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Amores letales

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Blurb

“Te poseo. Te corrompo. Te doblego.”

Después de la graduación, Violet Lux recibió una beca completa en una prestigiosa universidad de Texas. Su hermano mayor, un Marine de los Estados Unidos, prefería que se quedara en Savannah donde estaría a salvo, sin embargo, Justin accedió a su viaje con una condición: enviarla con un buen amigo de la marina que fue dado de baja un par de años atrás, para que la protegiera.

Lo que ninguno imaginó fue que ese amigo servicial, honrado y correcto que Justin conocía, se había convertido en un poderoso m*****o del club de moteros llamado Demonios, los cuales quemaban sus cauchos transportando droga y armas ilegales.

Akron Jagger no era la sombra del hombre que conocieron cuando era un Marine. Su pasado de dolor, devastación y pena, lo llevó a unirse al club de su tío, sin embargo, esa vida oscura se ensombreció aún más cuando una jovencita de rostro angelical entró al bar de los Demonios portando una marca de virginidad.

El mundo era cruel, y el club solo tenía una jodida regla para acceder a que la mujer se quedara en las instalaciones.

“El primero que la tocara, sería su dueño para siempre.”

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1 | Demonio
—¡Violet! —gritó su madre desde el pie de la escalera—. ¡El taxi llegó! Apresúrate para que podamos tomar la fotografía. Violet estaba terminando de empujar su ropa dentro de la maleta. No creyó que sería demasiado, pero cuando se encontró saltando sobre la maleta para cerrarla, descubrió que no era lo bastante grande para sus libros, su ropa y las dos botellas de gas pimienta que su padre insistió en que llevase a Dallas, Texas. —¡En seguida bajo! —gritó Violet mientras sudaba saltando. Nunca sudó tanto desde la vez que intentó entrar en una talla dos, cuando era una cuatro. Y por más que saltó, no lo logró. Tuvo que sacar la mitad de la ropa que llevaba y poder deslizar la cremallera hasta el candado donde lo cerraría bajo un código. Violet se quitó el cabello de las mejillas, le dio un último vistazo a su habitación de toda la vida y respiró profundo. Cuando subiera a ese taxi todo cambiaría, no solo porque sería una universitaria, sino porque aprendería que no siempre tendría quien la protegiera ni que le hiciera el desayuno en forma de osito. Violet no se miró en el espejo ni miró atrás cuando cerró la puerta blanca de su habitación. Sujetó el agarradero de la maleta y bajó las escaleras con ella. Pesaba más de lo que pensó, pero cuando la dejó caer sobre sus ruedas al pie de la escalera, miró la puerta abierta y el taxi amarillo esperando afuera, supo que de allí en adelante no tendría las rueditas de la bicicleta ni el apoyo de papá. Enfrentaría el mundo por primera vez, y le costó muchísimo lograrlo como para acobardarse estando tan cerca del éxito. —¿Tienes todo? —preguntó su mamá peinando su cabello. —Tengo todo. Su madre le colocó las hebras de su cabello cobrizo detrás de las orejas. Para ella como madre, dejar que su última hija se marchara, era experimentar el síndrome del nido vacío. Sufrió cuando Justin se fue tantos años atrás, y sufriría de nuevo cuando su pequeña se fuese. De ser por ellos, Violet no habría dejado la casa, pero la oportunidad en Dallas era asombrosa. Era una beca completa para estudiar arquitectura, y suplicó mucho, hizo muchos favores y fue tan buena, que nadie se pudo negar, ni siquiera su hermano mayor. —¿Llevas tu boleto? —preguntó su madre una vez más. —Sí, mamá. La madre de Violet sintió esa ausencia en su corazón y sus ojos se llenaron de lágrimas. Violet sintió el golpe del pecho de su madre y sus manos en su espalda cuando la abrazó por última vez. Era un mar de lágrimas por dejarla ir. Temía que algo le sucediera, o que le hicieran daño. Ella era su bebé, su más pequeño tesoro. Ella quiso abrazarla y oler su cabello una última vez, antes de que cruzara la puerta y solo la viese en las fiestas o en navidad. —¿Vendrás en navidad y en Halloween? —preguntó su mamá. Violet la abrazó y recostó su mentón en su hombro. —Mamá, ni siquiera me he ido —susurró Violet. —Y ya te extraño —dijo antes de volver a llorar. Su padre si era una persona más hermética. Él no mostraba demasiados sentimientos. Era un religioso bastante estricto, pero no era la clase de hombre que castigaba ni reprendía. Él dejaba que se hiciera la voluntad de Dios, y que su hija siguiera su camino. —¿Conoces las reglas? —preguntó su padre cuando finalmente su madre la soltó—. No cruzarás la puerta sin decirme las reglas. Violet lo miró y soltó un suspiro. —Nada de alcohol, fiestas, ni sexo —repitió Violet. —No digas sexo —comentó su madre persignándose. Violet rodó los ojos. —Relaciones sexuales —corrigió. —Mucho mejor —dijo su madre sorbiendo su nariz. Su padre se acercó a ella y le colgó una cruz de plata en el cuello. —No quiero un embarazo, Violet —advirtió tocando la cruz. Violet sintió que la cruz le quemaba los pecados que no tenía. —Nadie lo quiere, papá. El hombre alto, sin cabello y que siempre llevaba una camisa de cuadros, le dijo que estaba orgulloso de ella, y que esperaba verla convertida en toda una arquitecta cuando regresara a casa. Su padre era un hombre al que le gustaban las reglas y que la siguieran, y eso le inculcó a su hijo, y por eso era un respetable marine de los Estados Unidos. Violet por su parte era un ave que necesitaba volar, y solo alejándose de ellos lograría abrir sus alas. Se sentía ahogada en la religión y en las reglas, en las faldas largas y en los domingos de la iglesia. Quería diversión y descontrol, pero medido, porque en su cabeza estaba el quedar embarazada, y según su padre, eso sí era algo que la enviaría al infierno. —Se va mi niña —sollozó su madre—. Te extrañaré mucho. Violet sujetó la maleta y asintió con la cabeza. —También los extrañaré. Su padre la abrazó y la ayudó a subir la maleta al taxi. La decisión de Violet de irse estuvo impuesta un par de meses atrás, y para que entendieran que ya no era una niña, ella decidió que no la acompañaran al aeropuerto, que podía hacerlo sola. A su padre no le gustó porque según él todos los taxistas eran pedófilos, pero tras encomendársela al Señor y hacerle una cruz en el cuerpo, la dejó ir con todo el dolor de su alma. Violet se despidió con la mano cuando sacó el brazo y los vio abrazarse con cariño. La dejaron ir. Oficialmente era libre, aun cuando estaba atada a alguien más. Poco antes de arribar al avión, después del chequeo y de estar dos horas esperando que el vuelo saliera, su teléfono sonó y miró el nombre de su hermano en la pantalla. Violet le sonrió a la pantalla y deslizó el dedo para ver a su hermano dentro de una habitación sin color, con la camiseta mojada y el rostro empapado. —Creí que no tendrías tiempo de llamar —dijo ella antes de hacer una mueca—. ¿Estabas bañándote con la ropa puesta? Justin sonrió. —Qué graciosa, pero no. Sabes que siempre tengo tiempo para mi hermanita —comentó secándose el sudor que corría por su cuerpo como si fuese una ducha—. ¿Estás en el aeropuerto? —Sí. Estoy preparada para mis seis horas de vuelo. —Violet colocó una pierna sobre la otra—. ¿Hablaste con tu amigo? Justin asintió con la cabeza. —Sí, dijo que iría por ti al aeropuerto para llevarte a la universidad, si no, tengo una dirección donde puedes ir y él te llevará. Te la envío en este momento —dijo antes de que sonara la notificación de entrada—. No quiero que llegues sin él, Violet. Justin confiaba únicamente en ese hombre. Era su amigo desde la academia, y fue la persona que lo arrastró más de doscientos metros para alejarlo de un enfrentamiento, aun cuando le habían disparado dos veces en el brazo y el costado. Justin no solo le debía la vida a ese hombre que consideraba su amigo, sino que le contó tanto de Violet cuando estaban en servicio, que sabía lo especial que era para ella y suponía que la cuidaría como a una hermana. Fue esa fe ciega en su amigo, la que la llevó con él. —No fue sencillo dejarte ir sola, Violet —comentó Justin. Violet miró a un chico que se sentó junto a ella. Era alto, delgado y esperaba el mismo vuelo que ella. El chico le dio una mirada y regresó a su teléfono. Con la ropa que su madre es empecinó en que llevara, no haría que se parase ni una mosca sobre ella. El cuello de tortuga estaba pasado de moda, y el pantalón una talla más grande también. No era la persona más sensual de la sala, y competía con una señora de sesenta que estaba tejiendo un suéter. —Tengo dieciocho años, Justin —agregó Violet. —Y yo soy el mayor, así que me obedecerás —dijo fluido antes de que la señal se cortara—. Ya discutimos que estudiar lejos era un riesgo, y te dejé ir con la única condición de que él te protegería. Violet colocó un brazo en su estómago y elevó más el teléfono. —¿Cuánto confías en él? —le preguntó. Justin se secó el sudor de la frente y movió la cabeza. —Le confié mi vida, y eso es bastante —respondió inclinándose hacia la pantalla—. Él te protegerá. Espéralo en el aeropuerto. Violet soltó un suspiro y movió el teléfono. —Esperaré dos horas, si no, adiós al plan de esperar. Justin conocía a su hermana, y que se encontraba en ese momento de su vida en el que quería ser libre y volar lejos. A él le preocupaba que ella no estuviese segura, protegida y que la vieran como la chica desvalida, y por eso habló con su amigo en Dallas un par de semanas atrás, y en el día anterior sobre su llegada. Justin desconocía lo que él hacía. Su amigo le mintió con relación a su nuevo empleo después de dejar los Marine, y pensó que continuaba siendo ese buen muchacho que lo salvó. Por eso se la confió, augurando que él evitaría que la tocasen, y también tocarla. —¿Repetimos las reglas, Violet? —preguntó Justin. Violet miró a un lado. —Suenas como papá. —Es mi trabajo —respondió—. Repítelas. Violet no quería repetirlas en la sala de espera. Ya había llamado suficiente la atención con su ropa y que luciera como una devota a la Biblia, como para decirlas en voz alta, pero Justin no cortaría la llamada hasta que ella repitiera las putas reglas. —Nada de citas, chicos, fiestas, ni sexo —repitió Violet apenada. Justin le sonrió a la cámara de la computadora. —No quiero un embarazo —repitió. —Ahora suenas más como él —replicó Violet—. No me embarazaré, ok. No tienes que preocuparte por mí. Estoy bien. Justin movió la cabeza y la señaló con el dedo. —Espero que sí. —Justin sonrió porque amaba molestarla—. Ya tengo que irme. Por favor, déjame un correo cuando estés a salvo. Violet le regresó la sonrisa. —Claro que sí. —Violet sonrió porque lo extrañaba—. Te amo. Justin le arrojó un beso a la cámara y le guiñó un ojo. —Te amo, pequeña —repitió él antes de colgar. El chico junto a ella la miró y sonrió antes de regresar a su teléfono. No le gustó ni un poco que la chica fuese una “sometida”, y menos aun que la tratasen como si fuese una niña, pero lo que realmente le causó curiosidad fue la forma en la que se vestía. Parecía que un convento la había escupido a la calle. Violet estaba acostumbrada a esa clase de tratos, y que la consideraran rara por seguir lo que sus padres ordenaban. Ella lo vio bien por algunos años, pero cuando llegó a la preparatoria, todo fue diferente y las burlas no solo fueron caóticas, sino que volvieron su vida un caos. Ella confiaba en que la universidad sería diferente, una vez dejara los hábitos y se uniera a la sociedad que quería ver piel. Durmió casi todo el vuelo, y bebió dos sorbos de agua para no usar el baño del avión. Seis horas después aterrizó en el aeropuerto internacional de Dallas y esperó que la cinta arrastrara su maleta. Llegó a la hora que prometió Justin y esperó que el amigo de su hermano llegase. Violet esperó más de cuarenta minutos parada afuera donde las personas tomaban los taxis. Luego esperó otros cuarenta sentada en un banco. Violet no podía comunicarse con su hermano, pero él le dijo que llegaría. Comenzó a balancear el pie arriba y abajo cuando miraba que las personas llegaban y se marchaban y ella continuaba esperando. Cuando vio que las primeras dos horas habían pasado, supo que algo había sucedido. No podía regresar, no estaba a la vuelta de la casa, y recordó que su hermano le envió una dirección. Ella sujetó la maleta e hizo la fila para tomar un taxi a esa dirección. No quería que Justin se molestara por llegar sola a la universidad, así que esperó hasta que llegó su taxi y extendió el teléfono hacia él. —¿Puede llevarme a esta dirección? —le preguntó. Lo que Justin había enviado era la dirección de un lugar lejano. —Es lejos y peligroso —dijo el hombre al leer la dirección. Violet recogió el teléfono a su pecho. —¿Peligroso? —preguntó ella. El hombre se rascó la barba. —No es una buena zona —le dijo. Ella no entendía por qué lo decía, pero fuese lo que fuese que sucediera en esa zona, ella necesitaba llegar antes de que anocheciera. Lo menos que necesitaba era que le robaran sus cosas en su primer día fuera del ala de sus padres. —Necesito llegar, es urgente —dijo Violet—. Pagaré lo que sea. El hombre la miró. No lucía como una de las mujeres que frecuentaba la zona, y el hombre supo que se la comerían viva, pero la distancia era larga y una buena cantidad de dinero por ello. —Esta bien, sube —dijo el hombre. Violet le agradeció y tras subir la maleta, cerró la puerta al sentarse. El lugar donde se encontraba el aeropuerto era hermoso. Concurrido, limpio, armonioso. Había enormes edificios de cristales azules y traslúcidos. El sol del atardecer se reflejaba en los rascacielos, y la atmósfera era naranja y bulliciosa. Las avenidas eran elevadas. Había banderas del estado y el país, y muchísimos autos. La ciudad se volvió tenue y rústica cuando dejaron la parte hermosa para adentrarse a la zona oscura y lúgubre donde residía el amigo de su hermano. Los edificios fueron sustituidos por viejas infraestructuras repletas de grafitis, y muchas marcas de diablos en las paredes. La imagen que marcaba por fuera las casas y las tiendas, era un diablo rojo de cuernos oscuros que sacaba la lengua y tenía los ojos incendiados. Violet sintió un frío en el estómago cuando recorrieron esa calle poco concurrida, donde la atmósfera era completamente diferente. Se podía oler la marihuana en la calle, y había muchos motorizados aparcados afuera de los bares y las tiendas. La cantidad de personas era menor que en la ciudad, pero su vestimenta y el comportamiento, era como si estuviesen entrando a una penitenciaría. Violet sujetó la cruz que colgaba de su cuello y le pidió al cielo que el amigo de su hermano no fuese un depravado de los que estaban metiéndole la lengua en la garganta a las mujeres de pantaloncillos cortos en la orilla de la calle. —Son ochenta dólares —dijo el taxi al detenerse. Violet miró por la ventana el lugar donde el taxi se detuvo. Era un bar llamado Demonios, con grandes letras de neón que parpadeaban. No había una motocicleta afuera, y el interior se veía oscuro. Violet miró la fachada del bar y luego al conductor. —Esto es un bar —dijo ella. —Es la dirección que me dio —replicó—. Son ochenta. Violet miró el bar y luego al hombre. —No tengo todo el día, niña —gruñó el taxista. Violet no tenía esa cantidad de dinero. Apenas tenía para sobrevivir una semana antes de tener que buscar un empleo de medio tiempo. Violet era alguien lista, y pensó que si encontraba a la persona en el interior, ella pagaría. No le gustaba la idea de entrar a un bar, pero tuvo que hacerlo para poder pagar. —¿Me da un minuto para buscar su dinero? —le preguntó. El hombre giró el cuello hacia ella. Conocía la clase de trucos de los Demonios, y si ese era uno, tendrían un problema. —Tengo un arma, así que, si no me pagas, la usaré, ¿entendido? Violet miró sus ojos de loco. —Mucho —dijo ella aterrada. Para ser su primer día fuera de casa, no le estaba yendo bien. Violet bajó la maleta y la arrastró con miedo hasta la puerta. Violet sujetó de nuevo su cruz y empujó la puerta. Lo primero que encontró fue a un hombre tirado de boca sobre una mesa, con una botella vacía en su mano. El aroma era a licor derramado, cigarrillos y sudor. El piso estaba húmedo, y ese no era el único hombre que estaba tendido en la mesa. También había mujeres con sus brazos descolgados de los bordes de las mesas redondas. El lugar era amplio, con ventanas cerradas y solo un par abiertas. Violet vio algo de esperanza cuando al fondo, cercano a una ventana del lado derecho, estaba un hombre que no lucía borracho. De reojo se veía como el hombre que Justin envió. La fotografía que él envió era un muchacho unos cinco o seis años menor, con un corte más bajo y sin un tatuaje. Y el que estaba con la cabeza recta mirando adelante, estaba cubierto de tatuajes hasta el cuello, con el cabello más largo y una masa muscular duplicada. —Hola —saludó Violet desde la puerta—. Busco a alguien El hombre tiró del cabello de la chica entre sus piernas y enroscó las hebras entre su mano cubierta por un guante oscuro. Violet, quien no había bajado la mirada, no había percibido la mujer que se escondía en la oscuridad baja de la ventana. La mujer estaba vestida, pero su boca estaba en el pene endurecido de él. —Búscalo en el directorio —le respondió el hombre que llevó el cigarrillo a su boca—. No somos la policía ni un hospital. Violet quitó la mirada de la chica que elevaba y bajaba la cabeza para encontrarse con un muchacho de mal genio. —¿Disculpa? —preguntó ella. El hombre soltó una calada del cigarrillo que pendía del anillo de dragón que llevaba en su dedo, mientras la chica de cabello azulado rozaba su pene con el paladar y lo sorbía como una puta. —Si lo matamos esta en la morgue, si no, deseará estarlo —respondió el hombre antes de mover la cadera hacia la mujer. Le molestaba que interrumpieran su mamada del día. Todos los demás estaban dormido en las mesas o recorriendo las calles, y ese era su momento privado, como para que una turista lo molestara. Violet notó que él no dejó de fumar y de sentir como le arrancaban el cerebro por el pene, y no le prestaba atención. —Busco a Akron Jagger —dijo ella alto para que la escuchara. El hombre de medio rostro sombrío, le quitó la ceniza al cigarro. —¿Quién lo busca? —preguntó. Violet apretó su maleta. —La hermana de Justin Lux. El hombre soltó una larga calada y cerró los ojos. Lo había olvidado por completo. Tenía tantas mierdas en la cabeza que olvidó por completo el maldito favor a Justin. Estaba en su momento feliz del día, pero tenía que solucionarlo antes de que la hermanita de Justin saliera llorando por la puerta. —Mierda —dijo empujando a la mujer por el pecho—. Vete. La chica sacó el pene de su boca y sintió la fuerza del empuje. Ella intentó decirle que no había terminado, pero Akron lo guardó en su pantalón y le empujó el pecho con la bota. —Que te largues —dijo dominante. La muchacha de cabello azulado se levantó del suelo y trastabilló hasta perderse detrás de una puerta. Akron se colocó de pie de un impulso y giró hacia ella. Esperaba encontrarse una bomba sexi, pero en su lugar encontró a una mojigata con cuello de tortuga y un muffin tejido con aguja en la parte frontal. Akron aun permanecía en la oscuridad cuando dio un paso hacia ella y Violet apretó más duro el agarradero de la maleta. Era alto, fornido, intimidante, con los ojos encapuchados y una mirada demencial. Los músculos de su mandíbula se marcaban y olía como a una chimenea aun cuando se quedó a dos metros de ella. —Pensé que llegarías a las dos —dijo él—. Aun es temprano. Violet miró el pecho desnudo del hombre. —Son las cinco, y alguien necesita un reloj —dijo elevando la mirada al sentir que pecaba por verlo demasiado lujurioso. Akron inclinó la cabeza a un lado y apagó el cigarro en su palma. —Lo que necesito es que me digas qué haces aquí —dijo él. Violet reunió todo el valor que necesitaba para enfrentarse a él. No era ni un poco parecido a la fotografía que su hermano le envió, y en la fotografía no infundía el miedo que en ese momento sí. —Mi hermano me dijo que esperara por Akron, pero me estaba enraizando en la silla esperando que llegase —contestó ella. Akron lamió sus labios. —Estás aquí y me ahorraste gasolina —dijo—. Todos ganamos. Violet supo en ese momento que era él a quien esperó dos jodidas horas. ¿Cómo podía ser tan irresponsable? Ella llegó a tiempo, y solo le pidieron el favor de que la llevara a la universidad. Violet no concebía que él eligiera coger que ir por ella. —Debiste ir por mí —soltó ella. Akron la miró. —Como viste, estaba ocupado. Violet le sostuvo la mirada. —¿Con tu primera mamada del día? —le preguntó irónica. Akron no sabía que el pastelito andante tenía una lengua afilada. —Es más de lo que tú recibirás, dulzura —replicó él. Violet no tenía tiempo para un duelo de miradas, ni para malas respuestas. Debía llegar esa misma noche a la universidad. —Tuve que tomar un taxi —le dijo ella. Akron arrugó los ojos. —Eso es bueno, significa que sabes leer —replicó. Violet se mordió la lengua para no responderle mal. —Me cobró ochenta dólares por la zona —agregó ella. Akron soltó un bufido. —Te estafó. Violet respiró profundó dos veces. —No son mis ochenta —le dijo—. Tú se los darás. Akron abrió la boca. —¿Disculpa? —La acepto, pero no tengo los ochenta para pagarle —replicó ella—. Esta afuera y dice que si no le pagas, tiene un arma. Akron cruzó los brazos. —Todos en Texas tienen un arma, pero nadie apunta en nuestra dirección si quiere continuar respirando —le dijo tranquilo. A Violet no le importaba si él o los borrachos en la mesa eran intocables. Necesitaba ochenta dólares que saldrían de su bolsillo. —Paga, o alguien preguntará por ti en la morgue —replicó ella. A Akron le pareció divertido que ella no supiera con quien hablaba. Si tan solo supiera lo que podía hacer con esa boca, no la abriría para intentar intimidarlo con una vaga amenaza. —Ya veremos quien dispara primero —dijo Akron. Llevando solo el chaleco, pasó junto a ella y le dejó el basto aroma del perfume de la mujer que le hacía el oral, y del cigarrillo. Las botas de Akron resonaron en el asfalto y llegaron hasta la ventanilla del taxi. El hombre estuvo a punto de salir cuando vio a uno de los moteros acercarse a su taxi con paso apresurado. —¿Ochenta? —preguntó Akron asomado en la ventana. El hombre tragó. —Sí. Akron metió las manos en el bolsillo de su pantalón y sacó un billete de veinte dentro de uno de diez, y los arrojó en el asiento. —Treinta, y si no te vas ahora, te quiebro las piernas —le dijo. El hombre miró sus tatuajes y la chaqueta de cuero. Los conocía. Conocía el historial de los Demonios y lo que eran capaces de hacer cuando alguien intentaba retarlos en público. —No me intimidan los moteros como tú. Akron mantuvo su rostro inexpresivo y llevó su mano hasta la cintura de sus vaqueros. Un disparo siempre solucionaba las cosas. —Retiro lo dicho —dijo Akron sacando el arma y apuntando su frente—. Treinta o tendrán que recoger tus sesos con una espátula. El hombre era valiente por el arma que llevaba en la guantera, pero cuando percibió el odio y la decisión de Akron en sus ojos, elevó las manos y le dijo que así estaba bien. —¿No me vas a agradecer por los treinta? —le preguntó. Akron metió más el arma y le rozó la mejilla con la punta. —Se lo agradezco, señor —susurró el hombre. Akron palmeó su mejilla con el arma. —Buen hombre —dijo—. Antes de irte, una última cosa. No regreses, porque la oferta de quebrarte las piernas sigue en pie. El hombre le dijo que no volvería a verlo por allí, que eso fue un error. Y tan pronto como el cuerpo de Akron salió por la ventanilla, el hombre dejó la tierra de la velocidad volando en el aire. Para Akron era divertido verlos temblar por él, y por lo que podía hacerles. Nadie entraba a su territorio y salía con vida. Era un honor que los dejaran, y debía agradecerle a Akron su vida. —Me debes ochenta —le dijo Akron a Violet. —No se los pagaste —le dijo al saber que fueron menos. Akron se acercó más a ella. —Igual me los debes —dijo en tono gutural. Violet conocía el tipo de hombre que era él, y no lo dejaría intimidarla como tanto deseaba desde que empujó a la puta. —No me arrodillaré como la otra chica para pagarte ochenta dólares —le dijo Violet—. Mis mamadas valen más que eso. Akron miró los ojos grises de la chica. Tenía una lengua malditamente afilada, y unos labios provocativos. Si había algo que elevaba la libido de un Demonio, era la resistencia, y que ella fuese un pastelito envuelto, era aun más excitante doblegarla. —Una mamada no es la única forma en la que un Demonio cobra un favor —le dijo acercándose más para arrancarle la cruz. Violet sintió como la arrancaba de su pecho, pero lo que más la impresionó fue que el hombre se llamó a sí mismo un demonio. —¿Un Demonio? —preguntó—. ¿Qué diablos es este lugar? Akon elevó la cruz y la miró en la luz. Era plata pura. —Esto, dulzura, es el puto infierno —le dijo antes de arrojarle la cadena al pecho—, y esa cruz no te salvará de nosotros. Akron le dio una última mirada y ella miró la cruz en el suelo. No solo atentaba contra su fe, sino que se burlaba de ella. —Llévame a la universidad —pidió ella mirándolo. Akron retrocedió y se desplomó en una de las sillas. —A su tiempo —dijo colocando las piernas sobre una de las mesas—. Aun no comienzas a disfrutar de mi infierno.

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