Tres años y un vestido rojo

2026 Words
PENÉLOPE Maquillaje. Vestidos y obsesión por la moda. Aprender a caminar en zapatillas. Y dejar mi alma casi vomitando por salir a correr. ¿Cómo era posible que Camille me llevara ventaja cuando se supone que la juventud debía imponerse?. — Camille, Camille, —le llamé mientras trataba de seguirle el paso. Llevábamos quince minutos corriendo yo sentía que pronto mis pulmones se saldrían por mi boca—¿podemos tomar un respiro? Camille no respondió. Siguió corriendo sin siquiera voltear a verme. Después de veinte minutos más de tortura finalmente comenzamos a trotar para bajar la velocidad. — Esto lo vamos a hacer todos los días o hasta que encuentres algo que te guste y te ejercite —Me dijo cuando finalmente pude alcanzarla. — ¿Todos los días? —mi cara de espanto lo decía todo. — Sí. No puedes dejar que ese cul*o que cargas se vaya al demonio. Suspiré resignada. Si quería un cambio tenía que empezar por cambiar varios hábitos y adaptarme a una mejor versión de mí misma. Terminé tomando clases de pilates, pues detestaba correr. Camille me obligó a llevarme al spa donde me hicieron faciales, depilaciones y masajes relajantes, según esto para mejorar la circulación y que la piel se viera más radiante siempre. Sentir la cera caliente sobre mi cara, piernas y... sí, en aquel rinconcito también. Según las chica que me atendió me iría acostumbrando con el tiempo. Estaba en la cama del spa, recostada y con el área del bikini llena de cera y tiras a punto de ser arrancadas. Nunca había sentido tanta adrenalina por la belleza, y en ese momento estaba dudando si en realidad prefería quedarme con mi ropa anticuada. — Creo que no es necesaria el área del biki... ¡aaah! —Demasiado tarde. Sentí que me habían arrancado la piel y el alma había salido de mi cuerpo. No había recordado lo doloroso que era las primeras veces. Con lágrimas en los ojos por lo adolorida que estaba, decidí que la próxima vez sería una depilación láser. Salí del lugar con las piernas un poco abiertas, parecía que recién había dado a luz, luego de la depilación en el área del bikini. Camille me vio de reojo, con la mirada en alto siguió caminando. Los siguientes días fueron de compras en ropa, zapatos y accesorios. La única vez en la que realmente me había divertido en las compras fue cuando fuimos a la joyería a comprar accesorios para mis outfits. No voy a decir que Camille fue paciente conmigo, pero si puedo afirmar a que estaba comenzando a ver la ropa con diferentes ojos. Llegamos a casa, yo estaba derrotada y lo único en lo que pensaba era en tomar un baño de agua caliente y sobar mis pies para descansar. No sabía de dónde Camille estaba sacando tanta energía. Estaba por subir las escaleras para ir directo a mi dormitorio cuando me detuve en seco. — Antes de que te vayas a dormir tenemos que hacer algo más. —Me habló por la espalda. ¿De verdad quería hacer más cosas?. Suspiré, no me podía quejar. — ¿Qué otra cosa tenemos que hacer? —le pregunté un tanto temerosa de que quisiera pegar otra vuelta al centro comercial. — Pedí que bajaran toda tu ropa vieja, que por fortuna es poca, para hacer una especie de ritual. —Me mostró una botella de vino y sonrió. Bajé las escaleras. Nos dirigimos al jardín donde habían puesto una fogata. Mi ropa vieja estaba al lado. — No se puede empezar un cambio sin poder expresar lo que sientes. —La vi tomar una de mis prendas para ponerla en mis manos. — Pero, yo no quiero quemar la ropa. — Escucha niña, yo pasé por algo similar, y no puedes dejar que la desgracia te quite el encanto. Quemar tu ropa vieja significa que estás dispuesta a un cambio verdadero. No solo es superficial, pero verte a la moda y con una combinación impecable es parte de decirle al mundo que no eres cualquier persona. Sentir que tienes el poder de comerte al mundo es una elección. Se dio la media vuelta dejándome sola. Por primera vez sentí que quemar mi ropa era significaba un cambio enorme en mi vida. Ver el fuego y la prenda en mi mano hicieron que un montón de sentimientos me salieran a flor de piel. Mis manos temblaban y esa necesidad de que no me quería ver más vulnerable. A la mierda todos. Lancé mi ropa al fuego sin lágrimas en los ojos, solo sintiendo esa necesidad de hacer un cambio en mí. Había estado deprimida por todo lo que había pasado con Rodrigo y mi hermana. Me había hundido más por lo de Ulises, y esa estúpida venta que hicieron conmigo. Me quité lo que tenía encima lanzándolo al fuego y quedando en ropa interior. — Váyanse todos al infierno —dije como una celebración. Esa noche sentí que cambió algo en mí y fue por elección propia. No quería volver a verme de la misma manera nunca más. El día del evento de las joyas había llegado y yo había adoptado mi nueva imagen con mi disposición a mi nuevo cambio, aunque eso significaba que los tacones estaban torturando mis pies. Comencé a llamar la atención de la gente al hablar aquella noche sobre mi conocimiento de las joyas, los significados y las combinaciones adecuadas. Con mi vestido en tono champagne, mis tacones Chanel, las joyas que traía, los lentes de contacto y el arreglo de un estilista profesional me habían dado mi nuevo aspecto. Me sentía hermosa por primera vez en mucho tiempo. Desde esa noche mi vidas cambió, y aunque Ulises estaba presente en mis pensamientos mi resentimiento por él comenzó a crecer con los días en los que su ausencia me golpeaban. No era nada diferente a Rodrigo. Los dos eran exactamente lo mismo. Comencé a obsesionarme más por las joyas y sus procesos. Comencé por estudiar libros de geología y todo lo relacionado con las joyas por mi cuenta. Con el dinero que me había dado Ulises. Las joyas que tenía comencé a modificarlas, con el conocimiento que ya había adquirido a causa de mi obsesión, para venderlas a las amistades de Camille y personas de alto poder adquisitivo. Mi trabajo comenzó a ser tan reconocido entre la sociedad elitista, que pronto me vi envuelta en mucho trabajo, hasta que finalmente me decidí a emprender "Penny Shine Jewelry", mi propia línea de joyas con mis propios diseños y una cartera de clientes de envidia. Había decidido huir de París e irme a un lugar lejano donde Ulises no fuera capaz de encontrarme, pero Francia me había dado tanto que decidí quedarme. Si algún día él regresaba a mi vida, no huiría como él lo hizo conmigo, lo enfrentaría. Mi empresa estaba creciendo a pasos acelerados, así que no me preocupaba nada más. Y así tres años pasaron. París se había convertido en mi lugar del cambio. No era más la misma chica inocente. Ahora tenía un guardarropa con clase, las ganas de comerme al mundo, rica, empresaria, guapa como el mismo infierno y sobre todo me había vuelto más fuerte que nunca. Era una mañana fresca parisina, me encontraba en mi restaurante favorito que estaba cerca de mi oficina tomando mi café y mi croissant que trataba de no consumir tan seguido. Cuando Camille, con la que me había quedado de ver más tarde para mostrarle mi propuesta de diseños de joya para su próximo evento, se sentó frente a mí. Se quitó los lentes de sol y pidió al mesero un café americano. No dijo nada, solo se limitó a verme. Su taza llegó y le dio un sorbo. — ¿Qué es lo que tanto me ves? —le pregunté.— Mi abrigo es armani si es lo que te estás preguntando. — No querida, no me estoy preguntando eso. —Dejó la taza sobre su plato y me vio a los ojos.— Lo que me gustaría predecir es qué harás cuando te suelte la noticia. — ¿Qué noticia? —le pregunté. — ¿Qué tan seguido ves noticias sobre negocios? — Todos los días. — ¿Has visto las noticias de hoy? — No en realidad. Camille sacó de su bolsa una revista que lanzó frente a mí con una página abierta. Al principio no sabía de qué se trataba hasta que pude reconocer a Ulises en la foto, tomado de la mano de una mujer. Ambos estaban sonriendo en medio de los flashes de las cámaras en un evento importante. No recordaba tan bien su rostro hasta ese momento que lo había vuelto a ver, se veía más atractivo que nunca. Odie a la naturaleza por darle tan buena genética cuando no la merecía, pues era un maldito imbécil. "Próximamente boda". Era un malparido desgraciado, no podía describirlo de otra manera. Me perdí en la fotografía donde se le veía alegre. Estaba furiosa. — ¿Y bien? ¿Qué harás? —me preguntó Camille. — Creo que ha olvidado que está casado —sonreí con sarcasmo. — Entonces, ¿qué vas a hacer a ahora? — No pienso ser la otra esposa. Creo que tengo una boda a la cual asistir —le sonreí. Camille sonrió. — Esa es mi chica. Destrózalo. Estaba furiosa, pero no actuaría más de manera apresurada como aquella vez en la que me casé con él. Esta vez sería diferente. Tuve que dejar todo arreglado dentro de mi empresa con Camille a cargo en lo que regresaba de nuevo a París. Viajé a la ciudad tres días antes de la boda para investigar todos los detalles del gran evento dentro del mundo empresarial. El gran día había llegado y me vestí con un vestido Hugo Boss en color rojo que mostraba la elegancia que había adquirido en París, con joyas de mi autoría y mis zapatillas doradas Jimmy Choo, mis labios rojos de Chanel, eran la combinación tan perfecta para hacer acto de presencia. ¿Si estaba nerviosa?. No. Estaba ansiosa por llegar a la cita, moría por presentarme ante el altar y ver arder el mundo. Alquilé un rolls royce, pues el mío lo había dejado en Francia. Me rocié un poco de perfume y estaba lista para ir al evento. Manejé hasta la iglesia donde se estaba celebrando la boda. Me bajé del auto y caminé con mis tacones rumbo al altar. Adopté el porte de diva que me había caracterizado en todo momento, y me preparé para hacer mi entrada triunfal. Caminé haciendo ruido con mis zapatillas, mi mirada en alto y llamando la atención de todos los invitados que volteaban a verme como la intrusa desconocida que estaba interrumpiendo una ceremonia sagrada... sagrada mis ovarios. Pronto iban a conocer quien era en realidad. Los murmullos de la gente sobre quién era se hicieron presentes, tan presentes que incluso el orador tuvo que interrumpir la ceremonia al ver que seguía caminando hacia la pareja. Sí, lo vi ahí parado de espaldas a mí tan guapo como siempre. Finalmente me volteó a ver. Mantuve mi porte en todo momento, sabía que con mi sola presencia bastaba para que se pusiera pálido y casi se cagara en lo calzones por la revelación que era en ese momento. Toda el lugar se quedó en silencio, viendo la reacción de Ulises, que sudaba de la sienes y no dejaba de verme en ese momento como si me tratara de su peor pesadilla. Para empezar había interrumpido sus votos sagrados. Le sonreí con cierta malicia. — ¿Quién es ella? —Preguntó la mujer que estaba a su lado vestida de novia. Contuvimos la respiración, él por miedo, y yo porque estaba a punto de escuchar música para mis oídos. Pensar que me había vuelto loca de amor por ese hombre tiempo atrás. Su abandono y su traición me habían hecho más fuerte que nunca. — Es Penélope, mi esposa. —Dijo con apenas un hilo de voz. Mi outfit había valido la pena para tan memorable momento.
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