Narra Camille:
Regreso al establo y me bajo de un salto del caballo, echa una furia y empiezo a desarmar a Rosita de su silla. Ella se estremece, mientras respira agitadamente por la carrera y pareciera estar llamándome a la atención por mi trato. Inevitablemente me río en voz baja.
—Lo siento, bonita. No debería desquitarme contigo —le digo mientras le acaricio la frente.
Sé que no tiene la culpa de cómo me siento, así que decido dejar la b********d con ella y comienzo a cepillarla suavemente, admirando su esplendor y magnifico estado.
La realidad es que me sorprendo a mí misma con semejante comportamiento. Generalmente soy una chica tranquila, y si me enojo, siempre ha de ser por una buena razón, pero esta vez he perdido los estribos de una manera que no me había pasado antes. Sin saber qué es lo que me molesta más, si el hecho de haber sido desafiada por un simple empleado, o si es haberlo visto involucrado con otra mujer, lo cierto es que no puedo evitar sentirme extrañamente airada.
—¿Qué le parece a la señorita la yegua? —una voz masculina irrumpe en mis pensamientos.
Dejo de cepillar el lomo de Rosita y me giro para ver al recién llegado, y me sonríe, peinando su cabello rubio oscuro, mojado por el chapuzón de antes. Es evidente que está húmedo todavía, pero se ha secado en gran parte por la carrera hasta aquí y por el sol. Lo miro de arriba abajo y me encojo de hombros.
—Entiendo que para eso le han pagado todos estos días, para cuidarla a ella y a los demás caballos.
Su gesto se torna serio y enarca una ceja, sorprendido.
—¿Es siempre usted tan mal hablada o es solo conmigo? —pregunta mientras se acerca hacia mí.
—Creo que ese es el efecto que produce usted en mí, señor Green —le digo mientras me cruzo de brazos. —No llevo ni un día aquí y ya me he dado cuenta de que usted y su perro serán un dolor de cabeza.
Para mi sorpresa, él se echa a reír mientras se acerca lentamente hacia mí. Su camisa a cuadros está abierta y deja sobre una pila de heno su sombrero marrón. Queda a un palmo de mi cara y siento su aroma que me inunda las fosas nasales.
—Si el problema es que está celosa, créame que doy para todas, señorita McField.
No contengo mi mano cuando se estampa contra su mejilla y le suelto una bofetada. Este el colmo de males, encima de sus humos en la hacienda, resulta ser también un desvergonzado.
—¡No se equivoque conmigo, Richard! Yo no soy ninguna de sus mujerzuelas. Usted aquí tiene que comportarse como tal y respetarme.
Su mirada no se amedrenta ni por un instante, por el contrario, cada día segundo parece estar más airado que el anterior.
—¿Por qué debería respetarla a usted? Desde que ha llegado no ha hecho más que insultar a mi perro y meterse en lo que no le importa. Si no lo ha notado, han pasado años de su ausencia y todo sigue en marcha. No debo darle cuentas a usted de lo que haga o no en mi tiempo libre. Así que mejor ubíquese y quítese de mi camino, porque créame que puedo hacerle la vida de cuadritos si me lo propongo.
Yo, que siempre estoy más que lista para un desafío, achico los ojos y me pongo las manos en la cintura, mientras me acerco aún más a su cara. Tengo casi que ponerme de putillas para verle a los ojos, de un verde casi esmeralda.
—¿Quiere apostar a ver quién se va primero? —sonrío, lista para demostrarle de qué estoy hecha.
No llega a responderme, sino que sus ojos estudian mi rostro y por un momento podría jurar que se ha quedado viendo mis labios con interés. Entonces, alguien carraspea, aclarándose la garganta y nos separamos de inmediato, para ver a mi padre en la puerta del establo. Nos sonríe a los dos mientras se mete las manos a los bolsillos.
—Lamento interrumpir —dice con una sonrisa que me parece demasiado alegre para mi gusto —pero me alegra ver que ya se han conocido.
—Así es, Pat, estaba dándole la bienvenida a la señorita —sonríe el capataz con despreocupación.
¿Pat? ¿Desde cuando este tipo tiene tantas confianzas con mi padre? Si mal no recuerdo, Patrick McField solía ser un sujeto duro al que todos los empleados le trataban con respeto, pero ahora veo que la vejez lo ha ablandado.
—Sí, padre. Estaba recordándole al señor Green su lugar, tratando de llegar a un acuerdo.
Lo miro por el rabo del ojo para que sepa que, si bien pude delatarlo, no lo hice. Mi padre parece no darse cuenta, por lo que sigue con su discurso.
—Me parece excelente. Quise pasar por aquí para avisarles que esta noche me voy de viaje con Susy —anuncia de lo más contento.
Yo lo miro con sorpresa, no llevo ni un día aquí y recién me entero de que se marchan, por lo que no puedo estar menos ofendida y más en la manera en que lo informa.
—¿Finalmente tú y Susy se irán de crucero? —pregunta Richard con confianza y mi ofensa crece más.
Este tonto tiene demasiadas confianzas y sabe más de la vida de mis padres que yo, cosa que me hace sentir mal, aunque me esfuerce en ocultarlo.
—¡Sí! Estamos muy emocionados y en vista de que mi pequeña ha regresado ya ha casa, no podría estar más confiado para irme —me mira a los ojos y es increíble el calor y afecto que desbordan de ellos.
—Pero, papá… ¿No es muy pronto para que se vayan? Ni siquiera me he asentado bien y no tengo claras cuáles serán mis funciones —me cruzo de brazos, tratando de que me entienda.
—¡Por eso mismo estoy aquí! Quería explicarles que, a partir de ahora, ambos se dividirán las tareas en un cincuenta-cincuenta, tanto el trabajo de campo como en la oficina. Quiero que los dos se familiaricen y trabajen mano a mano.
—Patrick…
—Papá…
Los dos nos quejamos al mismo tiempo, pero mi padre levanta las manos en el aire silenciando toda queja.
—Tengo que salir en media hora así que será mejor que vaya a hacer mis maletas, así que, cualquier duda, estoy seguro de que juntos la resolverán. Cami, cariño, recuerda despedirte de mamá. Los veo en tres semanas —dice antes de marcharse y algo me dice que venir aquí no terminó siendo buena idea después de todo, pero como soy testaruda, no estoy dispuesta a rendirme tan pronto.