Un hincón me atravesó las vísceras al mirarlo, mis manos comenzaron a sudar y mi corazón comenzó a sacudirse tras mis costillas, presintiendo el peligro próximo. —Dijiste que trabajabas en una tienda de costura —comenzó diciendo—. Fui a donde me dijo tu madre. Y no estabas —caminaba hacia mí y quise retroceder un paso, pero con una mano me tomó del antebrazo con fuerza—. ¿Esa es la ocupación que tienes cada día? ¿hmm? —me zarandeó y dolió aún más su agarre en mi antebrazo derecho. Quería decir algo, pero mis dientes castañeaban por el miedo y mis labios temblaban como si tuviera mucho frío, pero era pánico por saber lo que me vendría. —¿Es que no vas a decir nada? —volvió a zarandearme. Quise lamentarme, pero ahogué cualquier quejido que después