PENÉLOPE
París, la ciudad del amor.
París la ciudad del escenario n***o.
Llegué a una ciudad desconocida, con un idioma diferente, en un país desconocido, en medio de miradas despectivas hacia mi persona por mi aspecto. Mi cabello reventado en frizz, los lentes de pasta negra retorcidos, mi rostro demacrado y mi atuendo de falda larga y una blusa de botones normal dignos de una mujer de setenta años, según las críticas de moda.
No voy a negar que en ese momento no sentí miedo, porque era claro que lo sentía. Las manos me temblaban y las pierna igual al tener que tomar un taxi. Me fue difícil poder comunicar que quería ir al hotel De Crillon, sin embargo, logré llegar a salvo. En todo momento estuve abrazando mi maletín y la bolsa con joyas que tenía colgada al hombro.
Una vez que estuve dentro de mi habitación con la puerta bien cerrada y los nervios de punta porque no sabía si me estaban siguiendo en ese momento o no, finalmente me desmoroné en el suelo. Había dejado de correr llorando porque no sabía qué era lo que me deparaba el destino.
Mi vida había cambiado desde que conocí a Ulises. No sabía nada de él, ni siquiera estaba segura de saber algo de mí misma. Me quedé en el suelo abrazándome a mí misma con los ruidos de las calles Parisinas que apenas alcanzaban mi habitación desde la puerta del balcón.
No supe cuánto tiempo había pasado cuando el llanto había secado todas mis lágrimas. Me paré con dificultad, con un poco de mareo, pues hasta ese momento no había sido consciente de que no había comido nada. Tomé el maletín entre mis manos levantándome con cierta dificultad. La recargué sobre la cama y la abrí.
Estaba lleno de fajos de billetes de cien dólares.
Ulises me había mandado a Francia con dinero. Al menos no me preocuparía durante un tiempo por la comida y el hospedaje hasta que él llegara.
Tomé unos cuantos billetes. El maletín lo guardé en la caja de seguridad del hotel y me dispuse a salir a comprar una cambia de ropa y a comer algo antes de regresar a tomar un baño.
Me fue difícil darme a entender que estaba buscando calzones, cosas de aseo personal y ropa en general. Tuve que caminar un buen rato para poder encontrar una tienda y solo tomar lo necesario por mi misma antes de pagar. No pude evitar sentir psicosis de que alguien me seguía y me observaba en todo momento.
Regresé a la habitación dos horas más tarde con un sándwich en la mano y un café. Me encerré echando todos los pestillos posibles y revisando cada esquina de mi habitación para no tener la sorpresa de encontrarme con un loco.
Terminé por abrir la regadera y tomar un baño tallando mi cuerpo con energía y sacando todo el sudor y suciedad que llevaba cargando por días. Me puse mi pijama, prendí la tele y entonces caí en la cuenta de que necesitaba aprender lo básico de francés si quería sobrevivir en esos días.
El ruido del teléfono me sobresaltó, pues solo tenía el ruido de la televisión acompañando mi soledad. Se me aceleró el corazón levantar la bocina del teléfono, pero al final decidí hacerlo.
— ¿Hola? —contesté temerosamente.
— Penélope ¿eres tú? —escuché la voz de Ulises al otro lado del teléfono. Se le escuchaba con la voz jadeante.
— Ulises, ¿estás bien? —le pregunté. Me levanté de la cama al escuchar su voz.
— Escucha, no tengo mucho tiempo, pero vas a tener que esperarme un poco más allá. Voy a hacerme una cirugía facial para que les sea difícil reconocerme, no me va a quedar de otra.
— Ulises ¿qué es lo que está pasando? —quería respuestas y no las tenía.
— Malos entendidos, eso es lo que está pasando. No tengo idea yo tampoco. Tienes que irte del hotel porque es posible que te estén siguiendo. Contacta a la personas que te dije. Veré la manera de contactarte.
Dicho esto, Ulises cortó la llamada. Me quedé con los nervios de punta al saber que esa sensación de estar siendo observada después de todo, podía resultar en ser cierto.
Me apresuré a tomar mis pocas pertenencias y buscar el papel arrugado que mi esposo me había dado para este caso de emergencia. A duras penas pude pedir a la recepcionista que quería hablar por teléfono. El timbre del aparato sonó tres veces antes de ser respondido.
— ¿Wi? —respondió la voz de una mujer al otro lado del teléfono.
— ¿Camille? Habla Penélope, Ulises Asker me ha dicho que me podías ayudar.
— Ulises Asker. —Guardó silencio durante un momento.— ¿Dónde te estás hospedando? —me preguntó.
Esa misma noche salí del hotel al haber contactado a la persona que me dijo. Se trataba Camille, una señora de casi sesenta años que tenía años de no ver a Ulises, sin embargo, había aceptado ayudarme por un favor que le debía a mi marido. Fue por mí al hotel.
La estaba esperando en el lobby con mi maletín y las joyas que tenía sobre el hombro dentro de mi bolsa, cuando vi a un par de hombres vestidos de n***o entrar. Por suerte estaba recargada en una esquina cerca de una planta. Uno de los hombres se acomodó el pantalón y el alma se me escapó del pecho al ver que traía un arma oculta a la cintura.
Escuché que estaban mencionando mi nombre, y entonces fui dando pasos poco a poco hacia la calle con la finalidad de salir corriendo de ahí. Salí a la calle en cuanto subieron al elevador y entonces choqué con una mujer con una apariencia impecable.
Era Camille, la mujer que había contactado, ¿Cómo la reconocí? Estaba sacando un letrero con mi nombre. Me barrió con la mirada y le expliqué que debíamos irnos de prisa.
A la mañana siguiente apareció en las noticias que hubo un incendio provocado en el hotel en donde estaba, específicamente mi habitación.
Camille me llevó a su casa y medio hospedaje. Era de esas señoras que se veían como reinas en la moda, de esas mujeres que lideraban el mundo y podían obtener lo que ellas se propusieran. Trataba de evitarme como si me tratara de un virus contagioso o algo similar.
— ¿Sabes cuánto tiempo va a tardar Ulises en venir? —me preguntó una mañana de mala gana al tener que compartir mesa conmigo para desayunar.
— Me dijo que un par de semanas, que te contactara y que él vería la manera de contactarme.
Camille hizo una mueca de disgusto al escuchar que no serían días, sino semanas. Lo que menos quería era incomodar.
— Camille, te agradezco que hayas tenido la gentileza de recibirme en tu casa, pero está claro que no te agrado y puedo irme de tu casa si con eso te sientes más cómoda. —Sinceridad ante todo.
Me volteó a ver barriéndome con la mira torciendo la boca.
— No es que tengas nada malo, excepto por tu gusto por vestir como una anciana, por dios niña tengo la edad para vestir lo que tienes y es algo que nunca haría. ¿Qué te traumó para vestirte así?
Me quedé callada al ver que Camille podía ver más allá de una persona tan solo con la ropa. No estaba dispuesta a discutir mi pasado, no por el momento, habían cosas dentro de mí que no estaba dispuesta a discutir con una extraña. Perdí la mirada en mi plato de fruta sin saber qué decir.
— Debió ser grave para que te quedes callada de esa manera. En fin, espero que con el tiempo lo superes. No todos los males deben durar en la vida, pero el buen gusto, eso sí que debe permanecer.
Dejó su servilleta de tela y se dispuso a salir.
Los días pasaron y no sabía nada de Ulises. No podía contactarlo por miedo a que dieran con mi paradero, sin embargo, las dos semanas se volvieron el mes y luego dos meses. Camille estaba desesperada, al igual que yo. Me la pasaba intentando aprender un poco de francés con el jardinero o la señora que ayudaba con las labores del hogar.
Tres meses pasaron y tal parecía que la ausencia de Ulises de nuevo me estaba alcanzando. No era la primera vez que lo dejaba de ver por largos periodos de tiempo.
El rostro de mi marido de nuevo comenzaba a borrarse en mi mente. Habían sido tan pocas veces de verlo luego de que nuestro regreso de la luna de miel en Las Vegas. Ni siquiera estaba segura de si algún día volvería a verlo.
Así fue como mi tiempo en Francia comenzaba a pasar de manera dolorosa, sin saber que estaba a punto de tener un cambio real en mi vida y comenzaría mi venganza.