—¿Firmar? —Se la quedó mirando.
La joven frente a él era hermosa, eso lo podía ver claramente, no estaba ciego mucho menos loco para no darse cuenta que era bonita. Sin embargo, no era de su gusto, no le apetecía en lo absoluto, le parecía tan simple y poca cosa, aún cuando tenía el dinero de su abuelo, aún cuando ella era la heredera de toda la fortuna de los Marshall, Mahi no estaba al nivel de su ex.
A diferencia de la muchacha que tenía en frente, la piel de su Geo era tan suave, su rostro era limpio y delicado, su cabello era igual que un terciopelo, ella tenía una hermosa sonrisa, su cuerpo era tan perfecto que lo volvía loco.
Mahianela Burgos jamás podría igualarse a ella, porque su Geo era inigualable. Ni en su peor momento tocaría a esa mujer, menos después de saber que fue esposa de su abuelo.
Se sintió molesto cuando ella cuestionó, la irritación le invadió las venas cuando parecía no entender lo que le había solicitado.
Con los dientes apretados la miró, quería gritarle para que entendiera lo que significaba “firmar”, no obstante, se relajó mentalmente y mostrando calma dijo —Si. Firmar. ¿No sabes lo que eso significa?
Mahianela se enderezó, agarró el papel y empezó a leer en silencio. Ernesto le miró con los ojos achicados —¿Qué diablos haces?
—Yo… yo estoy leyendo—, aquello causó gracia a Ernesto.
—¿Es en serio? —, suspiró y pasó la mano por el rostro —No creo que alguien como tú tenga conocimiento de lectura, y en caso de que lo tengas, estoy seguro que lo has de hacer peor que un gago—, Mahi curvó las comisuras, pues ella si sabía leer, no porque se hubiera criado en un pueblo significaba que no tuviera conocimiento de la lectura —Toma la pluma y firma—, insistió algo irritado.
—No… no puedo—, le miró con ojos asesinos.
—¿Qué dijiste? —, el cuerpo de Mahianela tembló ante el cambio de voz y mirada de ese hombre.
—Que no puedo firmar sin antes leer que dice ahí—, las palabras le salieron con un valor que no sabía que tenía.
Ernesto sonrió como un maniático, de pronto dejó de reír y se quedó mirándola con desdén —¿¡Es en serio!? ¡Una pueblerina ignorante como tú no podrá jamás entender lo que dice ahí! ¡Así que toma el bolígrafo y firma ese maldito papel!
—No… no puedo—, se levantó y corrió a la habitación. Aquello solo hizo enfurecer a Ernesto.
—¡Vuelve aquí! —, sus dientes traquearon.
Su padre le había pedido que fuera amable, bondadoso con ella, sin embargo, nada de eso había funcionado, aquella pueblerina no parecía tan tonta como se lo imaginaba.
Mahianela se quedó parada en la puerta sosteniendo la manija, temía que ese hombre fuera hasta la habitación y la forzara hacer algo que no quería.
Al no escuchar pasos corrió hasta el celular y marcó el número del abogado. Este contestó de inmediato —Mahi—, salió de la habitación para no despertar a su esposa que ya dormía —¿Sucede algo?
—Él… él quiere que le firme un documento.
—¿Lo hiciste? —, negó como si pudiera el abogado verla —¿Firmaste el documento?
—No, le dije que no, y se enojó.
—¿Lograste ver qué decía? —, volvió asentir.
—Si, decía algo así como un poder.
—Infelices.
El abogado no habría permitido esa boda si no fuera porque Mahianela se lo suplicó, porque de lo contrario su madre moriría. Su deber era velar porque la fortuna de Antonio Marshall no cayera en manos de la familia del anciano.
—Tengo miedo…
—Tranquila, porque ellos no pueden hacerte nada. Mientras no le firmes el poder ellos no podrán lastimarte, y aún cuando lo firmes, no podrán hacerte nada ya que, con tu muerte el dinero pasará directamente a una fundación. Eso ellos lo saben, por eso decidieron casar a Ernesto contigo y así convencerte de que le firmes el poder.
—¿Está seguro que no pueden lastimarme?
—No lo harán. Mañana por la mañana pasaré por el hotel, te llamo cuando haya llegado.
Tras cortar la llamada el abogado se quedó pensando. Mahianela era muy inocente y temía que en cualquier momento la convencieran, debía hacer algo para que durante los tres años que iban a permanecer casados, Ernesto no lograra su cometido.
Si la convencían, en esos tres años era suficiente tiempo para vaciar las cuentas. De suceder eso, el viejo Antonio se retorcería en el infierno, ese dinero era de Mahi, era de esa forma que Antonio Marshall iba a remediar su error.
Ernesto salió de la suite, se dirigió al bar del mismo hotel, se sentó frente a la barra y pidió un tequila, una vez colocado en frente suyo lo bebió de un solo. Aquel líquido pasó raspando su paladar, y dentro de su estómago parecía tener llamas encendidas.
Cuando se sintió demasiado mareado subió a la suite, fue directo a la habitación, sin embargo, no pudo ingresar porque la puerta estaba cerrada, dio unos cuantos manotazos, logrando despertar a Mahianela.
La joven se sentó de un solo al escuchar los golpes en la puerta. Encogiendo las piernas y abrigándola con sus propias manos se quedó escuchando los golpes que Ernesto daba en la puerta.
El corazón de Mahianela iba de prisa, se llenaba de terror con cada golpe que escuchaba, temía que en cualquier momento la puerta se abriera.
Ernesto se cansó de golpear y se fue al sillón, dejó caer su cuerpo fornido en el mueble, ahí se quedó hasta el día siguiente.
Por la mañana, Mahi abrió la puerta despacio, al ver a su esposo en el mueble se enderezó, quiso retroceder, volver a su habitación, sin embargo, el abogado la esperaba en el restaurant del hotel, no podía bajar sin el documento, necesitaba hablar con él.
Caminó despacio por el recibidor, buscó el documento en la mesita del balcón y no lo encontró, cuando volvió a entrar al recibidor se percató de aquel maletín que se encontraba al lado de Ernesto.
Con mucho temor lo retiró, abrió el cierre lentamente, mientras lo hacía mordía la parte interna de su labio. Al encontrar el documento miró al hombre acostado con los brazos cruzados, se cercioró que no tuviera los ojos abiertos y procedió a retirar el documento, una vez listo cerró y dejó las cosas como estaban, y caminó sin hacer ruido hasta la puerta, de la misma forma la cerró. Ya estando fuera corrió al ascensor.
Una vez dentro respiró con normalidad, y cuando este se detuvo y las puertas se abrieron, buscó con la mirada al abogado Adalberto.
—Toma asiento—, se levantó abrirle la silla, seguido se sentó y acomodó sus lentes para leer el documento que Mahianela le había entregado —¿Cómo dormiste? —, preguntó mientras revisaba aquel papel. La joven se alzó de hombros, pues la verdad no había podido dormir, a cada rato se despertaba pensando que Ernesto se había metido —Veo que no muy bien.
—Llegó borracho—… la voz se le quebró. Adalberto levantó la mirada y cuestionó.
—¿Te lastimó? Porque si lo hizo podemos denunciarlo—, la joven negó.
—No, no me hizo nada. Dejé la puerta con seguro, solo me asustó cuando quiso abrirla.
—Bueno, lo importante es que no te hizo nada. Cualquier cosa que suceda, el más mínimo maltrato me lo reportas. Conozco a los Marshall desde mucho tiempo y se que, con tal de conseguir lo que se proponen son capaces de cualquier cosa.
Lo que él abogado le dijo la dejó más nerviosa —Me quedaré con este documento.
—No puede, él se pondrá furioso cuando no lo encuentre.
—No sabrá que tú lo tomaste.
—Pero soy la única que está en esa habitación…
—Juégale la psicología. Está borracho, tal vez ni se acuerde lo que hizo anoche.
—Pero… por qué mejor no le entregamos todo y así…
—No puedes entregarle tu dinero.
—Es que no es mío, es de ellos…
—Es tú dinero, solo tuyo, y mientras yo viva, los Marshall no tocarán ni un centavo de ellos.
Cuando la joven y el abogado terminaron de desayunar, este cuestionó —¿Necesitas algo? —, le miró la ropa, estaba con el mismo vestido de novia, se sintió indignado por como trataban aquella joven, los Marshall
—Ropa—, se miró de arriba abajo —No tengo nada.
El abogado le entregó una tarjeta negra, Mahi la rechazó de inmediato —Tómala, es tuya. Te dejaré a mi chofer para que te lleve a una tienda y elijas todo lo que quieras.
—Yo solo quiero una muda…
—Niña, no te rehúses a gastar—, miró el reloj y suspiró —Me tengo que ir—, se levantó —Vamos, Franklin te llevará de compras.
—Pero…
No le había hecho saber a su esposo que saldría.
—No despertará ahora. Tienes tiempo para ir de compras y volver—, salió junto al abogado, este tomó un taxi mientras su chofer llevó a Mahianela a la boutique. En la entrada, una rubia de cuerpo delgado y bien estructurado la esperaba, al verla bajar se acercó —Hola Mahi, soy Micaela, pero puedes decirme Mica—, se presentó —Mi padre dijo que te acompañara a realizar unas compras.
—¿Tu papá es el abogado Adalberto? —, asintió.
Ambas jóvenes se adentraron a la tienda. Adalberto sabía que, si Mahianela iba sola, no compraría nada, y conociendo a su hija, la cual amaba ir de compras y hacer que sus amigas gastaran, no dudó en llamarla.
Las horas se pasaron volando, Mahi ni cuenta se dio, cuando vio la hora era más del medio día —Dios. Debo volver.
—¿Por qué? Aún nos falta algunas cosas.
—No, ya debo irme—, a Mica no le agradó la idea de irse por eso curvó las comisuras, pero no insistió más. Una vez que pagaron, y el chofer guardara las cosas se dirigieron al hotel, Mica tuvo intensiones se subir, sin embargo, Mahi se lo impidió, pues Mahi presentía que Ernesto ya había despertado, y lo más probable era que estuviera furioso por el documento extraviado —Ok, pero podemos vernos en cualquier otro momento—, Mahi asintió —Tienes mi número, llámame y escríbeme cuando quieras—, Mahi volvió agradecer y subió las bolsas cómo pudo.
Al abrir la puerta, aquellos celestes ojos la fulminaron con la mirada —¿Dónde diablos te habías metido? —, fue hacia ella, le tomó del brazo haciendo presión, hizo caer las bolsas. Ernesto bajó la mirada a las prendas que salieron de las bolsas, levantó la mirada y bufó —¿Ya empezaste a malgastar el dinero de mi familia? —, la soltó y agarró la prenda que estaba fuera, era un hermoso enterizo, observó la etiqueta y supo que era de marca —¿Crees que por vestir de marca te verás mejor? —, con una media sonrisa recorrió la mirada por todo el cuerpo —Yo no lo creo.
Dejó caer nuevamente la prenda y se dirigió a la habitación, se metió a la ducha para quitar el hedor a alcohol.
Mientras Ernesto estaba en la habitación, ella esperaba en la sala, cuando este salió acomodando su reloj ella bajó la mirada al suelo. Su cuerpo empezó a temblar cuando lo vio acercarse al maletín, y aquella voz la hizo saltar.
—¿Rebuscaste en mis cosas?