cosa: que no me decepciones.
Eso fue lo primero que le dijo cuando regresó malherido de la guerra, y fue algo que se mantenía dentro de Akron siempre.
—No lo haré —aseguró de nuevo—. Y descuida, ella no volverá.
Vincent asintió con la cabeza, volvió a su silla y bajó la vista.
—Eso espero, Akron, porque saldrá sangre del puto infierno si Violet Lux coloca un pie aquí dentro sin un puto dueño.
Akron no dijo nada, y una vez el tema quedó concluido, Akron dejó la oficina y sacó el teléfono de su bolsillo. Tenía diecisiete putas llamadas perdidas de Violet, al igual que tres buzones de voz. Él llevó el teléfono a su oreja y comenzó a escucharlos.
—“Contéstame, Akron, por favor. Perdí mi collar.” “Si no me contestas, iré por él” —fue el primero y el segundo, pero el último fue letal y lo hizo maldecir—. “Bien, iré por él.”
Akron apretó el teléfono, sus dientes y maldijo siete veces.
—¡Maldita sea! —gritó tan alto qué en el piso inferior escucharon su voz—. ¿Tan pronto comenzaste a joderme la vida?