7.

2838 Words
Con la llegada de la familia de Ernesto, Mahianela supo que su vida se volvería un infierno. Se encontraba en lo alto de las gradas observando el ingreso de aquellas personas y la negación de Ernesto que se quedaran ahí —Es que no pueden quedarse aquí—, se negaba a seguir viviendo con ellos. —Cariño, no pensarás dejar viviendo a tu madre en la calle, ¿o si? —, Ernesto apretó los labios, se dio la vuelta y posó la mirada en lo alto de las gradas dónde se encontraba aquella joven. —Somos tu familia, así que tu deber es acogernos—, comentó su hermana. —No tenemos que pedir permiso para quedarnos, esta casa era de mi padre, por lo tanto, puedo quedarme el tiempo que quiera—, Octavio pasó, con un movimiento de manos indicó a los empleados suban sus equipajes. Ernesto suspiró frustrado, sabía que, con la llegada de sus padres a esa casa, debía si o si acercarse a Mahianela, y eso era algo que le repugnaba hacer. Tenía un conflicto dentro de su cabeza, no se veía besando los mismos labios que su abuelo besó, o tocando la misma piel que él tocó, eso le parecía repugnante. No por Mahianela, ya que la joven le parecía hermosa y quizás si no hubiera sido primero de su abuelo, no se le haría difícil acercarse, pero esa mujer se casó y acostó con Antonio Marshall, y por medio de eso logró quedarse con toda la fortuna. Mientras su familia se instalaba, Ernesto salió de casa, pasó por en frente de un bar, sus manos y pies picaban por bajar e ingresar, pero recordó el consejo de su profesor, entonces desistió. En cuanto Mahianela llamó al abogado, las llamadas de la joven siempre eran recibidas de inmediato. —Todos… todos se mudaron a esta casa—, la escuchó alterada y le pidió que se calmara. —¿Quiénes son todos? —, lo intuía, pero quería que Mahianela se lo confirmara. —Los Marshall—, Adalberto se sintió frustrado por lo que escuchaba, pero trató de que la joven se relajara y no se preocupara por nada. ¿Y cómo no iba a preocuparse si toda esa familia se mudó a aquella casa? Ya de por sí la actitud de Ernesto la tenía aterrada, peor sería ahora que todos ellos llegaron. Y Mahianela no sé equivocó, su vida se convirtió en un infierno, apenas habían pasado dos días desde que ellos llegaron aquella casa, y Victoria se había encargado de hacer sus días grises. —Papá quiere saber, ¿por qué no has ido a la universidad? —No quiero estudiar… —Eso si que nadie te lo cree Mahianela, ¿dime?, ¿ellos te están obligando abandonar el estudio? ¿Qué pasaba si les decía que sí? ¿Podrían ayudarla? Nadie podría ayudarla, la única forma de liberarse era entregándole todo a los Marshall y no seguir peleando por un dinero que no era suyo. Pero no podía hacer eso, habían cláusulas en ese testamento que no podía realizarse, si ella renunciaba a la fortuna, esa familia la iba a buscar y la iba a destruir por haberlos dejado sin ningún centavo. Cuando Mahianela levantó la mirada y en lo alto de la mansión vio a su esposo, se tensó. Mica miró en dirección a Ernesto, vio el cambio de rostro en Mahianela y comprendió lo que pasaba, esa joven estaba aterrada con la presencia de esas personas. Saliendo de ahí hablaría con su padre para buscar una solución para sacar a Mahianela de esa casa. El abogado Adalberto se encontraba a las afueras de la ciudad, bajó del coche y se adentró a uno de los manicomios. Cuando se paró frente a la mujer que se encontraba tendida en la cama, musitó —Todo lo que te robaron le será devuelto a tu hija—, le acarició el rostro y dio un beso en la frente —Tuvieron que pasar años para que lo tuyo fuera devuelto a tu sangre. Milena, espero me quedé vida suficiente para verte volver, y si para cuando ese día llegue no estoy, mi sucesor estará ahí para apoyarte, a ti, y a tu hija—, le dio un beso en la mano y limpió sus mejillas. Le dolía tanto ver aquella mujer así. «Hace años atrás, Milena se quedó huérfana, la joven estaba devastada y de todas las personas que pertenecían al círculo de sus padres, ella decidió confiar en el mejor amigo de este, el cual era; Antonio Marshall. Antonio le ofreció su apoyo incondicional, se encargó de los negocios, al estar la joven devastada y sin tener ningún conocimiento de todos los negocios de su padre, Antonio se aprovechó y le arrebató todo, incluso a su hija y al gran amor de su vida. Primero le arrebató la vida a su novio, obligando a Milena a vivir en el dolor y la desdicha, pero cuando supo que estaba embarazada, que dentro de ella crecía el fruto de su gran amor recobró las ganas de vivir, sin embargo, el día de su parto su hija le fue arrebatada y ella encerrada en un manicomio, en el cual a perdurado desde entonces. Aunque el hijo del abogado de su padre, el cual era el abogado Adalberto intentó ayudarla, no pudo, para cuando descubrió dónde la tenían ya era demasiado tarde, la droga que le daban había acabado con la conciencia de Milena. Al saber que no podía ayudarla, decidió convertirse en el abogado fiel para Antonio Marshall, y así encontrar a la hija de Milena, sobre todo, lograr que la fortuna Duarte regresara a las manos de un Duarte. Antonio confiaba ciegamente en él, todo documento que le hacía firmar no necesitaba pasar revisión, entonces fue ahí donde Adalberto ideó un plan para que Mahianela obtuviera de vuelta lo que le pertenecía». ••• Al día siguiente, Mahianela llamó al abogado, pero este jamás contestó. A Mahianela se le fue la vida cuando el abogado Adalberto no respondió nunca más sus llamadas, y todo se debía a que había muerto. Los hijos del abogado quedaron devastados, al igual que ellos, Mahianela sufría con la partida del abogado. Él junto a su hija eran las únicas personas que estaban pendiente, la visitaba y protegía, el único a quien podía llamar y contarle el terror que le provocaba Octavio Marshall. Ahora que él había muerto, no tenía apoyo, consejero, se había quedado sola en medio de tantas víboras que querían exprimirla. ••• Ernesto se encontraba parado detrás del grande ventanal, las manos guardadas en sus bolsillos del pantalón observando fijamente como el agua caía sobre el césped. En un movimiento ligero, giró el rostro a su derecha y preguntó —No tuviste nada que ver en esto, ¿verdad? —, Octavio inhalo del tabaco, soltó el humo y refutó. —¿Por qué lo haría? ¿acaso no has escuchado las noticias? Murió en un trágico accidente, es una pena que hayamos perdido a tan gran persona y majestuoso abogado—, se levantó del asiento y palmó el hombro de su hijo —Es tiempo de empezar a trabajar, sin abogado, sin apoyo, se sentirá acorralada, así que estamos muy cerca de conseguir nuestro propósito. Mahianela intentó salir a despedir al abogado, apoyar a Micaela, sin embargo, Rebeca, madre de Ernesto no la dejó salir —Déjala en paz—, dijo Octavio saliendo del despacho —Ella no es ninguna prisionera, puede salir cuando quiera—. Rebeca temía que se escapara, incluso Octavio lo temía por eso decidió que Ernesto la acompañara —Irá con su esposo—, le echó una mirada a su hijo. Mahianela esperaba que él se negara, que se rehusara a llevarla ya que su presencia le incomodaba, sin embargo, Ernesto no dijo nada y asintió. Subieron al auto, y como dos extraños que no se conocían, que jamás se habían visto se dirigieron al panteón central de la capital donde se daba el último adiós a: Adalberto Pérez. Sin esperar que su esposo bajara y le abriera la puerta del coche, salió y caminó lentamente hacia la que podía considerar su amiga, Micaela Pérez. La joven lloraba sobre el ataúd de su padre, dándole el último adiós, despidiéndose de lo que más amaba en el mundo. Mahianela observó al hombre que se encontraba al lado de Micaela, aquel que nunca antes había visto, y cuando este giró el rostro en su dirección, pudo ver perfectamente las facciones. Era alto y con buen cuerpo, cejas pobladas con pequeños ojos con una nariz bien perfilada, labios delgados y una fuerte mandíbula, la cual se tensó al momento que Ernesto se paró al lado de Mahianela. Para Mariano Pérez, los Marshall eran las personas más miserables que pudiera existir en la capital, y no dudaba por un segundo que ellos estuvieran detrás del accidente de su padre, pero él no descansaría hasta descubrir que fue lo que pasó. Ante aquella mirada despreciable de parte de Mariano, Ernesto entrecerró los ojos y se cruzó de brazos, hizo un giro suave en dirección a su esposa y pidió —Despídete pronto, no me gustan estos lugares. “Por que no te vas y me dejas” pensó para si misma Mahianela, pero era imposible que ese hombre la dejara, pues no sé arriesgarían a qué escapara. Era eso mismo que pensaba hacer, escapar para no seguir conviviendo con toda esa familia desquiciada, dónde el más cuerdo era Ernesto, pero no dejaba de ser despreciable y arrogante. Mahianela se acercó a los hermanos Pérez. Al verla, Mica se abrazó a ella y lloró, lloró como nunca lo había hecho. —El es mi hermano, Mariano Pérez—, este estiró la mano para saludar a Mahianela. —Mucho gusto en conocerte Mahianela, mi padre me habló mucho de ti, así que, ahora que él no está, yo me haré cargo de todo lo relacionado a tu herencia, claro, si es que tú estás de acuerdo. No era el momento ni el lugar indicado, pero Mariano sabía que volverla a ver sería difícil, y prefería hacerle saber que ahora que su padre había muerto, ella no estaría sola, lo tendría a él. Mahianela agradeció, pero ella ya había tomado una decisión y no daría vuelta atrás. Firmaría el documento que los Marshall le entregarían y así quedaría libre. Eso era lo que Mahianela creía, sin embargo, los planes de Octavio Marshall habían cambiado, ahora que había investigado y descubierto lo que él abogado Adalberto había hecho antes de morir se sintió molesto e indignado. —¿¡Puedes calmarte!? —¡No puedo! —, bufó con indignación —Ese miserable se las ingenió para dejarnos en la miseria. Es un desgraciado, ojalá y se esté retorciendo en el infierno. —¿Qué hizo? —Dejo una mierda ahí, donde solo Mahianela puede hacer uso del dinero, cualquier poder que firme será limitado. Con eso cagó nuestros planes, el poder que Ernesto tendría con aquel documento, no servirá más para que llegue a dirigir la empresa, pero bajo la vigilancia de esa campesina ignorante. —¿Entonces tendremos que pedirle dinero a esa mujer cada vez que necesitemos? Se rehusaban a tener que vivir de las migajas que Mahianela le quisiera dar, ellos necesitaban tener el poder absoluto dónde pudieran retirar dinero con grandes cantidades. —¿Y si tienen un hijo? —, Octavio miró a su esposa —Con un hijo, este pasaría a heredar todo, y en caso del fallecimiento de la madre, el padre podría ser el albacea de aquella fortuna. La idea era muy buena, en realidad era excelente, el único problema era que Ernesto no estaba interesado en lo absoluto de Mahianela. Y eso Octavio podía verlo, él podía ver qué su hijo no tenía intensiones de acercarse, menos de conquistarla cómo se lo había pedido. —El problema es Ernesto, ¿cómo haremos para que se acerque a la joven? —Eso déjamelo a mí—, se acercó a su esposo y colocó las dos manos en cada hombro —Yo me encargaré de que se acerque a ella de una manera que no podrá resistirse. La noche siguiente, Ernesto se encontraba en un bar, bebiendo y tratando de olvidar la pena que sentía por como había terminado su vida. Él no quería una vida así, no era de esa forma que había imaginado su futuro, pero después de la traición de Geomara, su mundo se derrumbó. Cómo cada noche que bebía, nunca se quedaba pasada la media noche, siempre llegaba a esa hora a casa. Al abrir la puerta, se llevó la sorpresa de que su madre lo esperaba. —¡Estás arruinando tu vida! —Mira quien lo dice, la madre que pasa de casino en casino malgastando lo poco que nos queda. —Si fueras más inteligente, en ves de estarte emborrachando deberías estar conquistando a tu esposa, llenándola de detalles para así obtener nuestro dinero. Ernesto sonrió y se dejó caer en el sillón —¿Nuestro dinero? No es nuestro, es de ella, y nosotros se lo queremos quitar. —Tienes que saber que si no conseguís ese dinero todo lo que quieres lograr no podrá ser. —Mañana mismo le haré firmar el documento donde me da poder absoluto a todos los bienes. —Ya ese documento no servirá. Debes tomarla y embarazarla. —¿Te volviste loca, madre? —Es lo que te queda—, dijo al entregarle una copa que acababa de llenar. Rebeca le hizo saber a su hijo lo que él abogado había hecho antes de morir —Ya sabes lo que tienes que hacer para poder conseguir lo que quieres. Ernesto era consiente de que ese dinero no les pertenecía, de que su abuelo jamás los quiso, por lo tanto, no les dejó un centavo, prefirió dárselo a una desconocida, a alguien que ni siquiera llevaba su sangre. Pero él quería terminar sus estudios, él tenía grandes planes a futuro, el licor y el desamor, menos aquella pueblerina le impedirían triunfar. Él, haría todo para conseguir lo que se proponía, nadie trincaría sus sueños, por ellos era capaz de cometer aptos aberrantes. Después haber bebido unas cuantas copas más, subió a su recámara, pasaba por la habitación de Mahianela y se detuvo, esta estaba entre abierta por lo que se le hizo imposible no mirar hacia a dentro. La poca luz que ingresaba del jardín dejaba ver la silueta de la mujer que dormía profundamente en la cama. Ernesto no sabía por qué razón un deseo lo embargó, y su mente no razonó, simplemente le guio hasta el interior de esa habitación y pararse al lado de la cama. Contempló la desnuda pierna de aquella joven, y el deseo se incrementó, fue tanto el calor que recorrió su cuerpo que se atrevió a deslizar su dedo por la pierna de Mahianela. Al sentir ese contacto, ella abrió los ojos. Al ver esa figura se sentó y retrocedió hasta que su espalda chocó contra el espaldar de la cama. ¿Cómo había ingresado ese hombre en su habitación si ella cada noche aseguraba la puerta? —¿Qué hace aquí? ¡Por favor váyase! —Eres mi esposa—, dijo Ernesto mientras soltaba el clavillo de metal que sujetaba sus pantalones. En ese momento, una avalancha de recuerdos embargó a Mahianela, recordó la noche que Antonio Marshall quería poseerla —Ya es tiempo de que consumemos el matrimonio. Decía odiarla, le repugnaba su presencia, ¿Por qué ahora quería consumar el matrimonio? Mahianela salió de la cama, corrió a la puerta, pero Ernesto la rodeó por la cintura y le cubrió la boca. Tener el cuerpo de Mahianela pegado al suyo solo incrementó las ganas de hacerla su mujer. Respirando gruesamente por el cuello de ella, lo subió al oído y susurró —¡Eres muy hermosa! —, Ernesto cerró los ojos y empezó acariciar el cuello de Mahianela, lentamente el cuerpo de ella se fue relajando —Mahi, solo déjate llevar—, musitó al dejar un cálido beso en los hombros desnudo de la joven. Ante ese contacto Mahianela sintió los vellos de su piel levantarse, su cuerpo se fue relajando y sin tener dominio de si dejó que Ernesto la girara, por consiguiente, la besara. Ernesto atrapó el delicado rostro de Mahianela, con la yema de sus pulgares limpió las lágrimas que se habían derramado, la miró fijamente a los ojos, seguido bajo la mirada y vio el labio de la joven temblar. —No me lastime, no… no quiero—, posó su pulgar en él. Su otra mano la rodó por el hombro, brazo y cintura de Mahianela, la detuvo en las caderas y desde ahí la acerco más a él, por consiguiente, le devoró la boca.
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