Con dedos temblorosos, se quitó el delantal y luego comenzó a deshacer los lazos de su vestido. La tela susurró contra su piel mientras caía, dejándola en ropa interior bajo la mirada penetrante del rey. Los ojos de Acaz la recorrieron de pies a cabeza con la intensidad de un animal salvaje evaluando su presa. «Me... gusta, mucho», pensó él, saboreando cada detalle de la figura temblorosa ante él. Se sentó con movimientos calculados en la silla junto a la mesa. —Móntate en la mesa. —¿Qué? —la sorpresa hizo que la voz de Ofelia se quebrara. Acaz ladeó su cabeza con una lentitud deliberada, y una sonrisa maliciosa curvó sus labios, revelando apenas el borde de sus dientes blancos. —Móntate en la mesa y colócate frente a mí, prisionera. Una vez más, el rey Acaz usó el poder de la runa