PENÉLOPE
Creí que me había casado con el mejor hombre del mundo, pero no fue así. De ser amable, atento, cariñoso y caballeroso conmigo, pasó a ser la persona más cruel y vacía que había conocido en la vida. Al final de cuentas caras vemos, corazones no sabemos.
Hice todo lo que él me pedía en un intento de llamar su atención, pero nada funcionaba, tal parecía que era un objeto más en su casa. Estaba sola a pesar de ser una mujer casada. El amor a primera vista no existe.
Todo comenzó cuando fui a una fiesta a celebrar el cumpleaños de una amiga. Era una bendición que nadie me acompañara, lo había deseado así, pues siempre que salía con mi hermana o alguna compañía terminaba pasándola mal, pues siempre me criticaban por mi manera de vestir tan recatada, que a menudo me comparaban con outfits para abuelas.
Llegué a la fiesta que tenía temática de noche en Las Vegas. Me pregunté cuánto había gastado mi amiga para hacer una fiesta de ese tamaño.
Llevé mi regalo entre mis manos y la busqué para desearle un feliz cumpleaños antes de apartarme de ella e ir hacia un par de maquinitas de apuestas.
El lugar estaba inundado de pláticas por las personas que iban a apostar, con sus trajes y vestidos elegantes. Conversaban alegres sosteniendo sus copas mientras la noche subterránea el calor.
Cabe mencionar que carecía un poco de elegancia, a menudo solía escuchar comentarios a mi alrededor de que mis lentes de pasta negra me hacían ver los ojos más grandes de lo normal, que mis intentos por maquillarme a menudo eran un desastre y que mi gusto por la moda carecía mucho de ser vanguardista. Aprendí a divertirme sola, ya que nadie quería convivir con la rara.
Una vez que perdí parte de mi dinero en las máquinas de apuestas, me dispuse a ir a jugar a la sala de bingo. Me senté en una mesa solitaria y compré una tira de boletos para jugar al mismo tiempo. Era una experta con eso.
El juego estaba por empezar cuando un joven bastante apuesto, de esos que pecan por estar tan buenos y se vuelven el sueño erótico de toda mujer con solo verlo, se sentó frente a mí.
— ¿Puedo sentarme? —me preguntó dirigiendo una sonrisa cálida hacia mí.
— Adelante. —Le señalé la silla, un tanto apenada, que estaba frente a mí— la ronda está por comenzar.
— Mucha suerte. —Me deseó.
— Igualmente. —Le dije.
El locutor de bingo comenzó a anunciar los números a través del micrófono, y traté de concentrarme en mis boletos, aunque sentía la mirada del extraño sobre mí, y eso me ponía un poco nerviosa. Se me pasaron varios números por la inquietud de tener a alguien como él frente a mí. Se había sentado conmigo cuando había espacio en otras mesas.
Cuando el locutor terminó y se anunció un ganador, me di cuenta que pude haber ganado la ronda cinco número atrás de no ser porque estaba desconcentrada. Al alzar la vista pude notar que el hombre no había tachado ni un solo número.
— No has jugado nada —le dije un tanto sorprendida.
— Imposible concentrarme si frente a mí está una mujer tan guapa como tú. —Me sonrió. Sentí un ligero mariposeo en el vientre a causa del piropo inesperado que recibí— ¿Te puedo invitar un trago?
Me extendió la invitación. Con el nerviosismo andando, acepté encantada. Después de todo estaba sola esa noche y podía aceptar su invitación sin que nada malo pasara, así me sentía yo en aquella fiesta. Tener compañía para un par de tragos esa noche, era algo que necesitaba. Ulises me pidió mi número de teléfono y comenzamos a frecuentarnos.
Sentía que era la persona indicada que al fin había llegado a mi vida. Nunca había recibido un trato tan cálido como él, pues casi nunca nadie me invitaba a salir por la pena de ir con “la abuela joven” a algún lugar.
Comenzamos a salir durante tres días en los cuales habíamos estado llevando una relación de lo más normal. Hasta que un día, después de salir de comer y subirnos al auto, sacó algo de la bolsa de sus pantalones.
— ¿Qué es esto? —le pregunté.
— Vamos a casarnos —me dijo con una enorme sonrisa en los labios, mostrando un anillo de diamantes.
Mi corazón latió con fuerza al ver el anillo de compromiso que había sacado frente a mí. ¿De verdad este hombre me estaba pidiendo matrimonio?. Siempre había soñado con este día, y estaba pasando justo frente a mis ojos en ese momento.
— ¿De verdad? ¿Lo dices en serio? —le pregunté un poco cohibida.
— Sí, lo digo en serio. Sé mi esposa, Penélope. —Sacó el anillo de la cajita y tomó mi mano para ponerla en mi dedo anular izquierdo.— Hablo muy en serio.
Sentí la emoción en mi pecho porque sería la esposa de Ulises.
— Sí, sí quiero ser tu esposa —me lancé a él para besarlo.
Me puso en anillo y fue entonces cuando todo comenzó.
— Nos vamos a casar hoy mismo. —Me dijo emocionado.
— ¿Qué? ¿Hoy mismo? ¿pero en dónde?
— En Las Vegas. Comete esta locura conmigo Penélope y vamos a Las Vegas esta misma noche.
Había sido de lo más romántico y salvaje al mismo tiempo. Cómo decirle que no si estaba dispuesto a llevarme a Las Vegas esa misma noche con tal casarnos. Acepté. Era una locura, habían sido tres días y ya sería su esposa.
Esa misma noche tan solo bajar del avión nos casamos. Ahora era la señora Asker. Ulises había rentado la suite más grande y lujosa dentro de uno de los hoteles más caros de toda Las Vegas.
Esa misma noche en medio de una cama decorada con pétalos de rosas y champagne de la más alta calidad, nos probamos por primera vez.
— ¿Estás lista para ser mía por completo? —me preguntó con voz baja mientras me estaba desabrochando mi vestido.
Estaba nerviosa, muy nerviosa por lo que estaba a punto de suceder con él.
— ¿Es tu primera vez? —me preguntó con su voz suave mientras el sostén caía a mis pies.
— No, pero esta es mi segunda vez. —Estaba nerviosa. Hace mucho tiempo que había pasado mi primera vez. Había perdido la virginidad con un supuesto novio que hizo una apuesta para llevarme a la cama.
Ahora las cosas eran diferentes, pues él era mi esposo.
— Tranquila, lo vas a pasar muy bien. —Me dijo antes de conquistar mis labios y bajarme las bragas por completo.
No me dolió. Había sido bastante placentero haber estado en sus brazos. La manera en como me tocó, con esas embestidas mientras perdía su cabeza en mis pechos que rebotaban con su movimientos, hicieron que tocara el cielo varias veces antes de que él lo tocara junto a mí.
— Oficialmente eres señora Asker —Me sonrió dándome un beso antes de dar la media vuelta y dormir.
Esa noche dormí como nunca lo había hecho. Estaba tan feliz de que todo esto hubiera pasado y en tan poco tiempo. Me sentía plena por primera vez en mi vida.
Cada día íbamos a actividades diferentes, terminábamos pasados de copas celebrando nuestra luna de miel, y no parábamos de desnudarnos al regresar a la habitación para hacer el amor como dos locos. Ese hombre era insaciable por las noches.
— No me has presentado a tus padres. ¿Ya saben que nos hemos casado? —Le pregunté saliendo de jugar bingo. Había ido a uno de los casinos a apostar y divertirnos un rato.
— No. No me llevó muy bien con ellos. Descuida, no es necesario que ellos se enteren para que yo te ame. —Me tomó de la mano sonriéndome.
Esa noche terminamos de nuevo en la cama, devorándome como una prueba de amor.
Era el último día en Las Vegas cuando decidimos quedarnos a descansar. Había empacado todo el equipaje y me había metido a la tina a relajarme un rato, antes de salir para consentir a mi esposo, cuando lo escuché hablando por teléfono.
Me había enredado la bata y estaba lista para salir al enorme balcón que tenía la habitación, donde él estaba. Era de noche y él se encontraba fumando un cigarro de espaldas a mí. Abrí un poco la puerta corrediza cuando escuché su voz.
Caché a mi esposo hablando por teléfono y renegando por casarse con una fea. Esa fea era yo.
— Esta mujer no me gusta. ¿No había alguna que fuera menos anticuada? —decía por teléfono. Sacó humo de la boca mientras veía la ciudad. Sostenía su cigarro en la mano.
Caché a mi esposo hablando por teléfono, renegando por haberse casado con una fea. Esa fea era yo. O al menos así me sentía.
Me sentí terrible al escucharlo renegar de esa manera por mí, lo que todos habían hecho solo por mi manera de vestir lo estaba haciendo él.
— Ya me la estuve echando como veinte veces, pero ya tengo ganas de algo mejor… siento que estoy cogiend*o con alguien de la tercera edad, incluso su ropa interior es mata pasiones, —decía, yo me llevé las manos a la boca para ocultar el llanto que estaba brotando desde mi interior.— No puedo creer que me hayan vendido esto. Ella se siente soñada, le he estado haciendo su semana, pero no es mi gusto.
Mi pecho comenzó a agitarse mientras las lágrimas no paraban de brotar. Me estaba tratando peor que la mayoría. Parecía que mi cuento de hadas, mi perfecta luna de miel se estaba desvaneciendo ante mis ojos.
De pronto fui consciente de sus palabras, palabras que iban más allá de una desilusión amorosa. ¿De que venta estaba hablando? ¿Me habían vendido?. No estaba entendiendo nada, y eso hacia que mi corazón latiera más a prisa.
Lo único que sabía en ese momento es que él me había comprado y me había usado, no me quería por lo que era. Me llevé las dos manos a la boca para no gritar. ¿Quién me había vendido a él? y ¿por qué él se había aprovechado de mí si me veía fea por mi manera de vestir?.
Me había comprado. Era una simple mercancía.