Caché a mi esposo quejándose que se había casado con una fea. Creí que era el hombre perfecto, hasta que un suceso cambió mi vida.
Por azares del destino, terminé varada en París esperando por él, pero nunca llegó. Tres años después regresé a la ciudad como una de las empresarias más exitosas en el mundo de la joyería. Francia me había cambiado y ya no era más la mujer fea de hace años, su elegancia se había impregnado en mí. Había regresado porque escuché que mi marido se iba a volver a casar, y me estaba convirtiendo en la otra esposa.