Mientras tanto en la cocina, Jim, con los dedos arrugados y las manos enrojecidas por el trabajo, pelaba la última papa del montón. Sus ojitos azules cansados reflejaban el agotamiento de casi todo un día entero dedicado a la misma tarea monótona. —¡Voy a soñar con papas esta noche, Lia! ¡Soñaré con papas que me comen vivo! —exclamó con una mezcla de dramatismo infantil y genuino cansancio, provocando que Dan, quien lo observaba desde su rincón, dejara escapar una risa suave y cálida que se escuchó entre las ollas de cobre que colgaban del techo. —Sí, a veces sucede —respondió Dan con una sonrisa comprensiva, mientras se agachaba para ayudar a recoger las cáscaras desperdigadas por el suelo de piedra—. Yo he soñado con castillos de papas, gente de zanahoria, caminos pavimentados de patat