El ascensor no puso trabas, y yo, sintiéndome como un microbio tampoco hice mucho reparo en la situación con ese cajón. Ya cuando caminé hacia mi oficina, dispuesta a tomar mis cosas para regresar a casa, me encontré con una bandeja situada en el suelo junto a la puerta, miré a los lados, instintivamente como si esperara ver a alguien, pero de igual modo el pasillo continuaba en silencio. Hasta que alguien abrió la puerta de en frente la mía, volteé rápidamente. —Hola —me saludó el hombre canoso que salió de allí—, ¿eres la nueva empleada, verdad? Sólo asentí, sin sonreír, sin nada. —Espero que te guste el puesto —dijo acercándose a mí de manera familiar—. Si algo necesitas, trabajo tras la puerta de en frente a la tuya —me sonrió, sus apenas visibles arrug