3.

2007 Words
Mahi siempre estuvo acostumbrada a recibir halagos de todas las personas, ya fuera de hombres o mujeres. En su pueblo todos le resaltaban lo hermosa que era, y la impulsaban a qué aprovechara su belleza para atrapar a un gran hombre, o que se lanzara para trabajar en la televisión ya que su cuerpo y rostro era extremadamente hermoso. Pero ese hombre la había bajado con unas cuantas palabras del pedestal en el que la habían subido los vecinos de su pueblo. Ernesto tomó el anillo y se lo colocó con arrogancia, después de haberla tocado sacó el pañuelo que andaba a cargar en su terno y limpio sus dedos. Aquella acción solo hizo que Mahianela se sintiera peor, incluso temió agarrar el anillo y colocárselo, pues sentía que lo ensuciaría si lo tocaba —¿Qué esperas para ponerme el anillo? —, bramó mirándola con irritación. Mahianela agarró el anillo, quiso agarrarle la mano, no obstante, él se lo impidió haciendo un movimiento esquivo. Simplemente extendió la mano con los dedos abiertos para que ella pudiera meter el anillo y así sellar ese momento. Tras dejar el anillo en el dedo, Ernesto volvió a limpiar su mano y lanzó el pañuelo a un costado. Tras culminar la ceremonia los aplausos se escucharon, los dos jóvenes fueron felicitados por gente hipócrita. Negado a seguir aguantando a todas las falsas felicitaciones de los invitados donde le deseaban un feliz matrimonio, Ernesto se adentró a la mansión, llenó una copa de vino y la vertió en su boca hasta dejarla seca, volvió a repetir la acción una y otra vez, hasta que su padre ingresó y le arrebató la botella. —Lo que hiciste ahí a fuera con esa muchacha fue de muy mala educación. Tuve que explicarles a los invitados que estabas indispuesto y que por eso dejaste a la novia sola. Pero ahora mismo vas a salir y acompañarla. —No quiero, no vas a obligarme a estar con esa pueblerina la cual no me agrada en lo absoluto. Ahora déjame solo—, le arrebató la botella y salió del bar. En cuanto Mahianela se encontraba junto a su suegra y cuñada quienes hablaban con los invitados, ella permanecía en silencio sin poder incorporarse a la conversación. Se sentía tan triste porque esa no fue la boda que imaginó tener. Y es que todo lo que ella había soñado nada se cumpliría. Pues ya se había casado con un hombre que no la amaba y que ella tampoco amaba, su boda se había realizado en la ciudad, un lugar tan lejos de su pueblo, frente a personas que ni conocía. Ninguno de sus familiares estuvo presente. Su padre dijo que estaría, pero nunca llegó. Su madre estaba en el hospital recuperándose, y sus hermanos eran muy pequeños que, no podían viajar. Su hermano mayor estaba en prisión, pagando por haberse atrevido a poner los ojos en una muchacha millonaria a la cual no le importaba, porque después de que regresó a la ciudad se olvidó de él. Ese fue el trato que hizo Antonio Marshall con Ramiro Burgos, perdonarle la vida a Rogelio a cambio de Mahianela y que el hermano de esta se quedara en prisión por algunos meses. Fue ahí cuando la vida de Mahianela se destrozó, en el momento que su padre decidió ofrecerla a cambio de la vida de su hermano. Al principio la decisión de su padre le dolió, pero luego comprendió que era lo único que podía salvar a su hermano. A ella no le importó sacrificarse por él, Rogelio era muy bueno con ella, no quería que se muriera, si estaba en sus manos salvarlo lo haría, porque él se lo merecía. Aunque Rogelio se negó a que ella se sacrificara, Mahi lo hizo, lo hizo por el amor que le tenía a su hermano. Mahianela fue llevada a la suite del hotel que había sido reservada para la noche de bodas. Al estar sola, Mahi creyó que esa habitación era solo para ella, por lo que se retiró el vestido para darse un baño y así recostarse en la cama. A diferencia de la vez anterior que se casó, Mahi estaba relajada, después de lo que ese hombre le había dicho antes de colocarle el anillo parecía que su presencia le repugnaba por lo que, imaginó que él no se presentaría en esa habitación. Con eso en mente, Mahi dejó rodar su vestido, sin embargo, apenas su vestido cayó al suelo, la puerta se abrió y aquellos ojos celestes detallaron su cuerpo desnudo apenas cubierto con el sujetador y Panti. Mahi se quedó sin reacción, quiso inclinarse a recoger su vestido y cubrirse, no obstante, sus manos y piernas no respondieron. Ernesto caminó hacia ella, pero su mirada estaba posada en la de ella, al detenerse muy cerca escupió con desprecio —¿Piensas que voy acostarme contigo después de que te revolcaste con mi abuelo? —, Mahi quiso explicar que ella no se había acostado con el señor Marshall menos que quería acostarse con él, que ella solo quería darse un baño, no obstante, él no se lo permitió —¿No tienes vergüenza seducir al nieto de tu anterior esposo el cual supongo asesinaste para quedarte con todo? ¡Eres descarada! —No… —¡Cállate! —, bufó mirándola con ojos afilados, le agarró el rostro con su ancha mano y masculló —No puedes interrumpirme cuando yo esté hablando—, Ernesto dio dos pasos más para quedar muy cerca de ella, el tibio aliento que expulsaba su nariz chocaba en el delicado rostro de su esposa —Que te quede claro que, no soy ningún pelele al cual puedes interrumpir cuando se te da la gana. Si tienes algo que decir te lo guardas para ti, porque solo de escuchar tu estúpida voz me irrita—, dicho eso se alejó poco para recorrer su mirada por el cuerpo de Mahi y luego replicar —Vístete, y no vuelvas a ofrecérteme, porque no me produces en lo absoluto—, le soltó con brusquedad, dando media vuelta salió. El ojo lagrimal de Mahi picó, los ojos se les invadieron por un agua cristalina que opacó su visión. Gruesas gotas se estrellaban en sus pies, Mahi pasó la delgada palma de su mano y limpió la humedad que dejaban las lágrimas desbordadas. A ella nunca nadie la había llamado ofrecida, pues ella nunca se le insinuó a un hombre, ¿que le hacía pensar a su reciente esposo que ella se le estaba ofreciendo?, ni siquiera le dejó explicar las cosas, simplemente la acusó porque si. Intentando detener las lágrimas, Mahi se introdujo en la ducha, el agua que rodaba de esta se mezclaba con sus lágrimas. Mientras el agua rodaba por su cuerpo, Mahi se abrazó así misma, se inclinó y sollozó. Extrañaba a su madre, a sus hermanos, a su hermano quien siempre la abrazaba cuando su padre la regañaba y culpaba de todo. Aunque sabía que no era esa clase de mujer, las palabras de él lograban hacerla sentir como tal. Ella era una joven muy frágil, a pesar de ser una pueblerina estaba acostumbrada a ser tratada como una princesa, una reina, el único que la trataba siempre mal era su padre, pero su madre siempre estaba ahí para frenarlo. Aunque Mahi se esforzaba por hacer las cosas bien, su padre siempre estaba ahí para criticar y menospreciar su esfuerzo. Mahi salió del baño con una toalla envuelta en su cuerpo y otra en su cabello, al momento que iba a cambiarse tomó en cuenta que no tenía ropa para vestirse, había ido al hotel solo con el vestido que se había casado, por lo tanto, le tocó volver a colocárselo ya que, no tenía a quien llamar para que le llevará ropa. Estaba sola en la ciudad, la familia de su esposo la envió a ese hotel sin nada, ni siquiera había almorzado menos cenado. Con el hambre trazando y quemando su estómago se metió bajo las sábanas, se acostó con la esperanza de que mañana sea un día mejor. Estaba por cerrar los ojos cuando el sonido del timbre le cohibió de conciliar el sueño, este sonó dos veces, y en las dos veces esperó que el hombre que se encontraba en el recibidor abriera, sin embargo, el timbre volvió a sonar, en esta vez Mahi se levantó, abrió lentamente la puerta, al ver que a fuera no había nadie se dirigió a abrir. —¡Buenas noches señora! —, uno de los meseros del hotel —Le traje su pedido—, dijo empujando la mesa rodante hacia el grande balcón. —Yo no pedí nada—, dijo, aunque tenía hambre no podía quedarse con esa comida, ¿cómo iba a pagar después aquello si no cargaba ni un peso en los bolsillos? —Su esposo lo hizo—, explicó el mesero abriendo las cortinas, por consiguiente, las puertas. Al momento que estas se abrieron, Mahi divisó la silueta de aquel hombre parado de espalda con la mirada posada en la inmensa ciudad. Si estaba aquí, ¿por qué no abrió la puerta? ¿por qué esperó que ella se levantara si él había hecho el pedido? —¡Buenas noches señor Marshall! —, Ernesto se giró, posó la mirada en aquella mujer la cual se había quedado parada en medio de las puertas corrediza, la observó sin expresión alguna. Ante esa mirada, Mahianela empezó a dar pasos hacia atrás, al dar la vuelta escuchó esa gruesa voz —Siéntate—, demandó Ernesto. Mahi se detuvo en seco. El mesero pasó por su lado —No quiero que luego digas que soy un mal esposo que te mata de hambre—, dijo una vez que el mesero se marchó —¿Qué esperas para sentarte? —, esa voz autoritaria la hizo enderezarse —¿Tienes problemas en los oídos? —, inquirió ya estando sentado. Mahi se giró lentamente y miró con recelo la comida que aún estaba cubierta por el cloche —Vamos, ven aquí, se que mueres de hambre, durante toda la fiesta no probaste nada—, aunque se había mantenido distante de ella, se percataba de cada paso que daba. Mahi no sé rehusó a ir, ella se sentó y descubrió su comida, aunque el hambre le mataba comió lento, para así saborear la deliciosa comida, y otra porque el hombre sentado delante de ella no le quitaba la mirada —¿Cuántos años tienes? —, inquirió Ernesto. —Dieci… dieciocho—, respondió y bajó la mirada a su plato. A Ernesto se le relajó el estómago al pensar que, su abuelo se casó con una mujer cinco años menor a él, solo de imaginarlo junto a esa joven le producía un asco brutal. Fue tanto el asco que sintió, que cubrió su boca, se levantó y corrió al baño. Al estar de cloaquillas frente a la tasa del baño drenó todo el revuelto que tenía en su estómago —No solo fuiste un ser malvado, abuelo. También asqueroso. Después de drenar el estómago volvió. Para ese entonces Mahianela había terminado su comida, se disponía a levantarse para ir a dormir cuando Ernesto volvió. —No puedes irte aún, yo no he terminado aun, debes saber que no me gusta comer solo—. Mahi se volvió a sentar, se quedó con la mirada clavada en las manos de él. El anillo que hace unas horas atrás le había puesto, no estaba, ¿dónde lo tenía?, ¿sería así por siempre? —Quiero que firmes esto—, empujó el papel hacia ella, también una pluma —Es un documento donde me das el poder para realizar cualquier gestión sin tu firma. “No firmes ningún papel Mahianela, ¡ninguno!” Recordó el consejo de su abogado, “si te quieren forzar solo rehúsate y diles que primero lo tratarás conmigo”
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