—¿¡Pregunté si rebuscaste en mi maletín!? —, se acercó apretando los dientes y mirándola con frialdad.
Cuando Mahianela levantó la mirada y la conectó con aquellos celestes ojos, vio en ellos fuego, el cual se incrementó al momento que afirmó.
—Si—, se levantó, era pequeña, Ernesto le sacaba una cabeza de más, ella apenas y le llegaba por el hombro. Al quedar parada frente a él dijo —Lo llevé para que el abogado lo revise.
Los dientes de Ernesto se apretaron más, traquearon como caña seca partiéndose, los puños se ajustaron brotando así las venas de sus manos. Mirándola con ojos afilados caminó más a ella, y sin desconectar la mirada gruñó.
—¿Con que derecho? —, Mahianela pasó gruesa saliva cuando aquel joven la cuestionó —¿¡Quién te dijo que podías hacer eso!? —, le gritó escupiendo la cara.
Mientras ella pensaba en que responder, Ernesto la tomó de los brazos, apretó con mucha fuerza la piel logrando que de los ojos de Mahi, rodaran las lágrimas.
Al ver aquellos ojos iluminados la fue soltando, pero aún dentro de él habitaba la ira, y antes de que esta lo hiciera cometer una locura, se alejó, dio la vuelta y salió de la suite.
Tras cerrarse la puerta, Mahianela acarició sus brazos y subió los pies al mueble y se abrazó con sus propios brazos, sollozó y limpió las lágrimas que salían sin cesar.
En cuanto Ernesto bajó como león enjaulado, se adentró al coche y se dirigió a la universidad, apenas cruzaba los veintitrés, y estaba en su último año de universidad.
Al bajar del coche trató de cambiar su malgenio, pero cuando vio a su primo le fue imposible hacerlo. La escena de aquella noche le llegó como una avalancha, esos recuerdos golpearon su corazón y su mismo ego, para él, era inaudito haber sido traicionado, engañado con su propia sangre.
Sebastián, su primo lo evitó. Al momento que lo vio ingresar prefirió no enfrentarse a él, ya que, los espectáculos eran lo que menos le gustaba presenciar, sobre todo, ser partícipes de ellos.
Después de salir de la universidad, Ernesto fue a casa de sus padres, apenas llegó fue cuestionado —¿La hiciste firmar? —, preguntó Victoria. Ernesto le echó una mirada asesina —¿Qué dije? —, detestaba que todos ahí esperaran que él hiciera todo, para luego todos disfrutar de la fortuna.
—Ernesto, ¿cómo te fue? —, preguntó Octavio saliendo del despacho —¿Tuviste una noche de bodas increíble? —, sonrió.
Después de saborear del vino que había quedado en sus labios, Ernesto respondió —Fue la peor noche de mi vida—, se giró y llenó nuevamente la copa —Ella no es tan tonta como todos piensan—, se giró y comunicó —Todo se fue al carajo. Mientras yo dormía, ella le entregaba el documento a Adalberto, así que, ahora mismo el abogado del abuelo está revisando ese papel.
—¿¡Qué!? ¿¡Pero como fuiste a ser tan estúpido para hablarle de eso la misma noche de consumación!? —, ante el insulto de su padre, Ernesto apretó la copa —¡Eres un inútil! ¡No sirves para nada! ¡No te di el documento para que se lo muestres anoche!, si te lo di fue para que lo leyeras y poco a poco le fueras hablando de los puntos que estaban ahí.
—Lo que más quiero es salir de esto, creí que si firmaba esa misma noche no tendría que seguirla viendo.
—La cagaste, y la cagaste bien feo. ¿¡Qué de difícil puede ser acercarse a una joven como ella y hablarle bonito, endulzarla con palabras hermosas!?
—Es mas difícil de lo que piensas. Yo no soporto estar cerca de esa mujer, menos acercarme a ella para mostrarle algo que no siento.
—Pues debes hacerlo, tienes que acercarte a ella, ilusionarla, si es posible enamorarla para ganarte su confianza. Tienes tres años para acostumbrarte y lograr quitarle todo. La muchacha no es fea, no veo donde está lo complicado.
Posando la copa sobre la mesa con brusquedad, salió dejando un torbellino detrás de él. Llegó a la alberca y caminó de un lado a otro.
Ernesto se sentía podrido con todo lo que estaba pasando, había algo en su garganta que le impedía respirar con normalidad, sentía ganas de vomitar. Quizás era por la borrachera que se pegó anoche, o porque le resultaba sumamente asqueroso estar casado con la mujer de su abuelo, sobre todo, tener que seducirla para conseguir lo que su padre le pedía.
Con gran frustración se sentó en una de las sillas y así se quedó pensando en lo que se había convertido su vida. Cuando su mamá se sentó a su lado, dejó caer el cuerpo hacia atrás y cerró los ojos —Si vienes a decirme lo mismo que mi padre, mejor regresa por dónde viniste.
—Si voy hablarte de eso, pero no de la forma en que tú padre lo hizo—, Ernesto enarcó una ceja y miró a su madre —Hiciste muy mal en presentarle el contrato el mismo día de la boda. Lo que tienes que hacer es enamorarla.
—Fue la esposa de mi abuelo, me da asco…
—Cariño entiendo, créeme que te entiendo. Pero debes darte cuenta que, dentro de unos meses no tendremos nada, que nos quedaremos en la calle, porque ya ni esta casa es nuestra.
—¿Y todo por qué? ¡Por el maldito vicio de mi padre y tuyo! —, Rebeca bajó la mirada y suspiró —¿Para eso quieren el dinero del abuelo? ¿Para derrocharlo en los casinos? —, refutó molesto y se levantó.
—No, ya no estamos asistiendo a esos lugares, solo necesitamos pagar las deudas y la hipoteca de la casa.
—¡No te creo nada! —, se propuso a salir, pero se detuvo cuando su madre le dijo.
—Si no logras que esa pueblerina firme ese contrato, no podrás terminar la universidad, recuerda que aún te falta este semestre y el próximo. Y si no consigues que ella te de acceso al dinero, tu carrera se verá trincada—, Ernesto se giró y replicó.
—Solo por eso, lo haré. Por mí y por nadie más.
Quería decirle que una vez obtenido el dinero no verían ni un centavo, pero decidió callar, decidió guardarse para él solo sus planes. Ernesto subió a su habitación, empezó a empacar todas sus cosas, iba a salir de esa casa, ahora que estaba casado con Mahianela se mudaría a la mansión que su abuelo tenía en la capital.
Una vez que recogió todo salió, subió al coche y se dirigió al hotel, cuando llegó encontró a Mahianela en el balcón de la habitación, al verlo, ella bajó la mirada, su cuerpo tembló porque imaginaba que él iba a terminar con lo que empezó, y si ella no firmaba, la obligaría hacerlo.
—Recoge todo, nos vamos de aquí—, al escuchar eso, Mahianela soltó un suspiro.
Vio al joven salir de la habitación, tras cerrarse la puerta agarró el celular y le escribió al abogado, este le llamó de inmediato.
—Lo más seguro es que te lleve a casa de sus padres, o a la mansión de su abuelo. De todos modos, mantén encendido tu GPS.
Mahianela agradeció y cortó la llamada, seguido arregló todas las bolsas que por la mañana había comprado, sosteniéndola en sus manos salió.
—¿Comiste algo? —, asintió, ahora que el señor Adalberto le había dejado una tarjeta no iba a morir de hambre, quizás no gastaría en otras cosas, pero en comida si. Ella debía vivir para cuando su hermano saliera de prisión estar ahí para recibirlo, o para cuando su madre se encontrará mejor estar a su lado para apoyarla con sus hermanos menores —Bien, entonces vamos—, Ernesto tomó la delantera, dio algunos pasos y de pronto se detuvo en seco, la regresó a ver, bajó la mirada a las bolsas que colgaban de las delicadas manos de Mahi, y sintiendo una puja en su interior, accedió a tomarlas y llevarla.
La caballerosidad era algo que no iba con él, al menos no con mujeres que no le interesaban en lo más mínimo, pero si quería empezar a ganarse la confianza de Mahianela, si quería lograr su objetivo debía, tenía que empezar a comportarse con amabilidad.
Cuando Ernesto quitó las bolsas de sus manos, Mahi se tensó, pero su corazón iba alerta, aquel hombre era muy extraño, sabía que no daba un paso sin nada a cambio, pues en la noche le ofreció algo de comer para después quererla obligar a firmar un papel donde ella le daba poder absoluto a toda la fortuna, ni siquiera era un documento obligándola a renunciar a la fortuna, ya que si hacia eso, todo iría a parar a manos de directivos de fundaciones.
Al estar en el parqueadero, guardó las bolsas en la parte trasera, al ver a Mahianela parada como una estatua se acercó y le abrió la puerta. Sintió fastidio de ver qué esa mujer siendo una campesina ignorante se daba la de muy importante, y no podía abrir la puerta del coche.
Lo que él no sabía era que, ella estaba perdida en los pensamientos, pensando en, ¿dónde la llevaría?, ¿qué le haría? —¿No vas a ingresar? —, preguntó con los dientes apretados —¿O quieres que te cargue como una novia? —, eso sí que no haría, solo de imaginar tocando a la mujer que fue de su abuelo las tripas se le retorcían.
—¿Dónde… dónde vamos? —, Ernesto rodó los ojos, le era imposible controlar su paciencia ya que carecía de ella.
—A nuestra casa, ¿dónde más podríamos ir?
Mahianela ingresó, tras de ingresar la puerta fue azotada. Ernesto rodeó el coche y una vez dentro salió, tomó la primera avenida para dirigirse a casa de su abuelo.
Mahianela centró la mirada en el exterior, observando el hermoso paisaje que iba quedando. En pocos minutos ya se encontraban ingresando a una enorme mansión, dónde el cerco tenía más de cinco metros de altura. Mahianela suspiró frustrada, pensó que, escapar de ese lugar le sería imposible.
—¡Bienvenido joven, señora! —, los empleados que cuidaban la mansión Marshall, ya había sido informados con anterioridad que, la señora de Marshall llegaría pronto —Las habitaciones están lista—, cuando Mahianela escuchó las habitaciones, ella suspiró aliviada —Por aquí señora.
Escuchar que le dijeran señora a los dieciocho años le hacía sentir extraña —Es aquí—, aquella mujer colocó las bolsas sobre la cama, se giró hacia Mahianela y con mucha amabilidad dijo —Estoy aquí para servirle señora. Cualquier cosa que necesite no dude en llamarme por el intercomunicador o buscarme en la cocina o si no en casa de las empleadas la cual se encuentra en la parte trasera de la mansión—, Mahianela le sonrió con timidez.
—No me digas señora—, suspiró y miró alrededor —¿La puerta es segura? —, temía que Ernesto volviera a tomar e intentara ingresar a su habitación, tal cual lo hizo en el hotel.
—Si, es muy segura—, la empleada se le acercó y le tomó las manos —Cuenta con nosotros, no está sola—, Mahianela pensó en, ¿qué podían hacer los empleados si Ernesto la trataba mal? Ellos solo eran empleados, si intervenían podrían ser despedidos.
—¡Muchas gracias!
Una vez que quedó sola, Mahianela llamó al abogado, este respondió de inmediato —Estás en la casa de Nayón—, más que una pregunta fue una respuesta para una Mahianela que no sabía dónde se encontraba —Es un lugar seguro, confía en cada empleado que se encuentra ahí, porque todos están de tu lado.
—¿Por qué?
—Porque eres… la viuda de Marshall y todos ellos le tenían aprecio a Antonio, y al ser tú su heredera la fieldad está contigo—, Mahianela se quedó en silencio —Mañana pasaré por ahí, debemos hablar de muchas cosas—. Tras decir eso cortaron la llamada.
Por la noche, Ernesto salió, se dirigió a un bar cercano, se sentó frente a la barra y solicitó una copa de tequila, había tomado unas cuantas copas, cuando de pronto aquel perfume invadió sus fosas nasales, lentamente giró el rostro y se encontró con ella, con su Geomara.
—No debes seguir tomando, Ernesto…
Intentó tocarlo, sin embargo, él le apartó las manos —No me toques—, si algo tenía Ernesto era que, era muy asquiento —Estás sucia—, dijo al momento que levantó la copa —Nunca más, volverás a tocarme—, se levantó y salió de aquel lugar dejando el corazón de Geo hecho trizas.
Si bien era cierto que la amaba, pero no podía perdonar, Ernesto Marshall era un hombre que no perdonaba, para él, los traidores no tenían perdón. Subió al coche y se dirigió a casa, ahí continúo bebiendo hasta que se quedó dormido. Apenas la alarma sonó se levantó y corrió a darse un baño, sacó el mal olor a alcohol y se arregló para ir a la universidad.
En cuanto Mahianela, se quedó en esa enorme casa, estaba recorriendo los jardines cuando vio el coche del abogado llegar, fue a su encuentro y una vez dentro se sentaron en la sala de estar.
—Debes firmar esto—, colocó un documento sobre la mesa. Mahianela le miró sin entender —Te lo resumo—, tomó la hoja en la mano —Este documento evitará que los Marshall se queden con todo. Ellos volverán a insistir que le firmes un poder para así hacer uso de tu dinero, cuando te lo vuelvan a pedir se los firmas. Pero este documento evitará que se llenen las manos y te despojen de todo. Ni en tres años lograrán trasferir todo el dinero a otra cuenta y dejarte completamente arruinada.
—¿Quieren hacer eso?
—Por supuesto, ellos quieren despojarte de todo, y como no pudieron realizarlo con la impugnación del testamento, planificaron la boda, ahora que estás casada con Ernesto creen que con un poder es suficiente para que él pueda acceder a todos los bienes y así desviar el dinero a otras cuentas.
—Pero yo… yo no quiero pelear por un dinero que no es mío.
—¡Es tuyo! —, afirmó —No es dinero de los Marshall, nunca lo fue.
—Pero el señor Antonio era su abuelo, por ende, es dinero de Ernesto y del señor Octavio con Victoria.
—No es dinero de ellos, ni siquiera era dinero de Antonio—, suspiró y extendió el papel a Mahianela —Fírmalo a ahora—, ella dudó —Ya debes hacerte a la idea de que eres la dueña de un conglomerado, que todos los empleados que laboran en tus empresas y haciendas son tuyos. Tienes tanto poder para aplastar a todo el que quiera pisotearte.
—¿No era dinero de don Antonio?
—En algún momento te lo explicaré, por ahora solo debes prepararte para cuando tengas que dirigir la empresa.
—Pero yo lo sé nada de empresas, cómo voy a manejarlas.
—Por eso vas a estudiar. Ya estuve trabajando en eso, mañana mismo empiezas a estudiar en la universidad San Francisco, queda a veinte minutos de aquí, te conseguiré un chofer, alguien que te lleve y traiga, al menos hasta que aprendas a manejar.
—Señor, pero yo… no tengo licencia, menos coche.
—Eso es lo de menos, sacarás la licencia y luego te comprarás uno—, se levantó, Mahianela ya había firmado —Tienes mucho que aprender. Y yo te ayudaré a convertirte en toda una empresaria—, dijo antes de marcharse.
Al momento que abrió la puerta, Ernesto ingresaba —¿Qué hace en mi casa? —, miró sobre el hombro del abogado y fulminó a Mahianela con la mirada.
—¿Tú casa o la de tu esposa? —, Ernesto apretó los dientes.
Sin decir más, el abogado se marchó, Mahianela quiso escapar a su habitación, pero Ernesto la tomó del brazo y la acercó a él para dejarla en frente.
—¿Te revuelcas con ese vejete? —, esa pregunta golpeó el corazón de Mahianela, aunque no tenían un matrimonio real, ella sería incapaz de meterse con alguien más —Parece que te gustan los ancianos ¿Verdad? —, Ernesto se llenó de asco, la soltó y sacó un pañuelo para limpiarse las manos —¡Que se puede esperar de una mujer así! —, dicho eso pasó al estudio y ahí se encerró.