Con el ojo lagrimal picando subió a la habitación, se encerró en ella y limpió la rebelde lágrima que se desprendió de sus hermosos ojos.
Alguien con el corazón tan puro e inocente como ella se ofendía con facilidad ante las falsas acusaciones y calumnias de su esposo.
Se quedó toda la tarde encerrada en su habitación, salir y encontrarse con Ernesto para que terminara insultándola, no quería.
Estaba observando a la nada cuando la empleada tocó la puerta —Señora, ahí abajo la buscan.
—¿El abogado Adalberto? —, la empleada negó. Mahianela frunció el ceño sin imaginar quien era, ya que no tenía quién fuera a visitarla, él era el único que la conocía en esa ciudad, el único que podría hacerle una visita, pero hace no más de cuatro horas que se había ido, ¿ya volvió? ¿y a qué? Se preguntó mientras salía de la habitación.
Al llegar a las gradas escuchó a Ernesto hablar —¿Y para quien es todo eso?
—Eso a ti no te incumbe—, le respondió una voz familiar, cuando logró reconocer la voz de la joven que la acompañó en las compras, bajó.
—Oh, Mahi—, se acercó y la saludó con un beso en ambas mejillas —Un poco más y el tarado de tu esposo me convence de que estabas dormida—, Ernesto rodó los ojos y se cruzó de brazos en el momento que Mahi lo miró —Mira lo que te traje, fue hasta los muebles y agarró las bolsas —¿Quieres que lo veamos aquí o en tu recámara?
—En mi habitación—, la mirada intensa de su esposo le incomodaba.
—Pueden quedarse en la sala, total, poco me importa lo que vayan hablar, menos me quedaré a escucharlas—, dijo pasando por los lados, agarró las llaves del coche y se marchó.
Una vez que Ernesto salió, Mica tomó la mano de Mahi y se sentaron en el mueble —Esto te envió mi padre para tu primer día de universidad.
—¿Lo de la universidad es serio?
—Por supuesto niña, ¿qué creías? ¿qué mi viejo miente? —, chasqueó la lengua —Mi padre es el abogado más honesto y sincero que existe en este pedorro país—, Mahianela sonrió y cubrió su boca, quería reír, pero se abstuvo.
—Aguantarse las ganas de reír es malo—, dijo al momento que le apartaba la mano del rostro —Tienes una hermosa sonrisa, no puedes ocultarla.
Aquellos halagos le subieron el estado de ánimo —¿Quieres que te venga a visitar más a menudo? —, Mica miró alrededor de la sala, ese lugar le parecía hermoso, pero sería como una cárcel para Mahianela.
—Me haría bien.
—Bien, entonces vendré todos los días. Ahora tengo que irme, quedé de cenar con mi padre y hermano, no quiero llegar tarde, si hay algo que no le gusta a mi padre, es la impuntualidad.
Se despidió y salió. En cuanto Mahianela subió las bolsas a la habitación, retiró la caja y se encontró con una laptop. ¿Cuánto tiempo había soñado con tener una? Y ahora que la tenía se abrazó a ella, la abrió y empezó a navegar, a seguir las indicaciones que le decía el tutorial que observaba en el teléfono.
Cuando la noche llegó, Mahianela bajó a cenar, agradeció infinitamente que Ernesto no hubiera llegado. Comió tranquila, disfrutando del exquisito sabor de la comida. Al momento que iba a subir la puerta se abrió, Ernesto apareció, aquellos celestes ojos la miraron con frialdad. Ignorando la mujer parada en el último escalón, Ernesto pasó hasta el pequeño bar y ahí se quedó, colocó música y se sirvió una copa.
Con sus ojos iluminados se quedó observando la gran fotografía de su abuelo, de pronto, sintió tanta rabia y lanzó la copa contra ese retrato, no contento con eso lo agarró de los lados y lo tiró al suelo —Todo es tu culpa, tú destruiste mi vida.
Si Antonio Marshall no hubiera dejado ese testamento, su padre hubiera hecho posesión de la fortuna como su único nieto, y él no se habría casado con una mujer que no amaba, aún cuando la que amaba lo hubiera traicionado. Él ni siquiera hubiera tenido que estudiar en su país, habría tenido la oportunidad de ir a Estados Unidos, España, Francia, cualquier país, menos el suyo. Ahí estaban cien años atrás de lo que podía aprender en los antes nombrados.
Ante el descontrol de Ernesto, los empleados corrieron, ellos creían que él se había atrevido a tocar a Mahianela, y eso era algo que no se lo permitirían. Cuando vieron que aquel joven se estaba desahogando con el retrato de su abuelo, volvieron a sus puestos de trabajo.
En cuanto Mahianela, se metió bajo las sábanas y se cubrió de pie a cabeza, le aterraba que él quisiera entrar a su habitación. Ese hombre estaba borracho, y en su borrachera podía hacer cualquier cosa.
Llena de terror se quedó dormida. Al otro día se levantó de un solo y llevó la mano a su pecho, el sonido de la alarma le hizo saltar, su corazón latía rápidamente por el susto que se llevó.
Salió de la cama y fue hasta la ducha, no sabía cómo usar esas cosas, así que se quemó la cola, se quejó para si misma cuando el agua hirviendo cayó en su nalga.
Mahi estaba acostumbrada a bañarse en los ríos, o con un tacho tirando agua sobre su cuerpo, y agua normal.
Pero el agua de la capital estaba helada, parecía que estaba metida en un refrigerador. En el hotel le tocó bañarse con agua helada, tal parecía que nuevamente debía hacerlo.
Temblando salió de la ducha, buscó entre las bolsas la ropa que se pondría, peinó su largo y brillante cabello, se tiró algo de perfume que Mica le había comprado, un perfume único, algo que apenas había llegado al mercado.
El aroma que manaba de su ropa era exquisito, Mahi se quedó aspirando de aquel fragante aroma, cuando se dio cuenta de la hora bajó corriendo, el sonido de los zapatos de Mahi, hizo despertar a Ernesto, parpadeó un par de veces, cuando vio que ya estaba de día subió de prisa a la habitación para darse una ducha, mientras él subía, Mahi salía de la cocina, Ernesto se detuvo en lo alto de las gradas y la observó salir, no dijo nada al verla vestida de esa forma, solo se la quedó mirando.
Cuando su cerebro le recordó la universidad, fue a toda prisa a la habitación. Poco le importaba lo que hiciera esa mujer, con quién saliera, dónde iba, y que hacía. Le daba exactamente igual, lo único que le preocupaba era que se malgastara el dinero, eso sí que no lo permitiría.
Una vez listo Ernesto se dirigió a la universidad, bajo a toda velocidad por el alto valle de Cumbaya, llegó hasta este lugar, y con el tiempo ingresó al salón.
—Otra vez con mal olor, señor Marshall.
—¿Algún problema, tutor?
Ernesto había sido un excelente alumno, nunca había mostrado ese tipo de conducta, esta era intachable, sus notas eran las mejores, por eso la universidad decidió cubrirle esos semestre, ya que no habían recibido p**o los últimos semestres, prácticamente, Ernesto estaba terminando los últimos semestres becado y eso se lo recordó el tutor, pero lo hizo después de que salieron de clases.
—Cuando reciba la herencia de mi abuelo pagaré los dos semestres que debo, no quiero que nadie me regale nada.
—Ernesto, me parece bien que no quieras obtener las cosas a lo fácil, pero lo que no me parece es que, cada día llegues alcoholizado. Quizás creas que con rociarte medio frasco de perfume el olor a alcohol no se sienta, pero te digo que es mucho peor—, se acercó más, colocó la mano sobre el hombro y pidió —No tengo idea de que problemas estén pasando en tu familia, si lo que se rumora sea cierto, pero no destruyas tu vida con el alcohol. Tienes un gran futuro, eres el mejor de la universidad, no permitas que los problemas que te rodean afecten eso que has logrado durante todos estos años.
—¿Cuáles son los rumores que recorren? —, el profesor mordió los labios.
—Que Antonio Marshall no les dejó ningún centavo, y por eso te casaste con la viuda de tu abuelo.
Cuando los ojos de Ernesto divisaron la imagen de Mahianela, más cuando su profesor le dijo eso, la sangre le hirvió cómo lava de volcán.
—Pues es cierto—, si había algo era que, él jamás mentía —Me casé con la viuda de mi abuelo porque debo recuperar el dinero que nos pertenece—, el profesor se quedó con el ceño fruncido al ver la mirada de Ernesto, él nunca había visto a ese joven mirar de esa forma a alguien —Le agradezco su consejo, nada impedirá y afectará que terminé mi carrera.
Dicho eso se dirigió a Mahianela, a pasos rápido fue detrás de ella, al llegar a los baños ingresó, le agarró del brazo y la giró —¿¡Qué demonios haces aquí!? —Mahi abrió los ojos con asombro, encontrarse a Ernesto en esa universidad era lo que menos se esperaba —¿Pregunté que diablos haces aquí? —, pasando gruesa saliva y tartamudeando dijo.
—Es… estudiando—, Ernesto apretó los dientes y la soltó, ella retrocedió a medida que él daba un paso, una vez que chocó su trasero y espalda con el largo lava manos, tembló, más cuando aquel hombre la encerró con sus dos brazos.
—Así que mi esposa va a estudiar—, el cálido aliento mezclado con alcohol azotaba el rostro de Mahi —Y se puede saber, ¿a quién carajos le pediste permiso para estudiar?
—¿Permiso? —, mirándole con desprecio, Ernesto refutó.
—¿Crees que eres libre, Mahianela? ¿En serio piensas que puedes hacer y deshacer? ¡Pues no! ¡Tu no vas a estudiar! ¿Quedó claro? ¡Ahora mismo vas a salir de la universidad y te irás a casa! —, demandó y salió.
No era posible que tras de soportarla en casa, ahora tuviera que calársela en la universidad. De tantas universidades que había en esa ciudad, el abogado tuvo que elegir justo en la que él estaba.
Ernesto salió del baño, dos chicas que se dirigían a ese lugar se miraron entre ellas, era extraño que Ernesto saliera del baño de mujeres, rápidamente se acercaron al baño para ver con quién estaba, al abrir la puerta encontraron a Mahianela ahí.
Mientras una abría las puertas de los baños, la otra se acercaba a Mahianela que lavaba las manos —¿Estás bien? —, se mostraron amigables.
—Si—, dijo Mahianela al agarrar el bolso y salir.
Una vez que Mahianela se marchó, las chicas volvieron a mirarse —¿Crees que Ernesto se la cogió aquí?
—No lo creo.
—¿Entonces? ¿por qué salió de aquí? Tú viste claramente cuando abandonó el baño. ¿Y si ya se olvidó de Geo?
—Está clavado con Geo, no creo que busque olvidarla en brazos de esa. Si te fijaste, es una naca, de esas tantas pobretonas que ingresan por una beca.
—Su ropa era de marca, incluso su perfume era exquisito.
—Si, pero no entra en los estándares de Ernesto.
—Está despechado, Geo lo engañó con el papacito de Santiago.
Mientras ellas dos sacaban conclusiones. Mahianela caminaba a pasos rápidos por los pasillos, quería salir de ese lugar donde todos la miraban como cosa rara, y donde encontró a su esposo quien le pidió se marchara.
Ella no podía quedarse ahí, no podía correr el riesgo de que ese hombre la tratara mal delante de todos. Al doblar el pasillo, tropezó con Santiago, los libros de ambos volaron por el aire.
—Lo siento—, ambos se disculparon. Cuando Santiago miró los ojos de la joven preguntó.
—¿Estás bien? —, asintió, agarró lo último que cayó al suelo y se marchó. Al salir tomó un taxi y fue a casa, subió a la habitación y se lanzó a llorar, detuvo el llanto cuando la puerta se abrió de golpe, Ernesto ingresó y con imponencia dijo.
—¡No puedes volver a la universidad! Si quieres estudiar, hazlo en otra, pero no en la que estoy yo. ¿Sabes por qué? Porque ya es suficiente para mí tener que soportar tu presencia en casa, y ahora resulta que también tendré que soportarte en la universidad. Y eso sí que no, no estoy dispuesto a respirar el mismo aire que tu, ¿quedó claro?
Mahianela asintió. Ernesto se dio la vuelta, antes de salir se detuvo y la miró, sintiendo algo inexplicable en su pecho, como una sensación de arrepentimiento, se maldijo así mismo por tener lástima de ella, soltando un suspiro de frustración salió de la habitación.
Bajó hasta el bar y se paró frente a la botella, la contempló por un momento, cuando se disponía a botar la bebida y no tomar más, el timbre, de su casa sonó. Mientras la empleada abría él se acercó —Guao, esta casa está mucho mejor—, victoria soltó la maleta —¿No lo crees mamá?
—¿Qué hacen aquí? —, inquirió Ernest.
—Perdimos nuestra casa.