Por las buenas o por las malas (1era. Parte)

1445 Words
El mismo día Provins, Francia Paul Supongo que todos, en algún momento, sentimos que no hay manera de complacer a nuestros padres. Llegamos a creer que somos errores, productos de un descuido, piezas mal cortadas en el rompecabezas de la familia. Nos convertimos en sombras llenas de inseguridades y miedos, abrumados por las altas expectativas depositadas sobre nosotros. Cada paso que damos parece ir en la dirección equivocada, y ni siquiera los pocos logros y esfuerzos mitigan el peso de la desaprobación. Mi caso es el mejor ejemplo. Desde que tengo uso de razón, he vivido compitiendo con mi hermana Charlotte, la preferida, la perfecta, la más inteligente. Ella era la luz brillante que me dejaba siempre en la sombra, un imbécil a los ojos de mi padre. Pero un buen día, Charlotte se fijó en un campesino, en un don nadie, y pensé que finalmente tendría la aprobación de mi padre cuando vivió la decepción, con el matrimonio de mi hermana. No fue así. Él se volvió más gruñón y amargado. Ni siquiera el hecho de haberme casado con una mujer acorde a nuestros estándares lo complació. Para colmo, no podía darle nietos. No era culpa de Caroline, sino mía. Y así, día tras día, escuchaba las mismas humillaciones: “¿Cómo es posible que no puedas darme un heredero? ¿Ni siquiera para hacerle un hijo a tu mujer, sirves? Mira lo que haces. Quiero nietos, porque si no, te dejaré en la calle el día que me muera. No heredarás ni un solo centavo de mi fortuna.” El tiempo pasó escuchando sus exigencias, sus reproches y soportando sus caras amargadas, pero aun así seguía desviviéndome por demostrarle que podía encargarme de sus empresas, y todo comenzaba a irse sobre la marcha hasta que volvimos a tener noticias de Charlotte, o más bien conocimos del accidente que provoco su muerte. Allí estaba el viejo echo un mar de lágrimas y lamentaciones por el deceso de su hija preferida y siendo empático quise consolarlo, no estábamos hablando de una desconocida sino de mi sangre. –Papá no podemos cambiar el pasado, así que no te culpes por no haber tenido la oportunidad de hacer las paces con Charlotte, en tal caso démosle un funeral digno de una Fournier– mencioné, él levanto su mirada triste y desconsolada. –No basta, Paul para darle paz a mi alma atormentada. Traigamos a mi nieta a Francia, quiero a Tassia conmigo. Quiero darle todo lo que se merece, además ella es mi sangre– rebatió con su voz apagada y fruncí el ceño. ¡Por favor! Se iba a repetir la historia, tampoco me interesaba criar a una desconocida, pero quise convencerlo de desistir de ese absurdo, incluso puse miles de pretextos. –¡Papá! La muchacha ni siquiera nos conoce, tampoco querrá dejar su vida en Texas. Encima, no sabemos que le habrá dicho Charlotte de nosotros. Quizás nos odie, este resentida con nosotros, entonces lo pensaría bien antes de pensar en traerla a vivir a la casa– argumenté, pero fue en vano, ni siquiera me escuchó. Y todo fue de mal en peor cuando llegamos a Estados Unidos, conocimos a mi sobrina. Una muchacha hermosa con los mismos ojos de Charlotte, pero con unos modales que dejaban mucho que desear, también de vestir como una ermitaña, para colmo un lenguaje inapropiado, aunque a mi padre parecía causarle gracia su sinceridad y esa manera tan autentica de expresarle, en cambio yo vi problemas a la vista. Sin embargo, llegué a pensar que Tassia tiraría la toalla primero cansada de las discusiones con Caroline, de tener que vivir según nuestras reglas, de sentirse fuera de su ambiente. A la larga se marcharía igual que vino, sin pena ni gloria. Estuve equivocado todo el tiempo, porque mi padre estaba en la etapa terminal de su cáncer al pulmón y Tassia se quedó en la mansión por compasión, cariño, gratitud, no sé bien cuál fue su motivo, pero permaneció entre nosotros. A todo esto, estaba como es de costumbre en mi oficina, sumergido en un mar de papeles, cuando la presencia inesperada de mi esposa rompió la rutina. Su llegada nunca auguraba nada bueno. Al levantar la vista, la preocupación me invadió; me incorporé de mi silla y me acerqué a saludarla con un beso corto y una mirada llena de interrogantes. –Hola querida, ¿Qué vientos te trajeron a la empresa? ¿Acaso viniste a la ciudad de compras? ¿Qué hizo está vez la muchacha? –saludé, pregunté con miles de dudas y soltó un suspiro profundo. Dejó caer su bolso en el sillón de la oficina y su cara amargada no era un buen augurio. –La fiera esta vez no hizo nada, pero Pierre sí. Inventó una excusa para que deje la casa y no son ideas mías. ¿Puedes creer que me pidió renovarle los uniformes a la servidumbre? –replico indignada y escandalizada. Resopló, molesta y continúo hablando. –Ya me conoces, no me convenció su argumento y estuve averiguando con Elsa. Tu padre llamó a su abogado, ¿Sabes lo que significa? –espetó con su voz inquieta y me echó un balde de agua fría. –El viejo va a cambiar su testamento –murmuré, sintiendo un nudo de desconcierto en el estómago. –No puedo impedirlo. Seguramente quiere incluir a la muchacha, tal vez dejarle unos cuantos euros, pero no es motivo para preocuparse –intenté tranquilizarla, pero su mirada asesina me perforó el alma. –¡Paul! ¡Claro que es motivo de preocupación! Tu padre cambió desde la muerte de Charlotte y es tu deber conocer el contenido de ese testamento para no dejar nada al azar, ¿O será que querrás vivir en la pobreza? –su voz estalló en un grito de reproche y tensé mi mandíbula. Al final, Caroline tuvo razón, el viejo se puso sentimental y con su arranque de culpa nos dejó en una posición incómoda, dependiendo de la voluntad de mi sobrina, entonces jugué mis fichas e hice valer mis derechos para no perder mi fortuna, porque unas malditas cláusulas no me dejaran en la calle, menos los caprichitos de una muchacha insolente, como tal en este instante un silencio sepulcral nos envuelve. Observo la rabia destilando en los ojos de Tassia por dejarla contra la pared, pero si es la única forma de exigirle su ayuda, valdrá la pena. De pronto el silencio es roto por la voz de mi esposa, quien retorna a la sala. –Supongo que tanto silencio tiene dos respuestas: Tassia, no cederá o quiere más dinero por “su colaboración” –señala Caroline con su voz fría y mi sobrina se abalanza contra ella. –¡Cállate bruja! Me importa una mierda su puto dinero, más bien mi tío Paul me está chantajeándome o, mejor dicho, debiste haberlo instruido para que haga semejante bajeza– rebate Tassia con su voz llena de rabia, muestra los dientes y Caroline le devuelve una mirada asesina. –¿No creerás que podías irte sin pagarnos? ¿No vives vanagloriándote que eres una mujer honrada? Entonces es hora de demostrarlo, colaborando– se dirige Caroline a mi sobrina con su voz de superioridad, provocándola y falta poco para que pierda el control la fiera. –Desde mañana tendrás profesores privados para ver si logran educarte, convertirte en una dama de sociedad. Pero por tu bien espero que colabores– acota mi esposa, mientras observo con cautela su pequeña disputa, sus miradas desafiantes. –¡Arpía venenosa! No soy una vividora como tú, menos permitiré que me llames ladrona. ¿Quién carajos te crees? –retumba la voz de la fiera en un rugir, cuando la voz de Leroy llena el ambiente. –¡Felicidades! Tenemos consenso y me pongo a disposición para darle clases de etiqueta a Tassia– indica Leroy con su voz sarcástica, una sonrisa retorcida en su rostro y la fiera rueda su atención a él, mostrándole el dedo medio. –¡Vete a la mierda, Leroy! Y ustedes no crean que han ganado, porque esto no acaba aquí. Si me quedo, no significa que podrán educarme, menos casarme con cualquier idiota– brama Tassia enfrentándonos. Da media vuelta y suelto un suspiro de frustración, mientras observo como abandona la sala, sigue a la salida y tira la puerta con violencia. –Veamos si podemos domar a la fiera en seis meses, pero, aun así, no hay garantías que acceda a casarse contigo, Leroy, ¿Cómo lo conseguimos? –menciono con miles de dudas y sus ojos me confunden, sumergiéndome en mis pensamientos.
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