Miré instantáneamente sobre la mesa de su escritorio una bandeja plateada con, por lo que pude calcular, al menos una docena de manzanas perfectamente cortadas y sin rastro de cáscara, cada pedazo era totalmente simétrico al otro y al otro más allá, desde donde mi vista podía calcular, que no era tanto tampoco. —¿Me llamó usted, señor? —dije, comprendiendo al instante lo estúpida que sonaba la pregunta, obvio que había sido él. —¿Se puede saber por qué no has estado en tu oficina hace una hora? —preguntó tajante. Al sentirme regañada miré de inmediato a la mujer con traje de oficina que me había abierto la puerta, estaba con las manos juntas delante y de pie a un lado del escritorio sin mirarme, entonces con rapidez regresé la vista hacia los azules ojos inquis