«¿Qué estoy haciendo? Estoy rompiendo una regla...», se debatía Acaz internamente con su mandíbula tensa como la cuerda de un arco. Pero algo en aquella sonrisa genuina de la Fae actuó como un bálsamo invisible, derritiendo la tensión de sus músculos. Percibió cómo los latidos desbocados del corazón de ella comenzaban a aquietarse, como un río turbulento que encuentra su cauce. «Azul claro... ella está rodeada de azul claro», pensó maravillado, percibiendo el aroma característico de la calma emanando de ella. Era un color que raramente experimentaba en presencia suya, una tonalidad que contrastaba dramáticamente con los aromas intensos de miedo y nerviosismo que solían rodear a todos los que estaban siempre con él. —Ya tenemos su atuendo, pero ¿Y su ropa interior...? —la pregunta de Ofel