PENÉLOPE
— Es un empresario muy exitoso en su campo —Me dijo Gloria, el ama de llaves de la casa mientras estaba tomando el desayuno al día siguiente de haber llegado.
Ulises se había ido esa misma noche de la casa porque tenía unos pendientes que hacer en la oficina. No le había creído hasta el momento en que Gloria me estaba contando sobre su patrón.
— El patrón suele ser una persona demasiado ocupada. Se le conoce por ser una persona adicta al trabajo, incluso muchas veces los domingos por las noches está trabajando. —Me sirvió el jugo verde en mi vaso. Ambas nos encontrábamos desayunando en la cocina, pues le había rogado que no quería comer sola.
— No imaginaba que Ulises fuera una persona tan ocupada. —Le dije un tanto sorprendida. Volteé a ver a mi alrededor y pude entender todo el lujo que estaba viendo a mi alrededor no era gratis. Requería de un enorme esfuerzo para tener una vida como la que él estaba teniendo.
Al menos sabía que Ulises no era, en apariencia, un maldito depravado quita órganos. Ulises era un empresario exitoso adicto al trabajo.
— Siempre está fuera de casa. Espero que ahora que está usted aquí pase más tiempo aquí y menos en la empresa.
Esperaba lo mismo. No sabía cuáles eran sus intenciones conmigo, ni mucho menos a qué se refería con la venta. Tenía que investigar quién me había vendido a él y porqué. Era amable conmigo, pero al mismo tiempo hablaba mal de mí por mi aspecto, al igual que el resto de la gente.
Terminamos de desayunar y me fui directo a mi habitación. Las horas pasaron y a pesar de que recorrí la casa entera no me sentía a gusto. Esto no estaba bien. Ulises no me había dado explicaciones de nada, no me respondía los mensajes y me comenzaba a cansar hacer nada.
Tomé la pequeña maleta, con la que me había ido a Las Vegas, con todas mis cosas dentro, me puse bien los lentes de pasta negra para ver mejor y salí de la casa sin que la servidumbre lo notara. No me quedaría más ahí. Con el alma en un hilo y el poco dinero en efectivo que me quedaba, paré un taxi.
Llegué a mi departamento media hora más tarde. No se encontraba en una zona de lujo como la casa de Ulises, pero era mi espacio, aunque estuviera en una de las zonas más peligrosas de la ciudad. Revisé mi teléfono, pero él seguía sin responderme. Me había dejado en visto.
Me preparé de cenar un sándwich de jamón y queso, había sido una suerte encontrar comida pues estaba en serios problemas financieros. Me dolía la cabeza de pensar sobre quién me había vendido a un empresario como él. Me puse a pensar en ese momento si levantaría las sospechas de Ulises sobre lo que sabía.
No supe en qué momento el cansancio me ganó y me quedé completamente dormida. Eran las tres de la mañana cuando la puerta de mi departamento fue derrumbada. Pegué un brinco sentándome en la cama por el ruido que estaban haciendo. Me acomodé los lentes retorcidos.
— ¿Se puede saber qué haces aquí? —me encontré con el rostro de barbilla cuadrada de Ulises contraída en furia.
— Yo... ¿cómo supiste que vivo aquí? —apenas le dije con un hilo de voz.
— Error cariño, tú ya no vives aquí. —Me jaló de un brazo para sacarme de la cama.
— No, no me quiero ir de aquí. Suéltame. —Protesté. Era definitivamente más fuerte que yo y protestar no servía de absolutamente de nada.
— Recojan sus cosas —dio la orden a sus hombres— y tú, tienes que saber cuál es tu lugar. —Me dijo entre dientes.
Me llevó al carro a tropiezos y me llevó de regreso a su casa. Me jaló hasta la habitación en la que había dormido la noche anterior. Me avenó hacia la cama y prendió la luz para que viera su enojo.
— Escúchame bien Penélope —estaba mostrando sus dientes como si estuviera dispuesto a soltar una mordida en cualquier momento— tú eres mi esposa, eso significa que me perteneces. En ningún momento se te ocurra salir de esta casa sin mi permiso, o querer escapar de tus obligaciones de esposa como lo quisiste hacer hoy. Tu deber como esposa es esperarme aquí a que yo llegue, así sean años, tu deber es esperar por mí, sin importar si tardo cien años en regresar.
Se subió a la cama subiéndose encima de mí. Me tomó por las muñeca y me puso en una posición en la que no podía hacer nada. Lo vi con furia, estaba furiosa con él y no podía ocultarlo.
— ¿Entendiste? —me preguntó con voz autoritaria.
Traté de sacudirme, pero fue inútil. No había manera en que me pudiera soltar.
— ¡Suéltame Ulises! —le grité.
— ¡Entiende tu papel en esta casa! ¡Eres mi esposa y tú estás aquí para lo que yo diga! —gritó.
Sentí impotencia en ese momento y las lágrimas por no poder hacer nada comenzaron a salir.
— Vas a estar vigilada las veinticuatro horas y no vas a poder salir de aquí, a menos que yo lo diga. Vas a tener que aprender por las malas cariño lo que es ser una buena esposa. —Me sonrió con burla.
— Me estás lastimando —apreté la mandíbula en un intento de no gritarle.
— Sabes una cosa Penélope, para llevar una vida de casada feliz, debes de aprender a ser una buena esposa, y eso lo vas a tener que aprender aunque sea por la malas. —Me dijo antes de levantarse y salir de la habitación cerrado la puerta de un portazo.
Me quedé con un ardor en el estómago por todo lo que había pasado. Había sido una estúpida por haberme ido con él a los tres días de haberlo conocido. ¿Habría sido lo mismo si no me hubiera ido con él a casarme a Las Vegas?, después de todo nuestro encuentro no fue casualidad.
Desde esa noche dejé de ver a Ulises con frecuencia. Regresaba a dormir a muy altas horas de la noche, saliendo muy temprano por la mañana, y a pesar de que quería salir a la calle y librarme de esas cuatro paredes, no había podido salir en ningún momento, pues el personal me lo impedía.
Estaba viviendo en una prisión.
Todos los días era la misma rutina vacía me levantaba por las mañanas, me bañaba y elegía una de mis faldas largas de tela sastre y colores oscuros que me gustaba vestir, me ponía mis lentes y me disponía a bajar a la fría mesa vacía con solo un plato para mí y nadie más. El matrimonio después de todo no era tan lindo y mágico como lo pintaban.
Estaba más sola que nunca y pronto había entrado en una depresión. Por tres días no quise salir de la cama, comer o hacer algo por mí misma, no paraba de pensar en todas las veces que había intentado escapar sin tener éxito. Hasta que un día Ulises llegó a la casa más temprano de lo normal. Entró a mi habitación abriendo la puerta de par en par.
— ¿Qué haces ahí perdiendo el tiempo solo dormida? ¿Crees que la felicidad de nuestro matrimonio se va a ganar así? —Estaba recostada en mi cama cuando él se acercó a mí con el rostro contraído por la furia.
— No es como que estés aquí todo el día. —Le respondí restando importancia.
— Así que quieres un recordatorio de que tienes marido. Si quieres ganarte un lugar en esta casa, te lo he dicho tienes que aprender a ser una buena esposa. Así que a partir de este momento me vas a atender de manera personal, como siempre debió haber sido, mi esposa me va a atender como se debe.
— Tienes sirvientes, ellos lo hacen bien por ti —respondí sin ningún cuidado.
— Creo que no estás entendiendo, podré tener muchos sirvientes, pero la obligación de una esposa es atender a su hombre, y eso es lo que vas a hacer. —Se dio la media vuelta y cerró la puerta de un portazo.
Mi estómago estaba ardiendo en gastritis. Era un maldito imbécil. Para la hora de la cena había bajado solo para dejarle en la mesa un tazón de cereal y leche para que se sirviera. No tardé ni un minuto cuando subí y me encerré de nuevo en mi habitación. No tardó ni diez minutos mi tranquilidad, cuando Ulises abrió de un portazo la puerta.
Aventó el tazón de cereal al pie de la cama.
— Creo que no lo estás entendiendo bien Penélope, y se me está acabando la paciencia, o aprendes por las buenas o aprendes por las malas. —Me jaló del brazo sacándome de la cama.
— Es lo único que te mereces. —Le dije.
— Ya veremos si es lo único que me merezco. Yo siempre consigo lo que quiero. —Por más que opuse resistencia, su fuerza era mayor. Me llevó a la cocina, donde el chef aguardaba.— Enséñale a cocinar. —Le ordenó al empleado.— Y tú más vale que hagas lo que digo ahora, de lo contrario tu espacio se va a ver reducido a las cuatro paredes en las que has estado encerrada durante estos tres días.
Lo vi con furia. Sabía que decía la verdad y lo terminaría cumpliendo. No tuve opción más que hacer la cena para Ulises que me estaba observando con los brazos cruzados. Me aguanté el coraje y terminé sirviendo su cena en la mesa. No comí con él.
Le serví la sopa de papa y la carne en termino medio que había pedido con verduras al vapor.
— ¿Ves que no es tan difícil ser una buena esposa? —me dijo sonriendo. No dije nada.— A partir de hoy estarás sirviendo todas mis necesidades.
Me quedé callada y con ganas de agarrarlo a cucharazos. Tenía que ser inteligente. Tenía que salir de ahí aunque no le veía el fin a estar casada con él. Me sonrió con aire de superioridad.
— Aunque pensándolo bien, quiero que solo me sirvas y desaparezcas de mi vista. Vamos a ver cómo vas entendiendo lo de ser buena esposa y ganarte la felicidad que tanto deseas. —Me di media vuelta aventándole la madre muy dentro de mí.— Y más vales que vayas a bañarte que te falta cumplir con tus deberes en la cama.
Esperaba que le diera diarrea la muy hijo de put*a. Me encerré en mi habitación sin comer nuevamente. Me erizaba la piel saber que tenía que estar con él en la cama. Tal parecía que tenía un gusto por las ancianas, ya que se había referido así de mí. Para mi buena suerte, esa noche se había tomado toda la botella de vino que le había dejado sobre la mesa. Al salir del baño de mi habitación envuelta en una toalla y dispuesta a ponerme la pijama luego de haber tomado un baño, lo encontré roncando sobre mi colchón.
Sabía que no siempre tendría la misma suerte y tenía que encontrar una solución a mi problema y huir de ahí. Lo terminé desnudando para que al despertar pensara que habíamos tenido relaciones. Dormí en una habitación de invitados.
No volvía a ver a Ulises en mucho tiempo, pero me había dejado una lista de tareas con horarios en los que tenía que cumplir de acuerdo a sus necesidades, lo tuve que cumplir para alejarlo lo más posible de mi cama. Lo que realmente me sorprendió es que a la semana me regaló una collar de diamantes, que me envió a mi habitación, como recompensa por ser una "buena esposa".
Quería tapar con dinero la carencia que tenía... y entonces se me ocurrió un plan.