PENÉLOPE
Había olvidado el rostro de Ulises con el paso del tiempo.
Después de verme obligada a cumplir las labores del hogar, aun con todo su ejército de empleados dispuestos a servirle, me había dejado un tanto en paz el seguir sus exigencias al pie de la letras.
Todas las mañanas me levantaba a las seis de la mañana a prepararle su desayuno. Se lo dejaba sobre la mesa con el menú que le indicaba a Gloria, el ama de llaves, que se me entregara de manera semanal. Tenía que pesar sus alimentos porque llevaba una dieta rigurosa, y muchas veces encontraba la comida en la basura, pues era raro que llegara a comer.
Vivía en esa casa, pero se la pasaba trabajando tanto tiempo que con el paso de los días lo había dejado de ver. No tenía una solo foto de él, a pesar de todo. Estaba completamente encerrada e incomunicada. Lo único que podía hacer era preparar su comida.
Habían pasado dos semanas cuando finalmente Ulises se había aparecido por la casa por la tarde.
— ¡Penélope! ¡Penélope! —escuché sus gritos. Le había dejado comida y no estaba dispuesta a ir hacia él cada que me gritara como si fuera un perrito faldero.— ¡Maldita sea Penélope, ven para acá!.
No hice caso. Que me dejara en paz. La puerta de mi habitación se abrió de golpe.
— Te estaba por dejar unos aretes de zafiro y esmeraldas, pero tal parece que no has cumplido con todos tus deberes. —Me dijo entre dientes.— Si mi ropa no está limpia olvídate de las recompensas.
— Como tú digas, cariño. —Le dije con una dulzura fingida. Idiota.
Aspiré aire con profundidad, aguantando mis locas ganas de propinarle una patada en los huevos, y salir corriendo de ahí, pero no era tarea fácil. Tenía que ser inteligente, y para eso tenía que apegarme al plan. Ganar tantas joyas como fuera posible, para poder darle esa patada que tanto deseaba.
Comencé a dedicarme a él por completo. Mantenía su habitación limpia, su ropa ordenada y sus alimentos tal cual los pedía. A cambio de ser "una buena esposa" me dejaba algunas veces flores y chocolates sin azúcar, por mi buen progreso, sin embargo el día que más ansiosa que quería que llegara eran los domingos.
Todos los domingos recibía una nota que me decía que me faltaba mucho para ser una buena esposa, pero me compensaba con piedras preciosas y joyas costosas como un incentivo por "mi esfuerzo". Las joyas no compensaban mi melancolía por querer ver de nuevo la luz del sol fuera de esa enorme casa que parecía mi jaula de oro, pero me daban cierta esperanza por algún día salir de ahí.
— Me gustaría salir —le dije al ama de llaves un día mientras estaba comiendo con ella en la cocina. Me rehusaba a comer sola en el comedor o con el peligro de que Ulises llegara un día y me encontrara a ahí y me exigiera los deberes en la cama, cosa que no quería cumplir.
— Señora, sabe que no podemos hacer eso. Si el señor nos ve que hemos roto las reglas podemos perder nuestro trabajo. —Gloria era la única persona con la que me sentaba a hablar en esa casa.
— Vamos Gloria, solo quiero salir un rato. Desde que llegué a esta casa hace meses es que no logro ver algo más, más que estas cuatro paredes mientras él me trata como a una sirvienta en vez de su esposa. Juro que no iré a ningún lado. —Le dije.
— El patrón no va a llegar hasta la noche. —Gloria se llevó su vaso con agua a los labios.— Está bien, pero solo será por una hora, ¿a dónde quieres ir?
Una hora más tarde nos encontrábamos en el centro comercial más cercano a la casa. Lo primero que fui a ver fueron las joyas, que durante mi encierro se habían vuelto mi pasión. Al final de cuentas Gloria terminó por comprarme un par de libros que hablaban sobre los tipos de joyas, sus diseños y las joyas más icónicas de todos los tiempos.
Regresamos a casa una hora más tarde, y yo había agradecido enormemente a Gloria por haberse arriesgado a sacarme de ese agujero. Al menos sabía que el mundo no había cambiado.
— Gracias por arriesgarte por mí Gloria. —Le di las gracias antes de ponerme a trabajar en la cocina para la cena de Ulises.
— Será nuestro secreto.
Una vez que terminé la cena, me encerré en mi habitación a hojear mis libros. Descubrí el nombre de las piedras preciosas y me puse a investigar más sobre ellas, como aprender a sabe cuando eran falsas y cuando no. Con las joyas que iba recolectando durante las semanas que pasaban, había comenzado a practicar. Gloria me había ayudado a conseguir algunas herramientas de joyero para poder hacerlo.
Con el paso de los días, decidí dejarle a Ulises una nota en su habitación pidiéndole un anillo de serendibita de un quilate, una piedra preciosa, rara, considerada entre las más caras del mundo. El próximo domingo me la dejó como recompensa por haber limpiado todos sus zapatos. Al examinarla me di cuenta, según lo que había investigado, que era una auténtica joya.
Fue así que comencé a pedirle también algunos libros sobre geología, y algunas otras cosas relacionadas a las joyas.
El rostro de Ulises se iba borrando de mi mente siendo reemplazada por imágenes de joyas que le había comenzado a pedir para coleccionar. Hace mucho tiempo que no lo veía. Había aprendido a lidiar con él, cada vez que me pedía cumplir con mis obligaciones de esposa, por mensaje, le ponía laxante a la comida, o una botella de vino al ver que no paraba de tomar hasta quedarse dormido y desnudarlo para que pensara que había pasado la noche conmigo.
Después de un día de lavar y planchar su ropa, decidí una tarde adelantar el hacer la cena y meterme a la tina para darme un baño, mientras leía sobre el pulido de las joyas y como era su proceso desde que era encontrada en la tierra. Cuando mi teléfono sonó. Era la primera vez que Ulises me marcaba luego de seis meses de no saber de él más que dejarle recados en su habitación con la joya que quería en domingo.
— ¿Estás en la casa? —me preguntó inmediatamente sin siquiera saludar.
— ¿En dónde más estaría? —le pregunté al ser obvio que no podía salir de ahí sin que él diera el consentimiento.
Me colgó el teléfono con lo que no contaba es que cinco minutos más tarde, estaba irrumpiendo en el baño de mi habitación. Fue directamente hacia a mí para jalarme de un brazo y sacarme a la fuerza. Me aventó una toalla mientras veía a través de la ventana.
— Sécate en este momento y agarra lo que puedas, porque nos tenemos que ir en este momento. —Comencé a secarme a prisa, pues no sabía lo que se traía entre manos y la manera en cómo estaba reaccionando no hacía más que ponerme nerviosa.
Nunca había visto a Ulises de esa manera tan desesperada por salir.
— ¿Qué está pasando? —corrí a ponerme unos calzones, y la primera ropa que encontré un conjunto sastre floreado y unos tenis blancos.
— Penélope nos tenemos que ir ya —Me apresuró Ulises.
Salí del baño para tomar el saco de tela con las joyas que había coleccionado. Las metí en la bolsa que me colgué al hombro. Ulises me empujó puerta afuera. Mientras corríamos por el pasillo directo para salir al vestíbulo, donde se encontraba su auto encendido. No entendía nada de lo que estaba pasando.
— Sube —me ordenó mientras corría al lado del conductor.
Obedecí.
— ¿Se puede saber a dónde vamos y por qué de esta manera? —Le pregunté mientras hacia un esfuerzo porque los dedos temblorosos de mis manos me dejaran ponerme el cinturón de seguridad.
— Si quieres vivir, tenemos que irnos de aquí. Nos están siguiendo y esta casa ya no es segura para ti ni para mí.
Esa noche huí con Ulises de contrabando mientras corríamos por nuestras vidas, y yo no tenía idea de lo que estaba pasando.