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—No era nada —mentí—, es que, no sé si es que me estoy volviendo loca, pero cuándo me vi al espejo creí mirar detrás de mí a mi padre. Se reía y me decía que las rejas de su celda no serían suficiente para retenerlo. Me asusté y pues… salí de la habitación a toda prisa, hacia ningún lugar en realidad.             Lo miré con mi mejor cara de preocupación fingida. Me miró por unos segundos, como calculando lo que había dicho. —Posiblemente necesites un psicólogo —opinó.             Así que para hacer la cosa más creíble lo contradije. —Yo no estoy loca.             Élan blanqueó los ojos con aspecto agotado.   —Bueno. De eso podremos hablar después —dijo sin contener un bostezo—. Iré a mi habitación. Estás invitada —me guiñó un ojo—. Te he comprado algo. —¿Qué? —pregunté, sorprendid

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