Mientras Jim y Ofelia se bañaban, la mujer los observaba con una mirada penetrante, notando su extraño silencio y comportamiento demasiado normal para la situación. Cuando terminaron de asearse, las ropas nuevas resultaron ser una cruel ironía. El vestido de Ofelia, de un color tan apagado como sus esperanzas, tenía un escote profundo que la hacía sentirse vulnerable y expuesta. Sus manos volaron instintivamente a cubrirse su área del pecho, mientras Jim se vestía con un simple camisón beige y pantaloncillos oscuros.
De vuelta en el almacén, la mujer extrajo un frasco de tinta morada oscura, casi era color azabache, y un pincel con movimientos deliberados que hicieron que el corazón de Ofelia se acelerara.
—Quédate quieta —ordenó la loba.
Ofelia cerró los ojos con fuerza, sintiendo la mirada ansiosa de Jim sobre ella. El pincel se deslizó sobre su piel expuesta, trazando tres círculos místicos cerca de su pecho. El dolor que siguió después fue como fuego líquido sobre su piel, pero Ofelia se mantuvo estoica, negándose a gritar solo para no asustar más a Jim. El sudor comenzó a perlar su frente mientras la marca ardía como si le hubieran presionado un hierro al rojo vivo.
La loba la observó con una pizca de respeto renuente; había visto a muchos gritar y llorar durante el proceso de marcado, pero esta joven permanecía en silencio, con su fortaleza evidente en la forma en que apretaba la mandíbula. Eran contados los que se mantenían así, en silencio…
—Es una tinta mágica —explicó la mujer, con su voz ahora teñida con un matiz de algo que podría ser compasión y respeto —. Se quitará solo si el rey lo decide por medio de un hechizo de liberación... ahora, ya eres propiedad del Rey Acaz, y deberás hacer todo lo que él diga.
—¿Todo? —La pregunta de Ofelia salió entrecortada mientras se limpiaba el sudor de la frente, el calor de la marca mágica se extendía por su cuerpo como una fiebre.
—¿Te dolió, Lia? Tus manos están pegajosas... —La voz de Jim temblaba con preocupación mientras sus pequeños dedos rozaban las palmas húmedas de su hermana. El sudor frío que cubría la piel de Ofelia delataba el dolor que intentaba ocultar.
—No, no me dolió, Jim, estoy bien —mintió ella, forzando una sonrisa que no alcanzó sus ojos. El ardor de la marca mágica seguía pulsando como una brasa viva sobre su piel, pero se negaba a mostrar debilidad frente a su hermano pequeño, si no fuera por él, estaría llorando y gritando.
—Ah, bueno —murmuró Jim, con sus ojos azules estudiando el rostro de su hermana con mucho detalle, pero luego con una expresión llena de sospecha en su rostro tierno, dijo: —. Umm, no te ves bien... —El niño sospechaba que su hermana mentía.
El rubor febril que teñía las mejillas de Ofelia era imposible de ocultar, y el temblor en sus manos delataba su estado.
—¡Pero si lo estoy! ¡No te preocupes, Jim! —exclamó ella con una desesperación mal disimulada. El pánico y el dolor se arremolinaba en su interior ante la idea de que aquella marca pudiera obligarla a actuar contra su voluntad, como una marioneta en manos de un titiritero cruel.
Pero luego, el súbito movimiento de la mujer loba postrándose en el suelo fue como una señal de alarma. Una voz grave y profunda resonó detrás de ellos, haciendo que el aire mismo se tornara sofocante de un momento a otro.
—¿Ya está lista? —preguntó el Rey Acaz que había ido a buscar a su… prisionera.
—Sí, su majestad... —La respuesta de la sierva fue apenas un susurro reverente.
Jim y Ofelia se giraron al mismo tiempo con sus movimientos sincronizados por el miedo. Allí estaba Acaz, imponente y terrible, sosteniendo entre sus manos unas cadenas doradas que no parecían ser para cualquiera. Los ojos grises del rey, depredadores y hambrientos se clavaron inmediatamente en el escote de Ofelia, donde la marca mágica pulsaba con un brillo violáceo y además podía tener una mayor apreciación de los senos de ella... no era mucho, pero era suficiente. La satisfacción en el rostro de Acaz era evidente, con sus cejas arqueadas y su mirada intensa comunicaban más que cualquier palabra.
—Prisionera, arrodíllate —La orden cayó como un látigo.
Ofelia sintió cómo sus piernas se doblaban contra su voluntad, como si hilos invisibles tiraran de ella hacia el suelo. El terror se expandió por su pecho como hielo líquido al comprender el poder que la marca ejercía sobre ella.
—Levanta las manos —La siguiente orden resonó en sus oídos como una sentencia.
Con la respiración entrecortada y el corazón martilleando contra sus costillas, Ofelia alzó sus manos temblorosas con su vista baja, no quería ver a ese rey. El metal frío de los grilletes se cerró alrededor de sus muñecas con una precisión inquietante, ni muy apretados ni muy sueltos, como si hubieran sido forjados específicamente para ella. La cadena dorada que los unía era lo suficientemente larga para permitir movimiento, una falsa ilusión de libertad que solo hacía más cruel su cautiverio.
Finalmente, Ofelia levantó la vista que había mantenido fija en el suelo. Las cadenas captaban la luz tenuemente, como burlándose de su nueva condición. La transformación estaba completa: de princesa Fae a humana común, y ahora a prisionera encadenada de un rey lobo. La ironía de su destino era tan amarga como la bilis que subía por su garganta.
La sonrisa de Acaz, tan rara como un eclipse, esta vez se hizo presente cuando dijo:
—Perfecto —murmuró, con sus ojos recorriendo la figura temblorosa de Ofelia con una satisfacción depredadora.
—El mocoso no tendrá cadenas, solo la mujer —declaró Acaz sin explicar demasiado, típico de él —. Llévalo a la cocina, y tú, vendrás conmigo.
Sin más ceremonias, el rey tomó la cadena y tiró de ella con brusquedad, forzando a Ofelia a ponerse de pie. Sus piernas, débiles por el miedo y el dolor de la marca, apenas respondían mientras era arrastrada tras él como una mascota capturada.
—¡Lia, Lia! —El grito desgarrador de Jim hizo eco contra las paredes de piedra—. ¡¿A dónde se la llevan?! ¡A dónde se llevan a Lia! —Su voz se quebró mientras la mujer loba lo sujetaba por la camisa, impidiendo que corriera tras su hermana.
—¡Regresaré pronto, Jim, lo, lo prometo, no te preocupes, pórtate bien en mi ausencia! —gritó Ofelia por encima de su hombro, con las palabras saliendo entrecortadas mientras era arrastrada hacia lo desconocido. La promesa sonó desesperada, sin saber si podría cumplirla, sin saber si volvería a ver a su hermano, sin saber qué horrores le aguardaban en las manos de ese hombre que ella había visto en su forma lupina, devorando a los reyes de su antiguo hogar, y posiblemente fue parte del complot que ayudaron a su tío a matar a sus padres y a destruir su vida...