1.
Mahianela Burgos se paró frente al juez, a su lado se encontraba aquel joven, el cual se convertiría en su esposo. El hombre parado a su costado ni siquiera se indigno en mirarla al momento que se detuvo.
Ernesto tenía la mirada clavada en la lejanía, su mente estaba remembrando la escena de su novia en brazos de su primo, los movimientos de este, mientras estaba sobre ella. Todos esos pensamientos hicieron que la sangre le hirviera cómo lava de volcán, se irritó más cuando escuchó la voz de la joven a su lado.
Con la poca fuerza que tenía, Mahianela dijo —Acepto—, tras decir eso una lágrima se desprendió de sus pupilas, la cual secó de inmediato para que el juez no notara su tristeza.
En espera de la respuesta de Ernest, Mahi bajó la mirada clavándola en aquellos negros zapatos que brillaban ante la luz del sol. Tenía la esperanza que ese hombre la rechazara, tenía conocimiento que al principio no había querido casarse con ella, y de eso su padre también la culpó. Le hizo saber que era insípida, nada atractiva y que por eso aquel joven no deseaba tomarla por esposa. Ese fue otro día en el que Mahi se sintió miserable.
—Acepto—, dijo Ernesto entre dientes.
En ese momento, Mahianela supo que no había escapatoria, que en esta vez ni un milagro podría salvarla. Su esposo era joven, tan joven como ella y no moriría la noche de consumación. Al menos eso le daba algo de paz, saber que solo le llevaba con cinco años de diferencia le daba tranquilidad. Y aunque aún no lo había mirado a los ojos, podía ver de reojo que era atractivo.
Ernesto era alto, tez clara, cabello castaño y por lo que lograba ver de su perfil era en forma de trapecio, cejas pobladas y bien delineadas, pestañas arqueadas.
Mahi pensó que, junto a él no sería difícil convivir, pues era como el hombre que siempre soñó, al menos de rostro y cuerpo era así. A diferencia de su anterior esposo, que era viejo.
Lo que Mahi no sabía y no podía imaginar era, que ese hombre de rostro y cuerpo perfecto, sería su verdugo, que haría sus días un infierno nomás porque, otra mujer lo engañó.
Al momento que Ernesto se giró y clavó sus celestes ojos en los cenizos de ella, el corazón de Mahianela dio un salto, aquel hombre el cual solo había visto de perfil, era más guapo de lo que podía imaginar. Era como un príncipe de las hermosas películas de princesas las cuales se acostumbró a ver.
—Prepárate para vivir los años más miserables de tu vida—, expulsó con repudio. Mahianela sintió un escalofrío recorrer su cuerpo —No me mires con esos ojos brillantes, porque jamás lograrás tener mi amor, lo único que tengo para darte es, desprecio y repudio pueblerina. Nunca, pero ni en tus más profundos pensamiento creas que podré amarte, no podría enamorarme de alguien insignificante y poca cosa como tú—, las palabras de ese hombre taladraron el corazón de Mahianela, no solo la lastimó, si no que le bajó la autoestima haciendo la sentir la mujer más fea y asquerosa del mundo.