Narra el Escritor. Uno de los asesinos bajaba a pasos lentos y seguros cada peldaño de la escalera que conducía al sótano, había cerrado la puerta tras de sí con seguro por si la existencia de algún intruso y se disponía a hacer una visita a lo que consideraba parte de su propiedad. Llegando ya al piso, saludó. —He llegado —dijo animadamente, hablando en alemán—. ¿Me has extrañado? —preguntó, colocando su ballesta sobre una mesa. Nadie respondió, sólo escuchó unas cadenas arrastrarse mínimamente. Se quitó el abrigo y lo depositó sobre un mueble al frente de una jaula de 3x3. Tomó de la misma mesa una flecha de acero y dio pasos calmados hasta un estante situado junto a la pared que quedaba a diez pies frente de la jaula; rebuscó en el cuarto nivel