La llegada de sus hermanas arruino su humor, apenas sentía que se estaba abriendo conmigo y llego a arruinarlo, ¿Qué le pasa a su hermana mayor? ¿Por qué mierda Cristal no les dijo nada? En fin ahora me interesa ella, más tarde averiguaré el porqué.
—Háblame— le digo al notar como aprieta sus puños.
—¿¡Por qué estaban aquí!? ¿¡Tú les hablaste!?— me reclama.
—Ja, tú crees que dejaría que tengas que ver con tu antigua familia.
—Ellas no son mi familia, mi certificado de nacimiento marca que soy huérfana.
—Otro dato que no sabía de ti— le contesto, quiero distraer su mente de eso.
—Crecieron mucho— me dice con la cabeza baja.
—Eso no me importa.
—No se parecen nada, ahora parecen supermodelos— se queda callada unos momentos —Me alegro de que vivan bien.
—Todo es— la miro —Todo fue gracias a Ana— corrijo, no sé con quién hablo.
—La muerte de Keres aún es negociable— me dice tocando ese maldito tema otra vez.
Sé a donde quiere llegar con eso y el porqué saco ese tema otra vez, se siente inferior a sus hermanas ahora que las miro, si solo supiera que ella es hermosa, mucho más que ellas.
La llevo al salón de belleza y se detiene antes de entrar.
—No— me dice.
—Sí— le contesto —Necesitas un cambio radical, cabello corto, color…
—Jódete cabrón— me empuja y camina a otro lado.
—¿Qué mierda haces?— le pregunto molesto —Eres mía y si ordeno…
—Tus órdenes me valen mierda— me interrumpe nuevamente.
—¿Por qué mierda no puedes hacer lo que te digo?.
—Si no me dejas de insistir me voy a tirar por aquí— señala la barandilla que impide que nos caigamos del tercer piso.
—¿Por qué tienes que ser tan extremista?— paciencia Elijah.
—Sabes cuanto sufrí…— se queda callada tratando de contener las lágrimas —Ellos cortaron mi cabello, algunas veces me lo arrancaban en las torturas, hasta que quede hecha un desastre y me lo raparon.
La escuchaba atentamente, pero mi mente viajaba a aquel momento en el que no soporto tener el cabello suelto y se volvió loca, ahora entiendo.
—Ok, el cabello no, pero deja que compre tratamiento.
—Solo vámonos.
—Necesitas ropa, zapatos, cosas personales, no podemos irnos asi— intento convencerla.
—Con la que está en casa está bien, no necesito nada más, sé vivir con lo mínimo.
—Odio que tengas ese maldito pensamiento, mereces todo, anda, deja que te compre lo que necesitas y de tu talla.
Y como se le ha hecho costumbre camina dejándome solo, si no me sintiera culpable dios sabe que la habría matado, para qué me engaño no soy capaz. La veo parada en una tienda mirando unos televisores que tienen de muestra, me acerco a ella y lo que está mirando es un anuncio de celulares.
—Quiero uno de esos— señala la pantalla.
Que me pida cosas me hace sentir que se está abriendo a mí o al menos me tiene confianza o solo me usa, cualquiera de esas opciones me pone extrañamente feliz.
—¿Qué una pantalla?.
—Ambos— su respuesta me sorprende la verdad —También quiero una computadora, no tiene que ser nueva, solo que funcione.
—Tengo televisores en la casa— le contesto.
—Donde estaba, no tenía nada.
—¿En prisión les dejaban usar esas cosas?— le pregunto y al ver su cara me arrepiento de inmediato.
—Si no quieres hacerlo, solamente di no y ya, ya es demasiado duro depender de ti.
Le hago la seña a mis guardias para que compren lo que pidió y camino detrás de ella.
—Asi que aceptas que eres mía.— le digo con una sonrisa.
—Ya quisieras.
—Donde estabas no es tu habitación— le digo —No dormirás en esa área, no en la misma que ellas.
—Tabita dijo que sí.
—Tabita no manda— le contesto —¿Cuál es tu color favorito?.— logro meterla a una tienda de ropa sin que se dé cuenta.
—Azul, azul hielo.
Las empleadas se acercan, pero les hago una seña que se alejen, cada prenda de ropa que mira con detenimiento se la voy lanzando a ellas.
—El hielo es transparente o blanco.
—Algunos— me dice —Algunas veces es azul, por ejemplo cuando el agua es turquesa, pero otras veces se debe al espesor del agua, cuando la nieve se encuentra en un glaciar esta logra ser parte de él con el tiempo, sin embargo, debido a ese proceso el agua suelta burbujas y quedan atrapadas, cuando la luz atraviesa surge el color azul hielo.
—Interesante no lo sabía.
—Puedo— mira la etiqueta —Mejor no.
—Tengo dinero suficiente— le contesto —¿Puedes darme una talla para ella?— le pregunto a la empleada.
—Claro que sí, señor— me contesta
La empleada mira a Keres, estoy al pendiente de cualquier cosa, una mirada mal hacia ella y todo se acabó para ella, no digo que se mira mal, pero su ropa le queda grande, trae unas sandalias que no le quedan, no está vestida como las personas que entran a este centro comercial.
—Hace mucho que no usaba prendas asi— me dice cuando sale del probador.
—Te miras bien, desquiciada.
—Es mucho color, estoy acostumbrada a usar café y blanco.
—Como las de la cárcel— dice la empleada riendo.
—Sí— contesta ella —Después de pasar diez años por matar a alguien, te acostumbras a utilizar ese color, aunque utilice rojo cuando mate algunas presas.
Mi cara de sorpresa no se compara con la de la empleada, la callo con unas cuantas oraciones.
—Yo, yo lo siento, no debí de hablar de más— se disculpa la empleada.
—Largo— le ordeno y esta no duda en irse.
—Lo siento— me dice.
—¿Por qué?.
—No debí decir eso, pero muchas utilizamos ese uniforme a pesar de que no somos culpables y la burla…
—No tienes por qué disculparte, ella fue la que hizo mal, no tú— le digo rápidamente —Nos llevaremos el conjunto puesto— le digo a la empleada.
La saco de la tienda, no antes de que le ordene que la ropa sea de la talla que es la que trae ella puesta a mis guardias.
—Ahora zapatos— le digo.
—Tengo los que…
—No empecemos— le digo.
—Nunca mate a nadie— me dice —Solo quiero aclararlo.
—Te creo.
Realmente lo hago, no tiene esa maldad y con lo que paso no tuvo tiempo siquiera pensarlo, estaba tan concentrada en sobrevivir que en matar a alguien.
—La moda ha cambiado mucho— me dice mirando los zapatos.
—Con la ropa que tienes puestas unas zapatillas altas se te mirarían bien.
—Pareceré bambi, unos tenis— escoge unos al azar —Estos me gustan— me los enseña.
—¿Puedes darme una tablilla para saber el número que es?— le pregunto al empleado.
—Claro que sí, señor Monroe.
Este se va y la trae de inmediato, no sabe si dármela a mí o a ella, Ana se la quita y se mide el pie.
—¡Por dios!— dice sorprendida —25.5 cm.
—Tráeme uno de esos de esa talla— le ordeno al empleado.
—Si señor.
Keres mide su otro pie aun con sorpresa, intenta acomodarlo según ella, pero sigue marcando lo mismo.
—No es mucho.
—Era 23.5 o 24— me confiesa —Solo pasaron cinco años.
—¿En esos cinco años que usabas?.
—Sandalias, pero siempre eran grandes y bueno, los tenis no duraban mucho, me los robaban.
—Aquí tiene— dice el empleado entregándole el tenis.
Se lo prueba y se para, para sentirlo mejor, como el idiota que soy estoy sonriendo ante esa escena, es mi maldita culpa que ella sufriera eso debí buscarla.
—Se miran bien— le digo —Dale el otro, se lo llevará puesto— le digo al empleado.
Este se lo entrega y se va a mirar, aplico lo mismo cada cosa que agarra y mira, le digo que busquen de su número. Me causa curiosidad que se le queda mirando a unas zapatillas que están en un aparador.
—Ese fue mi primer par de zapatillas— me dice —Ben me las regalo— mira nostálgica —Las iba a utilizar en mi fiesta de cumpleaños.
—Lo…
—No es tu culpa, no te disculpes, eso me hace sentir humillada.
Quiero gritarle que todo es mi culpa, pero me callo como el cobarde que soy ante ella.