Élan Tarskovski detuvo su mirada por un lapso de algunos cuatro segundos en la cara de mi madre, detallándola o quizá desafiándola. Entonces parpadeó y levantó una de las comisuras de sus labios apenas, en una sonrisa torva.
—Disculpe, señora —dijo con una grave voz encantadora y tenebrosamente cautivadora, envolvente—. Me temo que he confundido a su hija con alguien más.
Devolvió la mirada hacia mí, volviendo a esa diminuta sonrisa torva y pisando el acelerador. Mi madre me vio como buscando alguna herida que los ojos de este me hubiera dejado, volteé hacia ella y apreté los labios forzando una nerviosa sonrisa tensa que dijera que todo estaba bien, para luego devolver la mirada al vacío, asustada, pero disimulando fuertemente el tornado de emociones que hacían
