Cuando Acaz escuchó la pregunta de la Fae pelirroja dejó escapar un suspiro que revelaba más incomodidad que fastidio.
«Ya deja de hacer preguntas», pensó, sintiendo ese familiar impulso de retraerse ante la interacción prolongada.
No era que a él le disgustara hablar, simplemente las palabras no fluían naturalmente de él como lo hacían otros —no era bueno comunicándose—. Desde siempre había sido un lobo de pocas palabras, prefiriendo que sus acciones y decisiones hablaran por él.
Su reino lo conocía así: un rey que reservaba su voz para las órdenes verdaderamente importantes, y cuando estas llegaban, eran concisas y claras como el cristal. No necesitaba más. Su gente había aprendido a respetar ese silencio suyo, interpretándolo no como debilidad, sino como parte de la esencia de su Rey. Para los grandes discursos y las palabras elaboradas, estaban sus oradores especiales, cuidadosamente seleccionados para dar voz a sus pensamientos cuando la ocasión lo requería.
Sin embargo, ahora se encontraba en una situación que lo sacaba de su zona de confort, esta hada, con sus preguntas —necesarias para ella, molestas para él—, requería explicaciones que ni él mismo sabía cómo articular. No era prudente llevar una Fae a su reino, menos aún a su castillo. Incluso siendo rey, había reglas que él debía respetar. Y, sin embargo, ahí estaba, llevándola consigo, rompiendo tradiciones por razones que no alcanzaba a comprender del todo.
«Al menos parece humana con su fachada, eso podría ayudar a mantener las apariencias por un tiempo» pensó el rey Acaz diciendo en voz alta:
—No te quites la fachada —ordenó secamente, evadiendo deliberadamente la pregunta anterior.
Ofelia se mordió el labio inferior, un gesto que revelaba su nerviosismo.
—No lo haré, pero... ¿me encerrará en un calabozo con mi hermano? ¿Me pondrá a trabajar forzosamente? Solo quiero saber lo que me espera…
El suspiro de Acaz fue audible esta vez.
«Es persistente», pensó con irritación y algo más que no quería examinar demasiado de cerca.
—Tu presencia, me puede beneficiar —respondió finalmente, con su tono cortante dejando claro que no deseaba extenderse más en el tema—. Ya guarda silencio. No más preguntas.
Ofelia asintió débilmente, aunque su mente seguía siendo un torbellino de preocupaciones.
«¿Pero en que puedo beneficiarlo? Debería explicarle que mis poderes no serán de ayuda...»
—Mi señor yo no...
—Te dije que guardaras silencio.
Las palabras del rey fueron tan cortantes que Ofelia no se atrevió a pronunciar una palabra más.
Horas después
El viaje continuó así hasta el amanecer. El cansancio pesaba sobre los párpados de Ofelia, pero el miedo y la incómoda posición sobre el caballo le impedían sucumbir al sueño. Cuando los primeros rayos del sol comenzaron a iluminar el paisaje, su corazón se encogió al divisar las majestuosas montañas verdes de Wolfgard, con sus picos nevados brillando como joyas bajo la luz del amanecer.
El reino de los lobos era una fortaleza natural, protegido por cadenas montañosas que parecían tocar el cielo. Eran pocos los que podían atravesar sus barreras mágicas, lo que lo hacía prácticamente un reino imposible de invadir. Ahora cabalgaban por un valle despejado, sin un solo árbol a la vista, solo las montañas en el horizonte. Pero algo extraño ocurría: cuanto más avanzaban, más parecía que no se movían, como si las montañas fueran un espejismo o una pintura en un lienzo distante.
De repente, la voz del rey rompió el silencio:
—Dime tu nombre, y el de tu hermano. Los verdaderos...
—¿Nuestros nombres verdaderos? —la pregunta de Ofelia salió como un susurro tembloroso.
El silencio del rey fue su única respuesta, y Ofelia sintió que el miedo se intensificaba en su interior.
—Ofelia Wood y mi hermano es James Wood —murmuró, esperando que estos nombres, los que habían usado durante los últimos 10 años fueran suficientes. «Seguramente no sabe tanto sobre las hadas», pensó, encogiéndose sobre sí misma.
El gruñido que emanó del rey le indicó que se había equivocado.
—Tus nombres Fae, pequeña mentirosa. No los humanos.
Ofelia cerró los ojos con fuerza, como si así pudiera escapar de la realidad. Los nombres Fae eran más que simples palabras, eran poder puro cristalizado en sonido, la esencia misma de su ser convertida en sílabas sagradas. Revelarlos significaba entregar una parte de su alma, hacer vulnerable lo más íntimo de su ser ante este rey que había destruido el hogar que tuvo con su hermanito durante los últimos 3 años y cuyas intenciones seguían siendo un misterio.
—Dime los nombres —la voz del rey se había vuelto más profunda, dando a entender que su paciencia era corta.
—Mi verdadero nombre es Ophyria Sungrace —susurró finalmente en un hilo de voz derrotado —. Y mi hermano es Jaerion Sungrace.
—Ophyria y Jaerion Sungrace, son bienvenidos.
En el momento en que los nombres verdaderos fueron pronunciados por el rey, el paisaje frente a ellos onduló como la superficie de un lago tocado por la brisa, y las montañas que parecían inalcanzables se materializaron súbitamente mucho más cerca. La barrera mágica que protegía el reino de Wolfgard se había abierto ante la verdad de sus nombres Fae, revelando una muralla que parecía rasgar el cielo con su altura.
La entrada estaba cercada por dos colosales estatuas de lobos aullando al cielo, esculpidas en piedra tan oscura que parecía absorber la luz. Incluso desde la distancia, Ofelia podía apreciar la magnificencia intimidante de estas figuras guardianas, con sus siluetas recortadas contra el cielo del amanecer.
Los nombres eran poder, eran como la esencia misma de los seres vivos, y la barrera de Wolfgard solo cedía ante aquellos a quienes los lobos nombraban expresamente, otorgándoles el derecho de paso a través de su invocación.
Mientras se acercaban, el sonido grave de los cuernos anunció el regreso del rey, y las pesadas puertas de la muralla comenzaron a abrirse con un gruñido metálico. Se separaron lo justo para permitir el paso del rey y sus guerreros más cercanos, el grueso de su ejército llegaría al día siguiente, pero el rey debía entrar primero, como dictaba la tradición.
A medida que cruzaban el umbral de Wolfgard, Ofelia no pudo evitar preguntarse qué destino le aguardaba tras aquellas murallas que cruzaba por primera vez, en el corazón del reino de los lobos, bajo el poder de este rey que parecía debatirse entre la crueldad y algo más…