Al día siguiente, cuando apenas despuntaba el alba, el primero en despertar sus sentidos fue el rey Acaz. En su majestuosa forma de lobo, sus ojos grises brillantes contemplaban cómo Ofelia permanecía profundamente dormida entre su espeso pelaje, habiéndose arropado instintivamente con su cola durante la noche. Ahora parecía estar sumida en el más profundo de los sueños, con su respiración suave y acompasada. Él, consciente de su ritual matutino y no deseando que ella fuera testigo de este momento tan íntimo de él —por ahora—, decidió no despertarla todavía. Con movimientos calculados y delicados, se incorporó con suma cautela, deslizando una almohada bajo su cabeza para reemplazar su presencia. Luego, con precisión sorprendente para su forma lupina, utilizó su hocico para buscar y extraer