Ofelia permanecía inmóvil, incapaz de procesar la situación en la que se encontraba. El rey Acaz le había ordenado que lo vistiera y ahora, ante su desnudez completa, ella se encontraba en un dilema que jamás pensó enfrentar. En ese momento tan vergonzoso, sus ojos vagaban inquietos por la habitación, sin encontrar un lugar seguro donde posarse. Mantenía el rostro ligeramente ladeado, consciente de que si miraba hacia el suelo podría encontrarse accidentalmente con las partes íntimas del rey, pero si elevaba la mirada para verlo a la cara, el nerviosismo la consumiría por completo. —Su majestad... no creo que... Acaz frunció el ceño y al instante sus facciones se endurecieron ante la insinuación de una negativa. —¿No crees... qué? —preguntó él, consciente de haber escuchado una “no” en