En ese momento, Ofelia sentía que el corazón se le iba a salir del pecho. Ahí estaba ella, sentada provocativamente —desde su punto de vista— sobre la mesa con las piernas abiertas, apenas cubierta por su ropa interior, observando cómo Acaz masticaba el último bocado con esa calma que solo tienen los que saben que nadie se atreverá a interrumpirlos ni contradecir sus acciones cuestionables. —Su majestad... —Las palabras salieron casi en un susurro. La posición en que se encontraba la hacía sentirse vulnerable, pero era su única carta para negociar. Cuando Acaz alzó la vista hacia ella, Ofelia sintió que se le helaba la sangre. La forma en que sus ojos grises recorrieron su cuerpo expuesto la hizo temblar, pero era ahora o nunca. Se aclaró la garganta, rogando que su voz no la traicionara