Narra Camille:
Contemplo la uña del dedo gordo de mi pie izquierdo, que ha perdido el color del esmalte, pidiéndome a gritos un pedicure desde hace días, mientras juego con la espuma de la enorme bañera. Estos días han sido de arduo trabajo en el campo y mi cuerpo está molido. De hecho, me he visto tentada en más de una ocasión a renunciar a mi misión, pero una semana es demasiado pronto para rendirme. En estos días Richard y yo hemos trabajado mano a mano en todas las tareas del rancho, y aunque me cuesta admitirlo, es un sujeto dedicado a su trabajo que se esfuerza sobremanera en dar lo mejor, y a pesar de tener más de una docena de hombres bajo su mando, no se comporta con altivez. Hasta podría jurar que es un buen tipo, sin embargo, entre nosotros dos hay una relación hostil que no creo que cambie por más que lo intente.
Desde la tina, escucho mi teléfono celular vibrar a mi lado, sobre el retrete. Por un momento, pienso en ignorar la llamada y sumergirme en el agua para lavar mis penas, pero al ver la insistencia de quien me llama, me estiro para contestar.
—¡Bonjour, mon amie! —la voz alegre de mi mejor amiga llena la línea y sonrío al saber de ella.
—Hola, Ali. ¿Cómo va todo en Francia? —pregunto con una espina en el corazón.
A diferencia de mí, ella no tuvo que renunciar a nuestro viaje porque sus padres le cambiaran los planes. No todos son tan descabellados como los míos, pienso con pesar.
—Fantastique, ma cheriee —contesta en un perfecto francés, e inevitablemente suelto una carcajada.
—Llevas una semana en Europa y ya eres francesa —apostillo con ironía y la escucho reír.
—He intentado llamarte un montón de veces, pero no lo he logrado. Debo decir que no es lo mismo sin ti. No tiene gracia que esté aquí si tú no estás para compartir —añade y sonrío, jugando con la llave del grifo con los pies.
Qué más daría yo por estar ahora mismo en las calles de Paris, cambiando mi guardarropa y comprando todo lo que se me antoje con la tarjeta de papá, pero ya no vale quejarse. Ahora debo luchar duro para poder volver a esa vida que tanto me gusta y a la que no pienso renunciar por no mostrar pelea.
—Lo sé, Ali, lo sé, pero no me han dejado de otra.
—¿Cómo van las cosas? ¿Has vuelto a ser una campirana? —bromea y me río sin ganas.
—Más o menos, hay un sujeto… —empiezo a hablar, pero ella me interrumpe con un chillido.
—¡NO! No puede ser verdad que tú en mitad del campo ya hayas encontrado partido y yo no, jolines.
Intento explicarle que no, que nada tiene que ver con eso, pero en ese momento me entra otra llamada y sé que lo mejor es responder.
—Ali, te llamo luego —le digo y antes de colgarle la escucho quejarse insistentemente. —Hola, mamá —saludo a mi progenitora al otro lado de la línea.
—Cariño, ¿cómo te va?
—Bien, supongo. Ya sabes cómo es… —susurro, sin muchos ánimos.
—Espero que Richard te esté tratando bien —exclama y ruedo los ojos.
La verdad no entiendo qué tanto cariño le han tomado a ese idiota, pero estoy seguro de que con ellos no es ni la mitad de pesado de lo que es conmigo. Igual no tengo mucho derecho a decir nada sobre él, porque, después de todo, soy una recién llegada a tras tanto tiempo fuera.
—Digamos que sí, mamá. ¿Cómo les ha ido en el crucero? —pregunto con ilusión de que por lo menos ellos la estén pasando bien.
—Bien, cariño. Para eso te llamo: nos vamos a quedar una semana más. A tu padre y a mí nos ha encantado, así que extendimos el viaje. Espero que no te moleste.
Suelto un silbido de sorpresa. ¡Vaya con este par! Da lo mismo si me molesta o no, igual sus planes ya están armados y no me queda más que aceptarlo.
—Espero que la pacen bien —es todo lo que digo.
—Gracias, hija. Espero que tú también logres enamorarte otra vez de OakDale.
Sus palabras retumban en mi oído incluso cuando cuelgo, y ojalá fuera cierto, pero la verdad es que este lugar ha sido demasiado turbio como para borrar ese pasado que me persigue.
Con una última sumergida en el agua que ya empieza a enfriarse, salgo del baño y me dirijo a mi habitación por un pijama cómodo de pantalón y camiseta de cuadros. Como no hay repartidor que llegue a los confines de este lugar, no me queda de otra que bajar a hacer algo de comer antes de irme a descansar. En el refri hay de todo, así que por lo menos tengo sobradas opciones, aunque muy pocos ánimos de cocinar. Siguiendo mis viejos hábitos de universitaria, me desencanto por lo más rápido: macarrones con queso.
—¿Así que también es chef? —una voz varonil me sorprende a mis espaldas, haciendo que se me caiga el cucharón del susto.
—¿Es que tiene siempre que aparecer así? —pregunto, molesta, porque por lo visto este hombre me sale hasta en la sopa.
Generalmente por las noches él se retira a su vivienda en la otra casa, y me quedo sola en la principal, por lo que su presencia aquí es de extrañar. Va vestido con un pantalón corto y una camiseta algo holgada, lo que le hace ver mucho más joven que de costumbre. Su cabello está mojado por la ducha reciente y, de no conocer la clase de energúmeno que es, creería que es hasta guapo.
—Se ve delicioso —replica, ignorando mi pregunta.
Lo miro de reojo, sin saber si está bromeando o no, pero al ver que está embelesado en el plato, decido servirle un poco, ya que en esas estamos.
—Aquí tiene. Siéntese —le ordeno.
—Gracias —dice sin más y me sorprende sus cambios de humor tan drásticos.
—¿Qué hace aquí? —pregunto cuando me siento frente a él en la barra de la cocina.
Que yo sepa, no tiene nada que buscar, porque durante el día llevamos a cabo todas las tareas pendientes y la noche es de descanso.
—Tenemos que ver el tema del p**o de la nómina. Su padre y yo siempre la manejamos el primer día del mes, y ya hoy estamos a día dos —explica y lo veo comer con un gusto como si nunca antes los hubiera probado.
—Ya veo, ¿y por qué no lo hace usted?
De inmediato, se detiene a mitad de un bocado y me mira como si fuera idiota.
—División de tarea, ¿recuerda?
Ah, claro, la bendita asignación de mi padre. Asiento y decido no darle más vueltas, mientras como en silencio mi cena. La verdad es que no quisiera trabajar a esta hora, pero igual no me voy a dormir todavía. Termino de cenar y me levanto para llevar su plato y el mío hacia el fregadero. Antes de darme cuenta lo tengo detrás de mí y me ruborizo sin contenerme.
Aunque me cueste negarlo y no me atreva a pronunciarlo nunca en voz alta, la verdad es que me gusta y quizás, en otro escenario, le habría dado la oportunidad, pero sé que el tipo es un idiota y nunca estaríamos juntos él y yo. Sin embargo, su calor se siente tan hipnotizante tentada a darme la vuelta y a encararlo.
—Gracias por la cena —susurra en voz grave y su colonia es ahora más penetrante.
Me apoyo en el fregadero, en un supuesto intento de fregar los platos, pero doy un respingo cuando siento su mano apoyarse en mi cadera y la otra que me acaricia en la oreja.
—Señorita McField, huele usted delicioso —susurra y sin darme cuenta, sus labios están en mi cuello, besándome de una manera sin igual.
—Richard, ¿qué estás haciendo? —jadeo su nombre, tuteándolo por primera vez y para mi sorpresa, me atrae hacia su pecho musculoso, y mete su mano entre mis pantalones para comenzar a tocarme, al encontrarme sin ropa interior.
—Te deseo, Camille —confiesa y mi nombre es un rezo en sus labios.
Sus caricias aumentan y me siento cada vez más ardiente. Está apunto de introducir un dedo en mi interior, cuando de pronto, el sonido de una puerta sonando me espanta y abro los ojos de súbito, para darme cuenta que todo esto ha no sido más que un sueño. Desorientada, miro a mi alrededor: me he dormido en el baño con la llave del grifo abierta y el agua se ha derramado por toda la habitación.
—¡Señorita McField! ¡Abra la puerta! ¿Cómo se encuentra? ¡Hay mucha agua!—alguien grita con desesperación y yo, turbada y con una necesidad indecible, me paro corriendo para ir a abrir, frustrada de que mi sueño no se haya hecho realidad.
—¡Estoy bien! —grito, molesta y abro la puerta bruscamente para encontrarme de bruces con el protagonista de mis sueños, que me mira preocupado, pero se queda de piedra al verme.
Yo lo miro sin entender su cara de pasmo, pero al bajar la mirada la vergüenza es mayúscula, porque para mi gran sorpresa estoy completamente desnuda.