Hija Pródiga.

1165 Words
Narra Camille: El rancho OakDale es uno de esos lugares mágicos que, una vez conoces, no puedes olvidar jamás. Con más de diez kilómetros en toda su extensión de tierra, sin contar las parcelas que le rodean, un lago de algunos dos kilómetros de- ancho y unos treinta metros de profundidad, cuenta con una casa principal, una de servicio y la zona de los establos. A pesar de que solo estuve fuera durante cinco años, los cambios que ha sufrido el lugar son verdaderamente notorios. Han remodelado la entrada y han plantado todo un sendero de flores preciosas desde la verja principal hasta la casa, lo que hace del lugar un paisaje mucho más bello. Me sumerjo en mi pequeño Toyota Camry, auspiciado por mi padre, como todo lo que poseo, hasta la casa principal, con el corazón hecho un puño. La última vez que estuve aquí fue cuando Sammy murió y sé que no he regresado para no tener que revivir todos esos tristes recuerdos. Sin embargo, el ultimátum de mi padre no me ha dejado otra opción. Tengo apenas veintitrés años, recién graduada, y sin experiencia en ningún área laboral. ¿Quién me contrataría? Y peor aún, ¿qué empleo podría brindarme el ingreso que necesito para el estilo de vida que me gusta? No me ha quedado de otra sino ceder ante el llamado de mi progenitor, pero confío en que podré escapar pronto de la vida campirana para regresar a la ciudad que es donde pertenezco. Es temprano cuando llego, a penas las ocho de la mañana. Mis padres se han quedado en la ciudad, según me han dicho, para aprovechar el viaje y realizar algunos pendientes. Me ofrecieron acompañarlos, pero no quise. Sabía que, si debía volver a casa, lo mejor era enfrentarlo por mi cuenta. Así que aquí estoy. Me bajo de mi auto con cierta resistencia, me quito los lentes de sol y lo primero que hago es detectar ese olor característico y desagradable de la tierra húmeda y el estiércol. Muchos lo llaman aire fresco, para mí, es distintivamente molesto. Sé que, si Sammy estuviera aquí, hace rato que habría hecho un comentario sobre mi aspecto y mi incomodidad. Sabía mejor que nadie, que no me gustaban los animales. Mi padre intentó demostrarme lo mágico de los caballos, pero nunca lo logró. Mi sueño siempre fue viajar lejos de aquí y, a pesar de que estuve muy cerca de lograrlo, ahora está pospuesto hasta nuevo aviso. Vestida de pantalones blancos ajustados y una camiseta blanca también de manga corta, con todo el glamour que me caracteriza, me acerco a la puerta principal de la casa, con un reguero de emociones encontradas por todo lo vivido aquí. La casa de mis padres es un hermoso edificio de concreto con dos niveles. En la entrada, una enorme puerta de caoba oscura es el aspecto más significativo, y hay un hermoso jardín de flores trinitarias que mi madre ha cuidado desde siempre. Sin embargo, no logro alcanzar el primer escalón de la fachada, con un enorme animal sale corriendo del patio trasero de la casa y, tras pisar un charco de lodo que encontró a su paso, me salpica de arriba abajo. La indignación y la rabia me abordan al mismo tiempo y el recordatorio de porqué no me gusta el campo ni los animales se hace notorio. No llevo dos segundos en este lugar y mira ya cómo estoy. Tras limpiarme el lodo de la cara, asqueada e indignada, abro los ojos para salir en busca de esa malvada bestia. —¡Ven aquí, salvaje! Me las vas a pagar —amenazo, hecha una furia. Entonces, un tipo que no conozco, se interpone en mi camino, justo cuando estoy a punto de alcanzar al perro que me ha ensuciado. —Disculpe, señorita, pero su nombre es Spark y si tiene algo con él, lo tendrá conmigo. El pulgoso perro ladra en respuesta. Inmediatamente siento la ira subirme a la cabeza. ¿Y este quién rayos se ha creído? No tengo ni idea de quién podrá ser, pero evidentemente no me conoce. Todo este lugar me pertenece por derecho y ese sucio perro me las debe. —Spark no es más que un perro salvaje y sin educación. ¿No ve cómo me ha dejado? —exclamo, ofendida con él y con su perro. Al mismo tiempo, me fijo en que el caballero no tiene camisa y lleva al descubierto un torso que parece sacado de una revista de atletas. No debe tener más de treinta, y su piel tostada por el sol y un par de ojos color verde, son la debilidad de cualquier mujer. Mis ojos ávidos recorren ese pecho firme y creo que podría contar cada músculo de su abdomen. Yo, que nunca he estado tan cerca de un sujeto y mucho menos desnudo, me ruborizo como una colegiala, pero trato de guardar la compostura. —Quizás ha sido usted quien se ha metido en su camino. Después de todo, esto es un rancho, no una pasarela de modas, así que, debería de estar al tanto de eso y vestirse de manera apropiada —dice con altanería y nunca, en toda mi vida, había tenido la urgencia de golpear a alguien como hasta este momento. La impresión que tenía de él cambia drásticamente. Es obvio que no es más que un patán, más salvaje incluso que el perro que posee. —¿Cómo se atreve a decirme semejante cosa? —pregunto, ofendida. —¡No sé quién es usted, pero déjeme decirle que esta es mi casa y puedo vestirme como me dé la regalada gana! —exclamo, ya que estamos en tonos de insolencia. Él me mira de arriba abajo y se encoge de hombros, sin importarle cómo me siento. —Bueno, pero este es mi empleo y este es mi perro. Está acostumbrado a andar por todo el lugar con libertad. Si el señor McField tiene alguna queja, que me la exprese. —¡Amarre ese perro ahora mismo! — Le ordeno, dando un zapatazo como una chiquilla, sin tener otra opción para desahogarme. —Usted no es mi jefa, no recibo órdenes suyas. Ven, Spark, vamos amigo, que tenemos trabajo por hacer —sin más, se da la vuelta y su perro, un enorme y peludo pastor australiano, le sigue al instante. —¡No sabe con quién se está metiendo! Haré que lo despidan de inmediato —le amenazo con un dedo lleno de lodo. Él parece disfrutar lo que ve, porque sonreír con malicia, ajustándose el sombrero para cubrirse del sol. —Primero deberá limpiarse, señorita. Tiene algo aquí —señala su nariz y se marcha, dejándome con la palabra en la boca y echando chispas. ¡Este tonto no sabe quién soy yo, pero pronto lo descubrirá! Sin más, me sumerjo en la casa, ahora más que dispuesta a trabajar en el rancho con tal de hacerme cargo de ese sinvergüenza.
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