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            Abrió más la puerta y caminé como pude hacia el escritorio, deteniéndome a diez pasos de donde estaba el señor, con un hacha sobre la superficie de su mesa, la golpeaba suavemente con un pequeño martillo como para escuchar el sonido que emitía.             Carraspeé para conseguir su atención. Pero no lo logré.   —Señor… Rodrig —dije, mirando alternativamente a la delgada asistente que junto al escritorio de su jefe permanecía cabizbaja, pero con una expresión en los ojos que casi deduje como temor, regresé los ojos hacia el señor—. Ayer usted me prestó su saco, he venido para regresarlo y agradecerle.             Los pies me dolían, pero por alguna razón se me ocurrió que más dolor tendría la asistente que se comportaba como si estuviera sufriendo, parecía que ocultaba al

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